“Si usara el beige, nadie sabría quién soy” dijo en una ocasión Isabel II. Y es que durante sus siete décadas de reinado, la difunta Soberana impartió una clase magistral sobre cómo vestirse con elegancia y determinación. Convertida en todo un icono de estilo, y no precisamente por seguir las últimas tendencias, la Monarca siempre dio una lección de inquebrantable identidad a la hora de vestir. De hecho, ella nunca seguía las modas que dictaban los diseñadores sobre la pasarela, sino que más bien eran ellos los que se inspiraban en su guardarropa.
Nunca llamativa ni ostentosa, pero siempre reconocible al instante entre la multitud gracias a sus coloridos conjuntos, la Reina de Inglaterra nunca uso nada en su vestimenta por accidente, pues siempre utilizó su atuendo con cierto simbolismo, recuerriendo a tonos, motivos y accesorios que hablaran del evento al que asistía, el jefe de estado con el que se reunía o la nación que visitaba.
Siempre impecable y acorde a cada ocasión, el armario de Isabel II guardaba ciertos secretos y os descubrimos a continuación:
Bolitas de plomo en los dobladillos
La Reina de Inglaterra nunca a lo largo de su vida fue sorprendida con la guardia baja por una ráfaga de viento, ni se la vio corriendo detrás de uno de sus sombreros ni sujetándose la falda conta las piernas para evitar una escena al más puro estilo Marilyn Monroe. Y es que cualquiera de estas situaciones hubieran sido muy violentas para su Majestad, por eso Isabel II llevaba bolitas de plomo cosidas en sus dobladillos evitando así momentos embarazosos.
Bolso multifunción
Si por algo era identificable Isabel II era por su inseparable bolso de mano cuadrado de Launer London. Su idilio comenzó en 1968 cuando el fundador le mandó uno como regalo y ella quedó completamente encantada. Tenía cientos de versiones, aunque todas ellas eran muy similares y su diseño tan solo sufrió algunas modificaciones para que el asa que adaptara perfectamente a su muñeca. Sin embargo, lo más llamativo de este complemento es que no solo se usó como una declaración de moda, sino también para transmitir mensajes. A falta de poder comunicarse verbalmente con su personal durante sus salidas y compromisos oficiales, Isabel II usaba su bolso para deshacerse cortésmente (y en secreto) de las personas con las que estaba hablando, cambiandolo de una mano a otra. Y si la Reina dejaba su bolso en el suelo, la situación era aún más crítica, pues significaba que era hora de abandonar el lugar inminente.
Zapatos usados
Desde hace más de 50 años, Isabel II fue fiel a un estilo y marca de zapatos hechos exclusivamente para ella por Anello & Davide. Sin embargo y a pesar de estar hechos a medida, la Soberana tenía quien se los diera de si, y esta no era otra que su asesora personal, Angela Kelly , quien se calzaba los zapatos de su majestad para que ella en el momento de usarlos no sufriera rozaduras.
Evitar la sudoración
Además de usar telas que se no arrugaran con facilidad y estampados sutiles para evitar que se vieran las marcas, en determinados conjuntos de la Reina se colocaban almohadillas desmontables en las axilas para ocultar la transpiración.
Sombreros
La Reina nunca acudía a los eventos oficiales sin sombreros, pues era una de sus señas de identidad. Estrenaba alrededor de 70 sombreros al año y poseía un total de 5.000 tocados diferentes aunque ninguno de ellos los usó más de diez veces a lo largo de su vida.
Paraguas personalizado
El paraguas favorito de la Reina era el de la marca Fulton. Era completamente transparente para que la gente pudiera verla y tan solo tenía un ribete de color que era especialmente diseñado para ella haciendolo combinar con su atuendo. Su precio rondaba los 30 euros.
Tonos neutros en la intimidad
En la tranquilidad de sus aposentos, la reina Isabel II, amazona y amante de los animales, prefería los tonos neutros. Los tweeds, las botas y los impermeables sustituían a sus trajes y el sombrero era sustituido por un pañuelo triangular de seda. Mientras estaba en el Castillo de Balmoral en Escocia, la Reina usaba con orgullo el tartán de Balmoral diseñado por el Príncipe Alberto, su tatarabuelo.