Además de sus memorables interpretaciones y sus hipnotizantes ojos color violeta, si algo caracterizó a Elizabeth Taylor fue extensa colección de piezas de alta joyería que abarcaba ejemplares de Boucheron, Cartier, Tiffany & Co., Bvlgari o Van Cleef & Arpels. Y en su devoción jamás estuvo sola, ya que compartió este exclusivo pasatiempo con cada uno de los hombres de su vida. De las casi 270 piezas a su nombre, más de la mitad fueron lujosos obsequios de sus siete maridos. De ahí que sus dos grandes pasiones, los hombres y las joyas, no sean dos relatos paralelos sino historias entrelazadas que nos abren la puerta a la obsesión de la 'Reina de Hollywood' por acumular el repertorio más caro del mundo.
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El año de su muerte, Christie's organizó una subasta para su colección de joyas sin saber que se enfrentaban a un catálogo sin comparación que finalmente logró recaudar 137 millones de dólares, estableciendo un récord en el sector. En su libro My Affair With Jewels, la misma artista retrata las anécdotas detrás de las piezas más valiosas de su joyero, alimentando a su vez el mito de su acontecida vida y sus amores. Confiesa que su carácter reservado la llevó a casarse con todos los hombres con los que se relacionó, un selecto grupo de siete que descubrió (y casi siempre pudo costear) su mayor debilidad.
El comienzo de una pasión
Con apenas 18 años, la extravagante actriz fue protagonista de la gran boda de la década de los cincuenta, junto con el heredero de la cadena de hoteles Hilton, Conrad 'Nikki' Hilton, la cual contó con 700 invitados y una cobertura mediática exhaustiva. Entre los deslumbrantes gestos del novio se encuentran un anillo de compromiso con un diamante de cinco quilates, unos pendientes de diamantes y perlas y una sortija de boda con diamantes valorada entonces en 10.000 dólares. Su carácter violento y apático provocó que Taylor se separase de él dos años más tarde, mas pronto ella conocería a su siguiente amor. Aparte de un anillo de diamantes y zafiros como promesa de compromiso, se sabe poco acerca de los regalos que Michael Wilding ofreció a Elizabeth en los casi cinco años que estuvieron juntos, pues todo esto se vio opacado por la polémica en torno a su unión: el intérprete británico había dejado a su mujer y a su supuesta amante, la icónica Marlene Dietrich, para casarse con la joven.
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Una auténtica reina con su corona
La unión con el ostentoso productor Mike Todd ha pasado a la historia como su mejor romance, casi equiparable al que mantuvo con la alta joyería, pues ambos presumían de personalidades explosivas y prolíficas carreras en la industria del cine. En cuanto a las ofrendas, tampoco se quedó corto: para su pedida de mano, gastó 92.000 dólares en un anillo con una esmeralda de 29 quilates que se asimilaba más a un bloque de hielo y se llegó a difundir el rumor de que cada sábado este le hacía un nuevo regalo en celebración del día en que sus caminos se cruzaron. Para su primer posado en el Festival de Cannes, en 1957, impactó a la crítica al lucir una vistosa diadema del siglo XIX a la manera de las royals europeas. En sus memorias confesó que, al entregársela, Mike exclamó: "Tú eres mi reina y creo que deberías tener una tiara".
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La muerte de su tercer marido en un accidente de avión fue un duro golpe que le costó superar, y esto se vio reflejado incluso en las joyas que llevaba. En vista de que no quería quitarse el anillo de compromiso que Todd le había dado, su cuarto esposo, el músico Eddie Fisher, le regaló un set de brazaletes de 40 quilates con 50 diamantes y un juego de pendientes con dos broches de Bvlgari en forma de ramos de flores: uno, compuesto por diamantes amarillos y blancos y otro, hecho de diamantes y esmeraldas. Cuenta la leyenda que, en pleno divorcio, él se los reclamó (con el debido respaldo legal), a lo que ella contestó que podía vivir sin su exmarido, pero que jamás podría vivir sin sus joyas.
Taylor-Burton, un matrimonio de coleccionistas
Por suerte para ella, se desquitó rápidamente al involucrarse con Richard Burton, su coestrella en la galardonada Cleopatra. Se diferenció del resto al proponerle matrimonio con un broche de esmeraldas de Bvlgari que compró en Italia cuando ambos estaban filmando aún la película. Burton, con quien se casó dos veces, era todo menos tacaño: en una subasta neoyorquina compró un diamante Krupp de 33,19 quilates por 300.000 dólares de la época para sellar su amor. La noticia impactó tanto que la gema fue rebautizada oficialmente como Diamante Elizabeth Taylor y se vendió por casi 9 millones de dólares en 2011, después de la muerte de la actriz. El ganador del Oscar fue responsable de muchas de las joyas más valiosas en el cajón de la estrella, como el colgante de corazón Taj Mahal y la gargantilla La Peregrina de Cartier, ambas piezas con siglos de historia.
Colgantes históricos y una inesperada conexión con España
El collar de origen indio con colgante de jade y diamantes en forma de corazón, rubíes incrustrados y cadena de oro data de 1627 y, según relata la misma Taylor, fue un regalo de Burton por su 40 cumpleaños. Al conocerse la noticia, este declaró a la prensa: "Me hubiera gustado comprarle el Taj Mahal, pero el transporte hubiera costado demasiado". A pesar de la tierna historia, el collar no está exento de dramas: se subastó por 8,8 millones de dólares en la subasta tras la cuantiosa puja de un comprador anónimo, quien luego exigió un reembolso al descubrir que podría no haber pertenecido a la mujer del Emperador Shah Jahan, como aseguraban los abogados del patrimonio de Taylor.
La Peregrina de Cartier fue un collar de perlas, diamantes y rubíes rematado con una impresionante perla en forma de gota o pera. De hecho, es la más pesada que se conoce en el mercado de la joyería, a 55,95 quilates. En la famosa subasta de 2011, rompió récord al venderse por 11,8 millones de dólares. Su larga lista de dueños previos a la actriz consta de varias generaciones de reyes españoles entre el período de 1582 y 1808, tras el cual pasó a ser posesión de José Bonaparte para terminar en manos de Napoleón.
De 1977 a 1982, Taylor vivió su matrimonio más infeliz con el senador John Warner, quien dejó de lado los gestos y el amor para enfocarse de lleno en su carrera política, arrojándola al alcoholismo y el consumo de drogas. La buena noticia es que, en 1998, conoció al obrero de construcción Larry Fortensky en el Centro de Rehabilitación Betty Ford. A diferencia del resto de sus maridos, este no podía permitirse vistosas gemas, pero de cualquier forma, se casaron en el rancho Neverland de Michael Jackson y la novia vistió un modelo de Valentino Garavani que fue un obsequio del mismo diseñador. Si bien se divorció por octava y última vez a los 64 años, en 1996, ella y Larry mantuvieron una bonita amistad hasta el final, demostrando que a veces las relaciones más sencillas pueden llegar a ser eternas. La más especial de todas, no obstante, siempre la unirá más allá de la vida con sus cientos de diamantes.