Hubo un tiempo en el que comprar ropa de segunda mano era casi un secreto. Algo reservado a buscadores de gangas, asociado a personas en situaciones económicas desfavorables o a amantes de lo vintage con buen ojo para encontrar tesoros escondidos.
Pero la historia ha cambiado: el planeta demanda las reventas, las generaciones más jóvenes encuentran en ellas una manera de presentar su identidad por menos dinero, e, incluso, también la posibilidad de adquirir prendas de lujo, un poco más baratas, que pertenecieron a celebrities. El auge de la reventa ha alcanzado un nivel que pocos imaginaban. Que Paul Mescal venda sus vaqueros en Vinted para recaudar fondos para Pieta, una organización irlandesa centrada en la prevención del suicidio y la autolesión, o que Paris Hilton subaste sus vestidos en Vestiaire Collective para ayudar tras los incendios en Los Ángeles puede parecer anecdótico. Sin embargo, estas ventas desatan auténticas fiebres: en minutos, sus prendas pasan de ser simples artículos de segunda mano a objetos de culto con precios que oscilan entre los 13 euros y cifras de cuatro dígitos.
Siendo realistas, aquí no se trata solo de comprar un abrigo o una camiseta: lo que se adquiere es una historia, un aura, una pequeña porción de la vida de alguien admirado. En muchos casos, también una excusa para presumir en redes sociales de haber atrapado un pedacito del universo de un celebrity.
Pero este fenómeno no es un caso aislado. Más allá de la reventa de ropa de famosos, el mercado de segunda mano está viviendo un auge sin precedentes. Según el último informe de la plataforma de reventa estadounidense ThredUp, este sector alcanzó los 211.000 millones de dólares (200.000 millones de euros) en 2023 y se prevé que llegue a los 350.000 millones de dólares (240.000 millones de euros) en 2027. Un crecimiento que ha obligado incluso a las firmas de moda tradicionales a adaptarse: gigantes como H&M o Zara han lanzado sus propias líneas de reventa, mientras que tiendas especializadas como Humana, Flamingo y otras tantas proliferan en las ciudades con cada vez más éxito.
¿Moda sostenible o puro deseo aspiracional?
El cambio en la percepción de la ropa de segunda mano ha sido radical. Antes, comprar prendas usadas se veía como una necesidad o un gesto alternativo. Hoy es un movimiento que mezcla ecología, exclusividad y cultura pop. Las plataformas como Vestiaire Collective, The RealReal o Depop han logrado transformar la idea de lo 'usado' en un símbolo de estatus.
Por un lado, está el argumento sostenible, reforzado por el ejemplo de figuras como Anna Dello Russo, Chloë Sevigny o Jenna Lyons, que han aprendido a desprenderse de sus tesoros textiles a través de estas plataformas. Si ellas han sido capaces de desvincularse emocionalmente de su ropa y complementos más icónicos, ¿por qué no los demás? Predicar con el ejemplo parece ser su misión, y, en un momento en el que la moda es el segundo sector más contaminante del mundo, darle una segunda vida a la ropa es la mejor manera de reciclar.
No es cuestión de necesidad, sino de juego
Por otro lado, la compra de ropa de famosos no es como una adquisición en cualquier tienda vintage. No se trata solo de la prenda en sí, sino del significado que carga. Vestidos que desfilaron por la alfombra roja, chaquetas que aparecieron en sesiones virales, bolsos que acompañaron a su dueña en algún momento histórico. Aquí el valor no está en la marca o en el diseño, sino en la historia que la prenda cuenta. Resulta fácil si pensamos también en todas esas ocasiones en las que las celebrities han posado en photocalls con diseños que ya lucieron otras mucho antes (Kim Kardashian con el controvertido vestido de Marilyn Monroe, o cualquier nepobaby actual con diseños que lucieron sus padres previamente). El hecho de que pertenezca a alguien que conocemos nos teletransporta directamente a aquel momento.
Resulta llamativo que muchas de las celebridades que venden su ropa no lo hagan por dinero. No lo necesitan. Algunas lo hacen con fines benéficos, otras simplemente porque sí. Como Gabbriette en Depop, sin motivo aparente. Y del otro lado sucede lo mismo: muchas personas que compran estos artículos no lo hacen porque necesiten ropa, sino por el fetichismo de poseer algo que estuvo en el armario de alguien a quien admiran. De ahí que las prendas se agoten en minutos, especialmente cuando los vendedores tienen un gran número de seguidores.
La moda, más que nunca, se ha convertido en un juego. Un intercambio constante de tendencias, símbolos y deseos. Comprar, revender, coleccionar. La idea de ocultar que una prenda es de segunda mano ha quedado atrás. Ahora, decir que tu vestido perteneció a una celebrity es un motivo de orgullo y una forma de legitimación fashionista. Porque en este fenómeno no importa si la ropa es bonita o fea, si es tendencia o no. Lo que importa es quién la llevó antes. Y eso, en el mundo de la moda, puede ser más valioso que cualquier etiqueta de lujo.