Cuando nos referimos a perros con pedigrí nos vienen a la cabeza las mejores razas, las más difíciles de conseguir y las que mantienen una pureza en su genealogía que les hace ser pertenecientes de forma clara e inequívoca a una raza concreta, sin mezclas ni lugar a dudas. Al otro lado de la balanza, cuando nos referimos a perros que no tienen este nivel de pedigrí sino todo lo contrario, se les suele demostrar fácilmente a los perros mestizos diciendo que es un mero 'chucho'. ¿Qué hay de relevante en el pedigrí? ¿De verdad es tan importante como parece?
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Los perros se domesticaron hace la friolera de 30.000 años, en el paleolítico ya existió una alianza entre lo que por aquel entonces todavía eran lobos en proceso de domesticación y el humano ancestral. No fue hasta 12.000 años después que conseguimos desligar al perro de sus instintos asesinos heredados del lobo, y fue cuando el ser humano decidió que era importante mantener las razas puras, por una cuestión práctica, pues nos dimos cuenta de que una raza era mejor para el pastoreo por sus condiciones físicas y temperamentales, pero que había otras que eran más capaces de vigilar el hogar, o de tirar de trineos. Cuando las razas se mezclaban, el resultado era impredecible, y podría perder ambas facultades.
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El pedigrí: una medida de estandarización
El motivo primordial de mantener el pedigrí de los perros fue siempre la predictibilidad, establecer líneas rojas inamovibles en lo que íbamos a encontrarnos en las camadas. Si queremos un perro capaz de correr en carreras como un rayo, tendremos en cuenta tener un galgo puro, que no pueda plantearnos dudas entre un posible cruce con un bulldog francés (que sería la antítesis de la velocidad). Si queremos un perro de compañía meloso y divertido querríamos una camada de bichones malteses, y no querríamos rasgos de un podenco, que son mucho más nerviosos y que agudizan claramente su faceta cazadora.
Es cierto que las razas de perros no tienen un temperamento propio únicamente debido a su raza, sin embargo es su constitución física y sus necesidades para ejercitarse las que pueden hacer que una raza sea más explosiva que otra. Por ese motivo, para controlar que el temperamento ligado a la anatomía permanezca inalterable y predecible, se han potenciado los pedigríes desde épocas inmemoriales. Sin embargo, se le ha sumado un valor más, el de la elegancia, pues se ha estimado que un perro de pura raza es más valioso o incluso más noble, en contraposición de aquellos que no son considerados de raza.
Por tanto, la principal ventaja de un perro con pedigrí es que desde antes incluso de su nacimiento vamos a poder conocer a grandes rasgos cuál es su comportamiento, pues al mantener estables todos los parámetros y cualidades de su raza, sabremos que anatomía tendrá sin lugar a dudas, y como ésta le forzará a necesitar u ofrecer más o menos ejercicio, entrega, territorialidad, así como más o menos socialidad, y un entendimiento mejor o peor con los niños. No es que los perros sin pedigrí sean inestables, sino que hasta que no han nacido y se han desarrollado no podemos saber de forma clara qué facultades han desarrollado heredadas de sus padres, abuelos y demás antecesores.
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Los perros con pedigrí tienen un gran contra
Aún hoy, miles de años después de la domesticación de los canes, se sigue manteniendo de forma ortodoxa la separación entre las distintas razas y allá donde vemos a un golden retriever somos capaces de determinar que lo es al 99%, tan solo por su aspecto y comportamiento, y lo mismo ocurre con el resto de razas. Esto es así porque socialmente se ha estigmatizado profundamente a los perros que no cuentan con unas cualidades estancas y concretas, las del pedigrí, sin embargo esto no atiende a motivos tangibles. Lo cierto es que un perro de una raza que a priori es arisca con los niños como el teckel puede resultar un amor con nuestros hijos y un bichón maltés desarrollar un carácter difícil de compatibilizar con los más pequeños de la casa. El temperamento de un perro no suele ser un problema, gracias a una correcta educación, sin embargo es impredecible aun en casos de razas inequívocas.
Los perros de pedigrí tienen un gran problema que arrastran desde épocas remotas: dolencias congénitas. La forma en la que los seres vivos mejoramos nuestra resistencia y hacemos evolucionar nuestros organismos se basa en la mezcla de genéticas, cuanto más mezcla, en principio, podremos disponer un repositorio más variado de mejoras frente a dolencias propias de una raza. Además, cuanto más pura es una raza probablemente arrastre más endogamia de consanguinidad, y de forma reiterada, por lo que se acrecientan las posibilidades de padecer determinadas enfermedades.
Los doberman, cocker spaniel, golden retriever, bóxer o pastor alemán, cuando son de pura raza son más propensos a sufrir cardiopatías congénitas, concretamente la cardiomiopatía dilatada, que hace que el corazón se agrande y sufra por ello contracciones inadecuadas que producen fallos en la circulación sanguínea. Estos son problemas congénitos que la naturaleza ha previsto mejorar con una clave que el ser humano evita manteniendo una ponderación del pedigrí: la mezcla de razas, que aporta una mayor diversidad de anatomías y una variedad genética que diversifica y hace evolucionar a las especies.
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