Cuando adoptamos a una mascota lo hacemos sabiendo qué animal es. De hecho, no cualquier especie encaja bien con cualquier persona. En función del grado de interacción que deseamos nos decantamos por un perro, un gato, un pez, un pájaro o un reptil. El abanico es muy amplio y, precisamente, hay una mascota ideal para cada persona. Sin embargo en el caso de los perros, y cada vez más también con los gatos, ocurre que los dueños les humanizan considerablemente y eso puede tener algunos riesgos.
¿A qué llamamos humanizar? Es cierto que todos deberíamos tender a tratar a nuestras mascotas como parte de nuestra familia. En el caso de los perros (y en menor medida los gatos), ellos nos consideran su manada, su grupo familiar de confianza, ellos nos defenderían y nos seguirían allá donde fuera necesario. Sin embargo, el problema de la humanización de los animales surge cuando no tenemos en cuenta su comportamiento intrínseco, es decir, su instinto natural, e interpretamos constantemente que son o bien personas, o lo que sería peor: bebés humanos.
Aunque a priori pueda parecerte exagerado, humanizar a las mascotas es tenido en cuenta por los expertos en adiestramiento animal como una forma de maltrato, y así está recogido en la nueva Ley de Bienestar Animal, que promulga sanciones a quienes traten de modificar el comportamiento de las mascotas hasta el punto de que se vean obligadas a comportarse de una forma mucho más allá de lo que les marca su instinto y naturaleza. Claro, esto se está refiriendo a casos extremos, que también los hay, pero nos ayuda a poner el foco en que la cuestión referida a la humanización no es un tema superfluo.
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Rasgos de humanización de una mascota
La especie animal que es el objetivo de las mayores humanizaciones es el perro, por su carácter dócil respecto a sus dueños, su gran paciencia y cierta bonachonería. Los perros no suelen poner oposición a nuestros deseos, razón por la que es necesario poner mayor atención respecto a la posible humanización, pues podemos traspasar la línea roja sin apenas darnos cuenta, e incluso creyendo que el animal está disfrutando o muestra conformidad.
Un rasgo muy evidente de humanización sería vestir su cuerpo, no solo cuando el frío y la lluvia sean intensos. Es importante tener en cuenta que como animales que son, están preparados para hacer frente con su propio cuerpo a las inclemencias del tiempo, aunque es cierto que algunas razas que viven entre nosotros son más cálidas y pueden llevar peor el frío, y a la inversa. Pero el hecho de que un perro vista con ropa similar a la humana gran parte de los días del año o que se le hagan arreglos de peluquería como trenzas, coletas o moños, puede ser un indicio claro de que existe un rasgo de humanización. Una explicación a los recogidos de pelo pueden ser: ‘es que si no se lo hago, no ve bien’. La respuesta que dan los expertos es: probablemente vea bien, si es el corte de pelo que debe tener esa raza, pero de no serlo, la opción sería: cortar, no recoger.
¿Pero qué tiene de malo vestirlo o recogerle el pelo? Es un problema con dos filos, por un lado cuando a un animal le vestimos a diario estamos imponiendo una acción que va en contra de su comodidad, aunque el animal no lo manifieste, es impropio de su confort tener ropa. Por otro lado, estamos generando un hábito en él del que posteriormente le podría costar desprenderse. Y por último, estamos generando una relación que vulnera el respeto a la condición de animal que él posee, haciendo prevalecer por encima de ésta la condición humana, valorando como positiva la humanización y como negativos los instintos y las necesidades propias de su especie, lo que a medio-largo plazo nos llevará a confundir términos mucho más dolorosos para el animal como el tipo de amor o correspondencia social que se espera de él.
Por ejemplo, un rasgo pernicioso de la humanización es pretender que el animal coma los mismos alimentos y preparaciones que nosotros. En especial en el caso de los perros, que son más voraces con la comida y ponen menos remilgos a hincarle el diente a casi cualquier cosa, esto puede ser un problema porque su organismo no está preparado para digerir cualquier alimento ni cualquier preparación.
También existe el caso de personas que tratan de que el animal pida activamente hacer sus necesidades con un ladrido o un lloro concreto, o incluso que las hagan directamente en el WC. Puede parecer más cómodo y más inteligente, pero que los perros paseen por el exterior y que de forma natural sean conscientes de que es un entorno en el que poder hacer sus necesidades es una cuestión que va más allá de la practicidad. En muchos aspectos, orinar es un rasgo de interacción con el entorno, con un rasgo territorialista y también de inspección. Si limitamos esa forma que tienen de husmar buscando su lugar, y de hacer sus necesidades mientras observan el espacio y a otros perros, les estamos sustrayendo una parte importante de su acciones instintivas que constituyen una pieza importante de su relación con el medio.
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Más allá de darle cariño a un perrito lindo
Tratar a nuestro perro como a una personita, casi un bebé, mimarlo y cuidarlo en extremo no permitiéndole que camine cuando creamos que está cansado, o no relacionarse con otros perros, no ladrar o no husmear, a la larga produce severos reveses en su comportamiento, porque estamos moldeando su comportamiento por encima de lo que sus instintos quieren permitir.
Si el perro no exterioriza este malestar, simplemente se reflejará en su estado de ánimo, podrá parecer tristón y desmotivado, lo cual es un rasgo de estrés y ansiedad por padecer una serie de reglas que no acaba de poder admitir o entender. Por otro lado, si es un perro con un talante más efusivo podrá incluso tener reacciones de shock que pudieran ser agresivas. Y tanto denotar frustración, bloqueo e infelicidad.
¿Pero cómo puede ser infeliz un perro al que se le da todo el cariño del mundo? La respuesta es sencilla: porque el cariño que damos los humanos no tiene traducción en el universo canino (o felino). Los animales no quieren, ni son leales, ni son educados en la misma medida o forma que los humanos, ni comprenden ni comprenderán jamás qué significa para nosotros esos términos, como tal vez nosotros no consigamos comprender nunca los suyos. Que un perro olisquee los genitales de otro, incluso sus heces, puede parecer un gesto de enorme mal gusto para un humano, pero es su forma intrínseca de socializar. Por el contrario, nosotros esperamos un amor leal y coherente, y por mucho que esperemos que el perro nos corresponda, no lo podrá hacer bajo esa misma partitura, porque para él el amor es sentirse útil, libre, defensor y compañero, no como un bebé humano, sino como lo que es, un perro.
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