En la década de los setenta y la de los ochenta, no había fiesta de relevancia o acontecimiento social que se preciara de serlo si no contaba con la presencia de Carmen Martínez-Bordiú . Mujer de bandera y con una fuerte personalidad, desde muy joven, antes de casarse con el príncipe Alfonso de Borbón Dampierre, ya era considerada todo un icono de estilo. En su época, era lo que hoy conocemos como toda una it girl.
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Apasionada de la alta costura, fue en su etapa parisina, durante su matrimonio con Jean-Marie Rossi, época en la que trabajaba como cronista de moda, cuando empezó a frecuentar las grandes maisons francesas y fue ampliando su armario con piezas de ensueño. Pero antes de convertirse en la esposa de un príncipe, ya vestía alta costura española. Como en su puesta de largo, una memorable fiesta que reunió a setecientos invitados, celebrada el 16 de julio de 1969, coincidiendo con el día de su Santo. Carmen, de dieciocho años, fue presentada en sociedad con un traje de alta costura de Pedro Rodríguez, realizado en seda salvaje y bordado con pedrería.
Tras conocer a Alfonso de Borbón, nieto de Alfonso XIII, durante un viaje que Carmen hizo con sus padres a Suecia, empezaron a salir en serio. Se convirtieron en los novios de España y Carmen, fascinaba desde la portada de ¡HOLA con sus abrigos en animal print , un estampado que siempre ha sido uno de los favoritos de la actual duquesa de Franco.
La petición de mano tuvo lugar en el palacio de El Pardo en diciembre de 1971. Carmen llevó para un día tan señalado un vestido rosa, con el bajo de la falda repleto de plumas, un diseño de alta costura, de escote halter y silueta tail hem, confeccionado por otro de los grandes modistas de la época, el granadino Miguel Rueda.
Ya en ese momento había cambiado el color de su oscura melena por un rubio dorado, otro síntoma de la personalidad indómita de Carmen, en una época en la que la mayoría de las chicas de alta sociedad seguían unos cánones estéticos que no admitían demasiadas extravagancias.
El día de la pedida, Carmen le regaló a Alfonso la promesa de un retrato suyo pintado por Dalí y él una sortija, que había pertenecido a su abuela, la reina Victoria Eugenia, y una pulsera de brillantes. Prepararon la boda Alfonso y su madre, Emmanuella Dampierre, mientras la novia daba clases de flamenco, en la biblioteca, con una hija de Caracol.
“Estaba ilusionada con mi boda, pero nunca la vi como el cuento de hadas que decía la gente, aunque sí tomé la decisión de que el vestido de novia me lo tenía que hacer Balenciaga”, confesaba Carmen en sus memorias. Su traje ha pasado a la historia como una de las joyas del genio de Guetaria, además de su última creación, puesto que poco después de la boda, celebrada el 8 de marzo de 1972, Balenciaga fallecía el 23 de ese mismo mes mientras estaba de vacaciones en Jávea.
Durante su primer matrimonio con el duque de Cádiz, Carmen disfrutó de una intensa vida social. Fueron años de galas y fiestas, en los que la duquesa fue atesorando en su armario trajes dignos de una princesa. Años más tarde, en 2003, la madre de Luis Alfonso de Borbón decidió desprenderse de parte de su magnífica colección de trajes de alta costura procedentes de las principales casas francesas e italianas. Un total de 65 modelos, que salieron a subasta en una sala parisina con una destacada excepción: el vestido de novia que le hizo Balenciaga.
En el lote había diseños de Jean-Louis Scherrer, uno de sus predilectos, de Ungaro, Lanvin, Yves Saint-Laurent, Dior, Nina Ricci y Cardin y Chanel, uno de los cuales, un modelo azul celeste, había pertenecido en su día a la princesa Carolina de Mónaco.
Al igual que en cuestiones de amor, Carmen, espíritu libre que en ocasiones no ha dudado en dar un ‘volantazo’ y soltar lastre para cambiar de rumbo, para huir de lo negativo y seguir su periplo en busca de la felicidad, se ha atrevido con todo en lo referente a su atuendo. Escuetos bikinis, caftanes, transparencias, estampados psicodélicos, escotes de vértigo, color block... Todo lo ha llevado una mujer a la que la moda siempre le ha fascinado, pero a su manera.
“No me gusta ir vestida de señora. Si tienes unas buenas piernas, ¿por qué no te vas a poner una minifalda? Otra cosa es que vayas provocando o ridícula. Eso no, creo que tengo el sentido del ridículo muy metido, y si no, siempre tendré alguien al lado que me lo recuerde”, decía entre risas en ¡HOLA! hace unos años.
“Me fijo mucho en cómo se viste la gente joven, la gente de la calle. Me gusta lo clásico, pero no aburrido ni avejentado, sino con un toque actual. Me gusta más cómo visten las francesas o las italianas que las españolas. Creo que en España tenemos un toque de cursilería innato”, decía en la misma entrevista.