"Nunca he sentido que quisiera hacer otra cosa que no fuera ser actriz", nos dice con su gran sonrisa. Y ese "nunca" de María Adánez se remonta a su infancia, porque prácticamente siempre supo que la interpretación es lo suyo. Comenzó con cinco años, así que lleva 43 delante de las cámaras y subida a las tablas. La hemos visto de chiquitita y también volverse grande en el escenario. Y aunque la popularidad le llegó siendo muy joven, la normalidad ha sido su anclaje a la tierra. Hablamos con la actriz, rostro más que reconocible en algunas de las series que forman parte de la historia de nuestro país, de su gran momento —acaba de estrenar la película Invasión—, de su trayectoria y de su regreso a La que se avecina.
—Llevas un año bastante movidito, sin parar de trabajar.
—Sí, se están movilizando mucho las cosas del trabajo con el estreno de dos películas, en abril, Menudas piezas, y hace muy poquito, el 28 de junio, Invasión; también, mi vuelta a la televisión con Rebeca de nuevo en La que se avecina; una obra de teatro que se estrena en diciembre en Matadero Madrid… La verdad es que es un año a nivel laboral espléndido.
—Estás grabando La que se avecina, ¿cómo estás viviendo este regreso después de casi una década fuera de la serie?
—Maravillosamente, porque Alberto (Caballero) y su equipo siguen escribiendo con el mismo nervio, talento y gracia. La serie está más viva que nunca, con nuevos compañeros con los que no había trabajado nunca, como Félix Gómez y Petra Martínez, y por supuesto, con Loles León, con la que trabajé en Aquí no hay quien viva. Tengo la sensación de estar haciendo una serie totalmente nueva.
"Estoy viviendo mi vuelta a La que se avecina maravillosamente. La serie está más viva que nunca y tengo la sensación de estar haciendo algo totalmente nuevo"
—¿Te marchaste por miedo al encasillamiento o porque tenías otros proyectos?
—Porque tenía otros proyectos. El personaje estaba diseñado para compartir piso con Judith y, por unas cosas u otras, el personaje de Judith no siguió. Yo tenía otras ofertas en ese momento de otra serie de televisión y una obra de teatro. Y amistosamente decidimos pasar página y ahora, mira, diez años después, vuelvo de nuevo.
—El público te ha visto crecer, comenzaste muy pequeña, con cinco años, ¿eso ha sido para ti una ventaja o un inconveniente?
—Descubrir a los cinco años que quería ser actriz creo que para mí ha sido mi gran tabla de salvación. Tener claro tan pronto lo que uno quiere ser en la vida realmente me ha parecido siempre una suerte tremenda. A pesar de que es el oficio más bonito del mundo y la profesión más terrible del mundo, saber que quería ser actriz tan jovencita me dio muchos privilegios a la hora de terminar mis estudios, de no tener que elegir nada de lo que luego me arrepintiera. Tenía clara mi vocación y a lo que quería dedicarme. Por otro lado, quizá, como un oficio duro que es, luego tienes que lidiar con todos los avatares que te ofrece. Pero siempre lo he vivido como una gran ventaja.
—¿Eres consciente de que llevas trabajando ya más de 40 años?
—No soy consciente, porque, cuando pedí mi baja por maternidad, vi mi vida laboral y me di cuenta ahí de la barbaridad de años que había trabajado. Entonces dije: '¡Madre mía, María, si te podrías jubilar!'. Pero no quiero, no quiero.
Puntos de inflexión
—Vas madurando en el medio, pero ¿cómo has logrado mantener los pies en la tierra?
—Yo creo que ha tenido que ver con mi carácter desde pequeña. No he sido una niña tímida, pero tampoco muy extravertida. De ahí esa búsqueda siempre de la normalidad y de no estar expuesta. No me gustaba especialmente decir que hacía películas, no me gustaba especialmente no ser normal. Por otro lado, me gusta mucho mi oficio y todo lo bueno que lo rodea, pero la vanidad no es algo que vaya mucho conmigo.
—Más de 20 películas, mucho teatro, muchas series de éxito… ¿Cuál ha sido el punto de inflexión en tu carrera?
—Ha habido varios. A nivel televisivo, primero, Farmacia de guardia; luego, Pepa y Pepe, y después, evidentemente, Aquí no hay quien viva y, más tarde, La que se avecina. Grandes series que forman parte de la historia de la televisión de este país. Y luego en el teatro, El príncipe y la corista, de Paco Vidal, con Emilio Gutiérrez Caba; trabajar con Miguel Narros, y hacer Salomé, de Oscar Wilde, y de ahí todos los personajes dramáticos que me he ido labrando en el teatro. En el cine, lo mismo: el Tiempo de la felicidad fue una película que nos marcó mucho y que nos trajo cosas muy buenas tanto a Silvia Abascal como a mí.
"Cuando era jovencita, mis padres venían a los rodajes. Entonces, mi madre descubrió el cine y se quedó para siempre. Se convirtió en una de las mejores maquilladoras de este país y ganó un Goya"
—Mencionas a Silvia Abascal. Habéis trabajado juntas varias veces y la mayoría como hermanas en la ficción. En la vida real, ¿sois como 'hermanas', tenéis buena relación?
—Sí, tenemos muy buena relación, nos tenemos mucho cariño. Siempre intentamos hablar dos o tres veces al año por lo menos. Viene a verme al teatro y yo voy a verla a ella.
—¿Has sentido alguna vez incertidumbre?
—Los actores vivimos continuamente en la incertidumbre, pero eso es algo que tenemos que aceptar, esto no es una plaza fija en un ministerio o un puesto fijo en un banco. Terminas un trabajo y siempre tienes la cosa de que no te van a volver a llamar.
—¿Es cierto que hiciste que tu madre, Paca Almenara, se convirtiera en una de las mejores maquilladoras de nuestro cine?
—Cuando era jovencita, tenía que acompañarme alguien mayor de edad, un tutor, y mis padres venían a los rodajes. Entonces, mi madre descubrió el cine y se quedó para siempre.
—¡Y ganó el Goya!
—Efectivamente, ganó un Goya por Acción mutante y se convirtió en una de las mejores maquilladoras de este país, con las películas de Alejandro Amenábar, Benito Zambrano, Álex de la Iglesia… Una maquilladora extraordinaria.
"¡Claro que pasan los años! Por mí como por todos. Hay que envejecer y es maravilloso, porque eso es síntoma de que tienes salud y de que la vida sigue"
—"A veces mamá, a veces actriz", dice en tu perfil de redes. ¿Qué tal compaginas las dos facetas?
—Con ayuda se lleva muy bien, con ayuda externa o con la ayuda del papá. Porque ser madre es un trabajo 24 horas, duro y sacrificado, y la profesión de actriz es otro trabajo. Entonces, si uno quiere desarrollarse laboral y profesionalmente, hay que hacerlo con ayuda. Si no, no sería viable.
—La maternidad ha sido un sueño cumplido, ¿cómo la estás disfrutando?
—La estoy disfrutando día a día. No quiero que pase el tiempo. Y bueno, con toda la alegría, toda la templanza y toda la madurez que da ser mamá a los 40 años. Y eso tiene cosas muy buenas, porque, aunque físicamente la maternidad te requiere mucho, por otro lado, de cabeza creo que estás más tranquilo y ves las cosas con más serenidad que cuando uno es más joven. Creo que es una edad también maravillosa para las mujeres para tener hijos.
—¿Te llevas a tu niño a los rodajes?
—Todavía es muy chiquitín, pero al teatro ya me lo he llevado varias veces. Ha visto Ay, Carmela dos o tres veces.
Una paella con Antonio
—¿En qué has cambiado en los últimos 20 años, desde que eras Lucía en Aquí no hay quien viva?
—Una de las cosas interesantes que te puede dar el paso de los años es saber decir no y aceptar también que, aunque uno tenga sus propios planes, la vida siempre va por encima de nosotros. Y esa aceptación te hace vivir con serenidad, y aceptar la vida tal y como viene te da felicidad. Creo que, precisamente, la felicidad consiste en eso, en aceptar cada momento y no resistirse.
—Pues parece que los años no pasaran por ti, María.
—¡Claro que pasan! Por mí como por todos. Hay que envejecer y es maravilloso, porque eso es síntoma de que tienes salud y de que la vida sigue. Nunca me ha obsesionado envejecer. Y después, la aceptación de tu físico es un camino que también tenemos que hacer desde la tranquilidad. Tenemos que recordarles a las generaciones de adolescentes y de gente joven que están pegadas a las redes sociales, obsesionados con los físicos, que envejecer es maravilloso y que se olviden de todo eso ahora y vayan a leer libros, a viajar, a conocer gente y aceptar la vida tal y como viene.
"Estoy disfrutando la maternidad día a día. No quiero que pase el tiempo. Y con toda la alegría, la templanza y la madurez que da ser mamá a los 40 años"
—Probaste en casa de Antonio Banderas, en Los Ángeles, su famosa paella, ¿cómo fue aquel momento?
—Le estaré eternamente agradecida. Antonio es un hombre maravilloso, muy generoso y muy hospitalario, y lo fue en su momento conmigo. En aquel tiempo nos llevaba el mismo representante, Jesús Ciordia. Y yo estaba por esas tierras estrenando My Life in Ruins, una película americana producida por Tom Hanks. Fue amable y cariñoso y es uno de los mejores recuerdos que tengo de esta profesión. No se me olvidará nunca, porque además, cuando uno está allí intentando hacer carrera, pues todo es muy difícil y muy inhóspito. Y que me acogiera, encima, el día de mi cumpleaños, y él mismo me cocinara esa paella, pues imagínate el regalo tan grande.
—Al final no te quedaste allí, sin embargo.
—No, falleció mi padre al poquito tiempo. Es como te digo, tú tienes tus propios planes, pero la vida tiene otros para ti. Entonces, todo dio un giro de 180 grados, me vine aquí, ya enganché con otro trabajo y, bueno, a priori se perdió ese tren.
—Pero se cogieron muchos otros.
—Sí, eso por supuesto. Está claro.