Ana Rujas no lo sabe, pero esta entrevista está marcada por la Providencia. Queríamos que, en alguna foto, con esta mujer de aparente extrema fragilidad, de mirada verde y profunda y un mundo interior en el que Gena Rowlands y Santa Teresa de Jesús conviven en éxtasis, hubiera cardos. Un ramo. O una flor. De atrezo. En sus manos. O en un jarrón. Un guiño al lector porque así se titula su serie. Cardo. También porque funcionaba estéticamente. Daba textura a un editorial de moda. Suponía contraponer una imagen limpia, casi funcional, de una joven de pelo tirante vestida en plata, con algo rústico, punzante, seco. Y porque era la metáfora perfecta: la extraña belleza de una planta lacerante, que hiere si la acaricias y que, cuando florece, encierra el mismo color violáceo de una casulla de domingo en Cuaresma. O sea, una fantasía. Pero no los encontrábamos. Gozo en un pozo total. Porque no es lo habitual en una floristería. La gente compra rosas, claveles, camelias... Amables y perfumadas... Pero cuando ya habíamos perdido toda la fe, cuando andábamos sin rumbo buscando sustitutos —siempre insatisfactorios—, nos los regalaron. Así, de repente.
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“Hablé con funcionarios de prisiones y con personas que han estado en la cárcel. Me facilitaron el proceso para entender qué pasa por la cabeza cuando cumples tu pena, cuando vuelves a la normalidad”
De eso trata Cardo, de búsquedas infructuosas y huidas hacia adelante; de expiación de culpas y de autocastigos y torturas, y de que, cuando menos te lo esperas, la vida te ofrece un destello de algo parecido a la felicidad. Eso mismo le ha ocurrido a Ana Rujas con este retrato generacional, amargo y desesperanzado: la ha bendecido encontrándole un camino, su propia luz. Y el éxito. Le dio un Ondas, dos premios Feroz y una audiencia rendida a su revelación mística y, al mismo tiempo, tan cañí como punky. Y también críticas en diarios internacionales como The Guardian, pero, sobre todo, la autoafirmación. Ya sabe quién es. Ya está segura de cuál es su misión. Su futuro. Un año después del descubrimiento de Ana Rujas como artista 360, la actriz ha retomado a su personaje, a su María, en una segunda temporada. Será ya la última vez. Su viacrucis termina aquí, porque Ana ha querido redimirla. Porque la voluntad de su personaje por ser buena, por expiar sus pecados y, en definitiva, por ser otra mujer, la enternecieron y, como creadora, la perdonó.
A fin de cuentas, ¿cuál había sido su error? ¿Querer comerse el mundo como todas las treinteañeras que, por la mañana, son altas ejecutivas, y por la noche, buscan el amor en las apps de un móvil? ¿Ser dueña de su libertad, pero perderse en ella desorientada? Porque esa es otra, las mujeres de Ana Rujas no son como Emily in Paris . Quizá soñaron con el príncipe azul, pero pronto descubrieron que la mayoría de los hombres no son personajes de cuento. Por eso, María, su personaje y en cierto modo su alter ego, no se merecía sufrir más. Que equivocarse es humano. Y honesto. Y que después de caerse hay que levantarse, sí, pero duele. Hablamos con Ana Rujas tras poner punto final a la serie revelación de la temporada.
—Ana, tú y yo hablamos hace ahora un año, antes de que pasara todo. El éxito, el Ondas… Ahora, Cardo no es un fenómeno, es tu consagración. ¿Qué ha pasado en ti en este tiempo?
—Ha sido todo muy fuerte. Y ha pasado todo muy rápido en realidad. Han ocurrido un montón de cosas y, si echo la mirada atrás, creo que ha sido todo una locura. Y no sé si lo he digerido… Se había todo... sobredimensionado.
“A pesar de que no tuviera el tiempo necesario para poder asimilar lo que estaba pasando, ya estaba escribiendo nuevos guiones y, sí, era consciente: estaba en otro punto vital”
—Me da la sensación de que, pese a ese shock del que hablas, ahora tienes otra mirada…
—Sí. La hay. Era una premisa, la de cambiar, es verdad, pero también me ha ocurrido realmente. Nosotras también hemos madurado. (Ana Ruja habla en plural. De ella y de su otra mitad artística, Claudia Costafredda, coautora de la serie). A pesar de que no tuviéramos el tiempo necesario para poder asimilar lo que nos estaba pasando, ya estábamos escribiendo nuevos guiones y, sí, yo era consciente, había un poso distinto. Un poso más asentado. Estábamos… en otro punto vital.
—También advierto que, en ti, hay más esperanza. En el primer Cardo había humor, pero era como una defensa a tanto drama.
—(Se sonríe). Ahora queríamos que María tuviera mucha voluntad —y ganas— de hacer las cosas bien y de verdad. De verdad de corazón. Lo que pasa es que esa voluntad de querer hacer el bien a toda costa, si te pasas, si multiplicas por mil ese esfuerzo, consigues precisamente el efecto contrario. ¿Sabes eso de “hay que comer bien”, “hay que comer sano”, “nada de azúcar ni harina”..., y un día la lías parda y te comes todo lo peor? Pues eso mismo, pero con la vida. Y, de repente, nos encontramos hablando de la redención, también del cielo, del infierno y de la tierra; del sistema penitenciario y de cómo la cárcel estigmatiza a quienes delinquen; de las segundas oportunidades; de The Orange is the new black o la incomunicación de Antonioni... En definitiva, de lo divino y lo humano. El “qué pasa ahora”, cuando ya has cumplido tu pena, era lo que más me interesaba. Y lo hablamos con funcionarios de prisiones, con personas que han estado en la cárcel, que me facilitaron mucho el proceso para entender lo que les pasa por la cabeza: ese sentirte un inadaptado y esa lucha por ocultarlo, por conseguir que nadie lo sepa. Me emocionaba esa vuelta a la vida normal. ¿Cómo es esa vida? El miedo a enfrentarme a la normalidad, ¿no?
—Y ahí la fe es una buena muleta.
—¿Cómo no te vas a agarrar a la fe? De manera errática o no, ¿cómo no vas a creer que la salvación está ahí? Por eso María se repite una y otra vez las oraciones de Santa Teresa, que son preciosas. No queríamos hacer algo místico, pero pensamos que, si bien la religión en la primera temporada se mostraba desde fuera, desde la belleza del rito y de la travesía de la Virgen, ahora sería El camino de la perfección.
“En el libro El camino de la perfección, de Santa Teresa de Jesús, hay tantos versos en los que te puedes sentir reflejada, tantos pasajes que te pueden ayudar en tu vida… Que descubrí en ella una señal”
—¡El libro de Santa Teresa de Jesús!
—Exacto. Hay tantos versos en los que te puedes sentir reflejada, que te pueden ayudar… que vimos en la santa una señal. “¡Ay, que larga es esta vida! / ¡qué duros estos destierros! / ¡esta cárcel, estos hierros / en que el alma está metida! / Solo esperar la salida me causa dolor tan fiero…”. Es que ¡“wow”!
—Nunca dejará de sorprenderme esa capacidad tuya para ser tan moderna y, al mismo tiempo, tener ese conocimiento de lo religioso, que no es habitual en la gente de tu generación.
—Pues fíjate que creo que va en nuestro ADN, que nos rodea, que en España forma parte de nuestro imaginario y, para mí, forma parte de mi sensibilidad. De mi percepción de la belleza y la estética. La belleza por la belleza. Desde que era pequeña. Y la dualidad entre el bien y el mal, ¿no? En Santa Teresa de Jesús encuentras sentido a muchas cosas y te aferras a ella. Que va de eso la vida al final, de aferrarte. Lo espiritual me conmueve.
Sin embargo, ahora, Ana Rujas ha escapado de la ‘autoficción’. De ‘autorreferenciarse’. De utilizarse a sí misma como material narrativo. Ya había hablado del nihilismo y la insatisfacción de las chicas de 30, de la ambición de sus días y de la soledad y las equivocaciones de las noches, de sus formas de divertirse o de relacionarse con sus cuerpos… “Queríamos huir de eso. Ya lo habíamos hecho. Fiestas, drogas, sexo, aburrimiento, la nada… Habíamos dado un contexto. Ya estaba. Ahora, queríamos separarnos de nosotras mismas y experimentar”. Quizás también porque Ana, haciendo un spoiler a esta entrevista, tampoco es la misma y sus preocupaciones y sus intereses y sus “comeduras de coco”..., quizás porque ya ha vomitado lo que antes le hacía daño…, ahora, son otras cosas. “Hubo una Ana que buscaba sin encontrar la mujer que era, o la actriz que era. Quiénes eran sus referentes, cuál era su lugar… Hasta ahora, que tengo otro camino. Había una Ana a la que le interesaba la belleza, a la que le obsesionaba su relación con el físico, con el mundo, con lo que le rodeaba. Y ahora... ahora me preocupa…”.
“La religión va en nuestro ADN, nos rodea. En España forma parte de nuestro imaginario y, para mí, forma parte de mi sensibilidad”
—¿El qué?
—La palabra, el espíritu, la fe… No me daba cuenta, pero, viéndolo con perspectiva, vivo otro momento. Que he hecho un... ¿buen viacrucis? (ríe) Y estoy, no sé si en paz, pero sí en otras dudas.
Nos lo cuenta porque va a salir a la luz su alter ego . Ana Rujas, la actriz/modelo o la modelo/actriz, tenía un perfil en Instagram donde podíamos verla en fotos cuidadísimas, maquillada, en producciones de moda, con vestidazos, en hoteles y alfombras rojas… Pero tenía otro, La otra bestia, donde aquella efigie hierática y perfecta de belleza casi irreal se desmoronaba para contar otras historias, más oscuras, más crueles, más reales. También sus vicisitudes más absurdas, más comunes, más terrenas, más juveniles. Donde se mostraba sin artificio y se rendía a su imaginario. Esos textos, historias y reflexiones, escritos a lo largo de los años, se recogerán ahora en un libro titulado precisamente así, La otra bestia.
—Incluso en las historias contadas por mujeres parece que lo femenino nunca es tan descarnado como lo que cuentas tú. Como si otros tendieran a dulcificar las cosas, a pintarlas de rosa. Tú, no.
—Es que la gama de colores es más amplia. A mí me sale natural y creo que si es descarnado es porque es muy honesto, porque es muy de verdad. No me había parado a pensar lo que dices, pero… (ríe) puede ser. Mi visión de la mujer es sincera. Una mujer puede hacer mal las cosas y asumir lo que se le viene encima. Asumirlo de más, de hecho. Y quizás, si eso se plasma en una historia de ficción, habrá quien le ponga a un hombre delante para que le diga: “Tía, no pasa nada”, y le dé un abrazo. Yo, no. Porque eso no pasa. De hecho, es más probable que te den la espalda. Por ser mujer no te tiene que ir mejor la vida ni es más fácil.
“Mi visión de la mujer es sincera. Una mujer puede hacer mal las cosas y asumir todo lo que se le venga encima. Asumirlo de más, de hecho”
—Sea como fuere, es algo nuevo. Seguro que muchas espectadoras que te lo habrán dicho, ¿no?
—Muchas. Me han dicho cosas preciosas. Mensajes alucinantes. Me emociona (se humedecen sus ojos). Me llega al corazón. No te esperas que te vayan a dar las gracias por contar un momento íntimo que tú ni siquiera sabes qué significa.
—Que en esa búsqueda de tu identidad, hay gente como tú o igual que tú, ¿no?
—Exacto. Que se sientan identificadas.
—Hay quien dice que el arte le salva la vida.
—En mi caso, no sé si fue una revelación. Yo creo que tenía hambre por hacer. No sabía qué me estaba pasando, pero empecé a plasmarlo en textos. No estaba muy conforme con lo que hacía en mi vida, con lo que estaba teniendo, con lo que me encontraba delante… Pero sabía que no era así, que mi camino era otro y que estaba andando por una senda que no era la mía.
—¿Ahora sí lo has encontrado?
—Estoy más segura. Voy pisando más fuerte, ¿más determinada? Porque ya tengo un camino (sonríe). Y empiezo a tener muy claro quién soy, qué quiero y qué hago. Creo que he tenido suerte. He encontrado una senda y soy afortunada, porque podría haber estado perdida todo el rato. Ahora, todo cobra sentido.
—¿Me mandarás ese libro?
—Vale, pero, léelo pensando que estaba en espera. Y, Luis, la espera ha terminado.