Hay veces, con ciertos personajes, que tienes la sensación de que escribir una entradilla sobra. Ya saben, este párrafo que encabeza la sucesión continua de preguntas y respuestas en el que los periodistas explicamos, entre gracietas y juegos pretendidamente literarios, los motivos por los que publicamos la entrevista. Y sucede porque, de repente, caes en la cuenta de que, por mucho que hagas, siempre te quedarás corto.
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Porque asumes que nunca jamás vas a estar a la altura de lo que fue la conversación. Y porque estás seguro de que, aun teniendo papel biblia, te faltan líneas para hacer un esbozo de la hondura del entrevistado y del sentido de su mensaje. Por eso, la mejor opción, siempre, es callarte. Y Marta Bustos Góngora, además, tiene el maravilloso don de dejarte mudo.
Marta aborda la vida con positividad: “El humor le quita hierro a las cosas importantes, hace que duelan menos los golpes”
Con 24 años, tuvo un accidente y se quedó ciega. Fue fortuito. En un entorno seguro —su casa— y haciendo algo con la apariencia de ser idílico, sencillo, cándido. Cuando hacía jabón, se quemó la cara con sosa cáustica. Y en cuestión de milésimas de segundo, todo cambió. La oscuridad se cernía sobre ella pero, lejos de vivir en las sombras, buscó la luz. Lo hace cada día. Desde aquel mismo momento. Porque ya saben cómo funciona la vida hoy en día. Grabó un vídeo narrando todo lo que había sucedido y a lo que se tuvo que enfrentar en plena pandemia, en un país extranjero (porque ocurrió en USA con la sanidad americana en contra) y su historia se hizo viral.
Llegó un podcast, charlas y ahora un libro, que hasta la Reina Letizia ha leído: “Cuando perdí mis ojos marrones”. Porque dicen que cosas así te cambian la vida, que te ponen a prueba. Pero ¿la vida no estaba bien ya, tal y como estaba? ¿El destino, el azar, los planetas no podrían ahorrarse los “examencitos”? Y si te cae “la china” de sortear la prueba, ¿no debiera alguien enseñarte a gestionar el fracaso o el dolor ? De eso habla su texto. Y se dirán ustedes que quizás sea un poco frívolo preguntarle por moda, cuando ella bien podría abordar “cosas más importantes”... Que hable Marta y entenderán en qué consiste su rebelión.
—Marta, antes que nada, ¿cómo estás?, ¿cómo te encuentras?
—Ahora mismo, muy bien. Sumida en la agitada vida de los videntes y a la espera de una futura operación, que me devolvería la visión del ojo izquierdo —que puede ocurrir en meses, o en un par de años—. Los tiempos los marcan mis ojos, así que acostumbrándome y abrazando una incertidumbre que a veces se hace difícil. Trabajando cada día en encontrarle un sentido a vivir.
—¿Eres así de fuerte, o la fortaleza te la han dado las circunstancias?
—Mucha gente asume que mi carácter se ha forjado a partir de este accidente, pero yo ya era una persona optimista y con una tendencia a tirar hacia adelante y no hundirme fácilmente. Lo que ha provocado la aventura de mis ojos ha sido ponerme a prueba en un tiempo récord. Ha sido como una masterclass exprés de la vida.
—Haces algo que me parece sorprendente en la sociedad moderna (en realidad, haces muchas cosas que me parecen sorprendentes…) y es que no temes sentirte vulnerable…
—Durante mucho tiempo, me costó mostrarme tal y como era por miedo al rechazo, al qué dirán, pero esconderte y camuflarte es agotador. Ser sincera con una misma da mucha paz.
—Otra de las cosas es tu humor. La risa es tu antídoto contra el miedo.
—Totalmente. El humor le quita hierro a las cosas importantes, hace que duelan menos los golpes. Como decía Rabinovich, de Les Luthiers: “No te tomes la vida muy en serio; al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella”.
—¿Ha habido rebelión? ¿Ha habido un “por qué a mí”? ¿Rabia?
—Desde el minuto uno, tuve una sensación de aceptación que a veces me sorprende. Siento como si siempre hubiera sabido que esto me ocurriría. Por ejemplo, el primer tatuaje que me hice —de bien jovencita— es un árbol que, del tronco, nace un ojo. Es un ejemplo tonto, pero ha habido una obsesión con los ojos en el pasado que gente de mi alrededor me ha recordado. Por lo que respecta al cambio, todo ha cambiado en mí. La Marta con ojos marrones murió aquel junio de 2020 y, aunque sigo siendo yo, la perspectiva con la que vivo es diferente.
A la espera de una nueva operación, Marta nos cuenta que, a día de hoy, se encuentra muy bien, aunque tenga que “abrazar la incertidumbre”. “Los tiempos los marcan mis ojos. Trabajo cada día por encontrar un sentido a vivir”
—Cuando eres joven, crees que nada malo te puede suceder y...
—En casos tan graves como el mío, en el que podría haber muerto, de entrada existe una euforia inicial: sigues viva. El resto del proceso consiste en hacerse más adulta, de manera más rápida. Creo que, para que nos resulte más fácil aceptar este tipo de situaciones, es bueno educar desde la empatía y comprensión, entendiendo que nadie está exento de nada y que todos podemos sufrir una discapacidad. O tenemos que pedir ayuda.
—¿Valoras la vida de otra manera?
—Siempre había sido bastante agradecida y apasionada, pero esto se multiplicó por mil tras el accidente. Creo que puede ser peligroso cómo estamos creciendo las generaciones más jóvenes por la inmediatez y facilidades que trae la tecnología. Cuando lo obtienes todo de manera inmediata y sin ninguna dificultad, tu umbral de frustración es estrecho y necesitas mucho para contentarte y sentirte realizado.
—Ser un ejemplo a seguir ¿no es una etiqueta que pesa demasiado?
—Sí, es una gran responsabilidad que siento que no merezco. Siempre digo que soy solo una persona que ha superado un palo muy duro como buenamente ha podido. Es tremendamente gratificante ver que, solamente compartiendo tu proceso, ayudas a muchas personas. Pero es importante recordarnos que el número de seguidores o de gente que te conozca no te hace mejor.
“Me costó mostrarme tal y como soy por miedo al rechazo, pero esconderte y camuflarte es agotador. Ser sincera con una misma da paz”
—Hablas mucho de tu marido en el libro. Ha sido muy importante...
—Ha sido un apoyo increíble y crucial. Desde el primer momento, le dejé claro que si quería irse lo hiciera, pero que si se quedaba a mi lado, que fuera porque quería. En una situación tan drástica, es fundamental tener a pilares que quieran acompañarte de manera sincera, que nunca se haga por compromiso porque eso no haría más que dificultar la lucha.
—Y luego, con la cultura de la imagen, ¿nos importa más la opinión ajena que nuestra propia aceptación?
—Totalmente. Yo me miro al espejo y me veo bien. La única persona a la que quiero impresionar es mi marido y él me dice que nadie tiene los ojos como los tengo yo, y que eso me hace especial. Pero es agotador que el hecho más traumático de tu vida se refleje en tu imagen, porque suscita preguntas que, a veces, no te apetece contestar.
—No sé si preguntarte por moda es absurdo o realmente es necesario...
—No soy la más entendida en moda, pero es importante también la imagen que queremos proyectar porque, a través de ella, nos comunicamos. Y estando ciega, también. Todos queremos vernos bien incluso cuando no vemos.
“La única persona a la que quiero impresionar es mi marido y él me dice que nadie tiene los ojos como yo, y que eso me hace especial”
—¿Cómo te llevas con el espejo?
—El espejo es bueno pero, a veces, me da sustos. Estoy tan acostumbrada a mi imagen, que me cuesta tratarla como algo anómalo. Solamente a veces, cuando estoy distraída y me miro, y veo a cámara rápida todo lo que me pasó.
—Y tu estilo, ¿cómo lo definirías?
—Desenfadado, sencillo. Soy presumida pero valoro la comodidad ante todo. En realidad, todavía sigo buscándolo porque, de adolescente, quería rebelarme contra todo lo impuesto y eso comienza ya por tu propia imagen.