Entre su primer trabajo como actriz y la última película que está a punto de estrenar han pasado casi 25 años. Nadie lo diría, ella tampoco, impresionada cuando le recordamos que está a punto de celebrar sus ‘bodas de plata’ con una profesión que adora. Eso sí, no todo ha sido un camino de rosas, más bien una “montaña rusa con looping”, como nos dice. Pero Kira Miró no se ve haciendo otra cosa; no hay plan B.
“He hecho proyectos de los que estaba enamorada y otros simplemente por comer”, reconoce la intérprete, en un momento dulce de su carrera, enlazando un proyecto con otro. Y entre rodaje y rodaje, se escapa a cualquier lugar del mundo a sentir el salitre en la cara y la libertad en el alma, mientras vuela con su cometa sobre el mar. Una mujer de retos, dispuesta a superarse cada día y que no se amedranta ante los desafíos.
“Me gustan los retos, aprender cosas nuevas y superarme. Es la satisfacción de ver que, a pesar de tener ciertos miedos e inseguridades, soy capaz de exponerme a ellos y vencerlos”
—Verano, calor, playa, viajar… ¿Son planes que te seducen?
—Sí, siempre busco la playa; no solo en verano, también en invierno. Como buena isleña, mi refugio es el mar. Y siempre que puedo vuelvo a mi tierra, Canarias, ese paraíso que tenemos a tan solo dos horas de la península.
—Ya que hablamos de este tiempo, ¿qué planes tienes para el verano?
—Ahora mismo, estoy rodando la segunda temporada de Machos Alfa , que estaremos grabando por el centro de Madrid hasta mitad del verano. Estrené Pollo sin cabeza y estreno De perdidos a Río en agosto.
—Pues no paras de trabajar.
—Por suerte, estoy en un momento muy bonito a nivel laboral, porque no me falta trabajo. Estoy enlazando un proyecto con otro y estoy muy contenta. Eso sí, sin tiempo para poder ir al mar, pero felizmente agotada.
—El edadismo en vuestra profesión existe, pero, al contrario que muchas actrices, parece que tu carrera ha tomado un nuevo impulso a partir de los 40.
—En mi caso en particular, he empezado a trabajar muchísimo a partir de los 40. Tuve un bajón a nivel audiovisual en los 30, porque en el teatro siempre he estado activa y no me ha faltado nunca. Pensé que era el fin, pero, por suerte, los 40 han venido como otra vez. Es cíclico también. Esta profesión es complicada, porque tienes que elegir muy bien lo que haces. A veces eliges tanto que te quedas fuera de la rueda y te dejan de llamar o, si lo haces todo, tampoco te llaman porque estás muy vista. El equilibrio es difícil. Yo hace tiempo que intento no tomármelo a nivel personal, porque recibimos muchos “no” a lo largo del año y, por muy buena prueba que haga, está en la cabeza del director y el productor lo que quieren.
“He tenido momentos de mucho vértigo y mucha incertidumbre, pero siempre he querido continuar porque actuar es mi pasión y, francamente, no me veo haciendo otra cosa”
—El gran miedo de los actores es que deje de sonar el teléfono… Pero gestionar un éxito repentino tampoco será fácil.
—Yo no he vivido un éxito de la noche a la mañana, lo mío ha sido un crecimiento muy paulatino, aunque entiendo que también tiene que ser un pelotazo para la cabeza. Pero sí, que no suene el teléfono es terrible. Sobre todo cuando vienes de una racha donde no has parado y te han querido para todo. Y de repente es “no”, pero sin nada aparente, porque tú sigues siendo la misma, pero ya no accedes ni siquiera a los castings porque creen que te conocen y, al tener un nombre, nadie ve tu material. Igual has hecho tres cortos, donde has cambiado totalmente de registro, o has rodado una peli tan pequeñita que no ha visto nadie, pero donde has hecho algo nuevo en tu carrera.
—En alguna ocasión, has comentado que la terapia te ha ayudado con estas situaciones.
—En realidad, yo siempre he intentado mantenerme activa durante estos bajones que tiene la profesión. No he parado de formarme, de hacer cursos de teatro, de hacer cortos, aunque no sea una gran producción remunerada. Y terapia, por supuesto, y rodearte de tu gente, que es lo que te da la tierra.
—Como quien no quiere la cosa, vas camino de celebrar 25 años de carrera.
—Ya que lo dices, me da impresión. ¡Empecé con 19 y tengo ya 43!
—Y en todo este tiempo, ¿cuánto has peleado para no encasillarte en el estereotipo de “la guapa de la peli”?
—A ver, he peleado muchísimo, a la vez que también he aceptado que, para comer, tenía que hacer ese tipo de personajes en según qué momento. Es decir, que he hecho un tipo de papeles que me ha dado de comer y, luego, he querido pelear por que se me viera de otra forma. En ocasiones, ha podido ser; en otras, no. En 25 años he dado muchas vueltas, esto han sido montañas rusas con looping —ríe—.
—¿Alguna vez te planteaste tirar la toalla?
—He tenido momentos de mucho vértigo y mucha incertidumbre, pero siempre he querido continuar porque es mi pasión y, francamente, no me veo haciendo otra cosa.
“Hace cuatro o cinco años, decidí irme a Brasil sola a aprender kitesurf, y ahora mi vida y mis vacaciones son pensando: “A ver a qué parte del mundo me voy a practicar”. Me encanta la sensación de libertad y adrenalina a la vez”
—Has estrenado hace poco De perdidos a Río. ¿En qué circunstancias has dicho el refrán “de perdidos, al río”?
—Bastantes veces. Además, Brasil fue el primer país que visité viajando sola. Entonces, me enfrenté a muchas situaciones en las que dije “bueno, ya que estoy aquí, de perdidas al río y mira para adelante”. Y me dio bastante miedo, porque era la primera vez que viajaba sola. Pero, bueno, ya que estaba ahí, tenía que ponerme el miedo de mochila y tirar para adelante.
—Eres una mujer de retos, está claro.
—Sí, claro que sí, y la vida me ha llevado a demostrarlo. Me gustan los retos, me gusta aprender cosas nuevas, me gusta superarme y vencer el miedo. Es la satisfacción de ver que, a pesar de tener ciertos miedos e inseguridades, soy capaz de exponerme a ellos y superarlos.
—Entre ellos está el kitesurf, del que eres una apasionada. ¿Cómo surgió este idilio?
—Precisamente porque me encantan los retos y aprender nuevos deportes y el agua y el mar. Desde pequeñita, siempre he hecho mucho deporte y a este le tenía mucho respeto, pero, a la vez, me llamaba la atención. Entonces, un día, hace como cuatro años o cinco, decidí irme a Brasil sola, a aprender a un sitio donde solo se practica kitesurf. Y como se me suelen dar bien los deportes, lo aprendí con bastante soltura y me empecé a enganchar de tal manera que ahora ya mi vida y mis vacaciones son de kitesurf . A ver a qué parte del mundo me voy… Y me encanta. Ya tengo mi equipo y viajo por ahí haciendo kitesurf.
—¿Y viajas siempre sola?
—No siempre, pero muchas veces sí. Hace dos años volví a Brasil, sola de nuevo, y allí me junté con una gente que había conocido en otro viaje y fuimos por todo el norte del país navegando. Fue una experiencia impresionante. En septiembre me fui con una amiga a un barco al mar Rojo, a un kiteshark que se llama; estás diez días en un barco, haces kitesurf tres veces al día y no pisas tierra. Es el planazo. Me encanta la sensación de tener todo el mar para ti, la inmensidad, el viento y la cometa y tú navegando, es una sensación de libertad y de adrenalina a la vez, porque es un deporte de riesgo.
—Vivirás también muchas experiencias viajando.
—Sí, muchas. Y conozco gente maravillosa que me encuentro por el camino, que nada tienen que ver con mi círculo o con mi entorno, que es algo que me gusta; viajar y salir de la burbuja de aquí me resetea. Porque yo, desde que salgo por la puerta de mi casa, estoy siendo juzgada. La gente me mira y está opinando sobre mí y, cuando viajo fuera, esa mirada no la tengo. Y es bastante liberador. Y conocer a gente que nada tiene que ver con mi profesión o con mis amigas de siempre es muy enriquecedor. Aprendo muchísimo.
—¿Y tú eres mochilera por el mundo o de maletón?
—Soy mochilera, pero de trolley. Te explico. Hice un viaje de mochilera y eso era un infierno, porque pesa. Entonces, yo tengo el espíritu mochilero de fluir, de no prepararme el viaje, de ir con el viaje solo de vuelta e ir conociendo el país sin nada preparado. Voy a sitios de mochilera, de backpackers, que es donde realmente conoces a gente que viaja sola también y es más divertido. Porque si vas a hoteles de lujo, vas de burbuja en burbuja. Pero voy con trolley de rueditas —ríe—.
“Me da mucha impresión ir camino de cumplir 25 años de carrera. ¡Empecé con 19 y tengo ya 43! Vivo un momento bastante dulce a nivel laboral y a nivel personal”
—¿Alguna otra gran pasión o afición?
—Mis pasiones son viajar y el mar, que me cura el alma. Y otras aficiones…pues me encanta la música en directo, ir a conciertos y a comer en sitios ricos. Para mí el dinero mejor invertido es la gastronomía, es ir a comer a un sitio donde la experiencia sea diferente.
—¿Cuáles son los momentos que más aprecias?
—Soy muy familiar, aprecio los momentos familiares y los busco siempre que puedo.
—¿Crees que programas como El Desafío, que ganaste, y luego El hormiguero ayudaron a tener otra percepción de ti?
—Creo que la gente, de repente, conoció a otra Kira porque, de mí, lo que se ha visto es a través de los personajes que he interpretado. Pero ahí se expuso la Kira de verdad, la humana. Y noté que se amplió el tipo de público. Estaba haciendo teatro, en esa época, y venían muchas familias con niños y niñas pequeños a verme por El Desafío . Que fíjate, nadie apostaba por mí porque había dos olímpicas, había hombres mucho más fuertes y yo tenía, aparentemente, un físico más frágil. Pero tenía destreza y practiqué las pruebas sin descanso porque, si algo tengo, es que soy muy muy trabajadora, incluso un poco obsesiva. Se demuestra que con esfuerzo y trabajo y sin necesidad de pisotear a nadie, ni de machacar al de al lado para poder brillar, puedes conseguirlo. Y eso es bonito. Para mí fue agotador, dolorosísimo, pero un viaje precioso.
—¿Cuál dirías, Kira, que es tu momento vital ahora mismo?
—Vivo un momento bastante dulce a nivel laboral y a nivel personal. Estoy con bastante serenidad.
—Conociste a tu pareja (Salva Reina) en un rodaje. ¿Os habéis planteado volver a rodar juntos?
—Sí, ya hemos rodado. Es muy bonito.
—¿Cuáles son tus grandes desafíos?
—Vivir es un desafío. No perder la cabeza cuando no me ha ido tan bien y, 25 años más tarde, poder seguir comiendo de esta profesión. Ese es el gran desafío. Sin ese plan B de rescate que no tengo, he podido sobrevivir 25 años y comer de este, que es mi sueño.