"Recuerdo los tiempos de Velvet como divertidísimos. Miro hacia atrás con nostalgia y pienso: “qué inocente era”, no sabía nada, pensaba que la vida iba a ser siempre así. Porque Velvet supuso continuidad laboral, además tuvo muchísimo éxito y me dio la oportunidad de trabajar con gente a la que siempre había admirado", nos dice Manuela Velasco, cuando se han cumplido diez años del estreno de la serie que marcó una época. Uno de los hitos salido de esa factoría de éxitos que es Bambú Producciones, de la que Ramón Campos es cofundador y CEO. Una década después, la actriz 'vuelve a casa' en un nuevo triunfo de la productora, que suma cada vez más tantos en la franja diaria de tarde —véase La Promesa— y con un sistema pionero de emisión. Cada capítulo de La 1 de Valle Salvaje, creada también por Josep Cister, productor ejecutivo de la misma junto a Campos, puede verse en Netflix al día siguiente, ampliando así, de manera exponencial, su difusión también más allá de nuestras fronteras. Manuela nos habla del impacto de su personaje, la duquesa Pilara, de su regreso a la televisión, de sus ilusiones renovadas y su momento vital, además de descubrirnos su gran pasión: el campo. "Mis padres viven en el monte, en una cabaña, y mi padre tiene el huerto, tienen gallinas… E ir allí y coger unas acelgas, unos huevos y que mi madre me haga la comida de sabor de mamá… Es totalmente mi refugio, donde me siento más feliz y segura".
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—Manuela, vaya impacto lo que le ha sucedido a tu personaje en Valle Salvaje, en estos días. Está todo el mundo conmocionado.
—Me parece que es un acierto total, por parte de Josep Cister y de Ramón Campos. Haber ideado un personaje que es la madre de todos y que iba a ser la aliada de Adriana, la protagonista, y cuando parece que se van a encontrar… la matan.
—¿Conocías el giro que iba a dar todo? ¿Sabías lo que pasaría con Pilara, o te lo has encontrado?
—Lo sabía desde el principio. Me hacía muchísima ilusión que mi personaje tuviera algo parecido a lo que ocurrió con el padre de los Stark en Juego de Tronos. Hacer creer que va a ser el protagonista y el bastión. Mira que mi personaje se llama Pilara, que suena a pilar de la familia, y no te esperas de ninguna manera que vaya a suceder esto.
—¿Y no te dieron ganas de quedarte más tiempo?
—Una vez que empecé a rodar y vi esos decorados tan impresionantes, tan bien hechos, con todos los detalles, los increíbles compañeros en la serie, empecé a revelarme un poco a mi destino —ríe—, e intenté convencer a Josep de quedarme más tiempo. Pero nada, no lo he conseguido. Y ahora entiendo por qué, por dónde va la serie y que el personaje de Pilara es el detonante, ya que, a partir de su muerte, se comienzan a organizar las venganzas y las alianzas. Así que ya lo he asumido —ríe de nuevo.
"Estoy muy contenta"
—También es una novedad la forma de emitirla.
—Totalmente. Cuando me enteré de que se emitía en TVE y después, casi paralelamente, los capítulos pasaban a Netflix, pensé que era algo totalmente pionero. Así se puede enganchar mucho más público y de distintas edades. Estos días, que he estado viajando con la obra de teatro, no sabes la cantidad de personas que me paraban y me decían: "Pero ¿cómo te han matado? No puede ser", y era gente muchísimo más joven de lo que uno pueda imaginar. Estoy muy contenta con la repercusión.
—Se te ve encantada de haber participado en Valle Salvaje.
—Me ha encantado conocer todo este mundo, habitar esa época, esos espacios y ser la señora. No hay muchas oportunidades de hacer personajes de esa época, porque es muy laboriosa de reproducir en todos los sentidos, desde el vestuario a la peluquería, y mucho más en una diaria donde los tiempos son frenéticos.
—¿Cuánto tiempo tardabas cada día en caracterizarte?
—Muchísimo, porque no llevaba peluca, todos los ricitos me los hacían con unas tenacillas más finas que el dedo meñique, mechón a mechón. Después de eso, la construcción del peinado, que ahí sí se metían unos rellenos de volumen… dar forma, los tirabuzones… Estaba más o menos dos horas y eso, para una diaria, es mucho. Y después los vestidos y los corsés, para vestirte y desvestiste, y no te digo ya para ir al baño, eso era una proeza —ríe—. Pero te acabas acostumbrando. Lo que más me ha costado, a mí en concreto, ha sido la forma de hablar del siglo XVIII, porque las estructuras gramaticales y sintácticas no son iguales.
—¿Cómo llegó hasta ti este regalo? Ya habías trabajado en otras ocasiones con Bambú.
—Llamaron a mi representante para ofrecérmelo porque Eva y Yolanda, directoras de casting, pensaron en mí para hacer este personaje. Les agradezco muchísimo esa confianza. Y claro, lo primero que escuché fue «Bambú» y después "es la madre de cuatro hijos mayores". Y pensé: "qué generosos, ellos que han trabajado conmigo dándome papeles de hija y de la muchacha que se va a casar, me colocan en otro lugar", algo muy importante para una actriz. Cuando consigues dar el paso de ser la chica joven a una persona adulta, quiero pensar que eso te abre puertas para seguir trabajando.
—El auge de las series diarias, en España, también es un buen salvavidas para una profesión tan inestable como la vuestra.
—¡Qué duda cabe! Para un actor, que le contraten en una serie diaria significa tener una continuidad y una seguridad que, además, te permite planificar el ahorro y no vivir al día, que es importantísimo en esta profesión. Ojalá sigan haciéndose series como Valle Salvaje y La Promesa, que han gustado tanto y tienen tantos seguidores, porque significaría trabajo para muchos compañeros, para muchas familias, y hacer industria aquí en España.
Miedos distintos
—¿Cómo has manejado tú la incertidumbre, esos tiempos esperando a que suene el teléfono?
—La incertidumbre se maneja mal. Mi trabajo es vocacional y es mi forma de vida, con lo que pago el alquiler, así que siempre es difícil empezar. Por ejemplo, hice una serie con Josep Cister, La Chica de Ayer, que no se renovó después de la primera temporada. Pasé de estar haciendo algo que me encantaba, con unos compañeros increíbles y un sueldo, a estar en mi casa, sin trabajo ni llamadas. Y me enganché a Perdidos, me ayudó a no caer en una profunda tristeza. O sea, que las series también acompañan. Voy capeando los bajones, porque son diferentes en cada edad.
—¿A qué te refieres en concreto?
—El miedo de los veintitantos no es el mismo que te da a los cuarenta y tantos, porque es cierto que está el fantasma de 'mujer mayor de 40, ¿dónde voy a trabajar?'. Que ya no tiene nada que ver con demostrar si tengo o no talento. Yo trato de hacer yoga, meditar, leer mucho. También soy una persona que, en soledad, me entretengo muy bien, me encanta leer, ir a museos, pasear, la naturaleza, me gusta mucho estar con mis padres, con mi hermana, con mi pareja, con mis perros… Soy inquieta y siempre estoy haciendo cosas, no me quedo en casa en plan triste. Por otro lado, como hago teatro, que para mí es sagrado, pues me mantiene muy viva.
—Cuando te miras al espejo, ¿qué tal te ves?
—Afortunadamente, el tiempo va pasando por mí. Pero me veo muy bien. Miro mis fotos de adolescente y me encuentro mejor ahora. También intento hacer el ejercicio de gustarme. A veces pienso 'esas bolsas, la cara se me está descolgando' y esas cosas, pero es que es el paso natural de la vida. Y hay que trabajar con eso, darle espacio a la nueva mirada, a la nueva energía, al nuevo estar y no querer reproducir lo que fue.
—¿En qué etapa vital dirías qué estás en este momento?
—He pasado una etapa de estar más retirada, en un poco la sensación de como haber estado en el capullo transformándome, y ahora estoy entusiasmada con la vida. Siento que vuelvo a salir más adulta y madura, más tranquila y con muchas ganas de vivir. Creo que he dado el paso total de la juventud a la madurez. Me he despedido de cosas que no han sucedido, de la maternidad, y he podido hacer las paces con esto también, creo que he pasado ese luto.
—Eso lleva su tiempo, claro.
—Y luego, entender el paso del tiempo, que se haya ido mi tía con lo que eso significa, en cuanto a hacer frente al paso de la vida. Ver irse a una mujer tan incombustible, que parecía inmortal y no solo por su energía, sin por lo que representaba. Todo eso te hace darte cuenta de que la vida va a pasar, y hay que intentar aprovecharla y disfrutarla lo mejor posible y con buena actitud. He hecho, digamos, muchos procesos de despedida, para los que necesitaba estar más apartada, y también en lo profesional, para que aparezca también una Manuela actriz más adulta. Y ahora me siento con ganas de todo lo que venga y de aprovecharlo.
Su tía, tan presente
—Hablamos del tiempo y ¡hay que ver lo rápido que pasa! En breve, hará un año que nos dejó Concha Velasco.
—Sí, también es curioso cómo se coloca eso, porque es cierto que se ha ido, pero, como te decía, es alguien, fíjate que hablo en presente, tan importante y tan presente en la vida de todo el mundo, en nuestro imaginario, en nuestra cultura y en nuestros referentes, que es como si siguiera ahí. Mi tía, como sabes, tenía devoción por el teatro, y es precioso porque ahora, con la gira, todos los equipos de cada teatro tienen anécdotas, historias, agradecimientos, el público, taxistas que me cogen… Todos tienen alguna anécdota que compartir. De alguna manera, siento que heredo el cariño que la gente le tenía, como si a mí ya me acogieran con los brazos abiertos por ser de su familia. Y es muy bonito. Siento el cariño y el respeto heredado a través de ella. También espero ganármelo, pero de entrada, cuando la gente no me conoce, se aproxima con mucho cariño y respeto, heredado del que le tenían a ella.
—¿Volverás a subirte a las tablas con Rafa (Castejón), tu pareja?
(Ríe). —De momento, no hay nada por delante, pero me encantaría. Tendremos que producir algo nosotros.