La decisión de ampliar la familia con un perro está tan cargada de responsabilidad que no es extraño hacer una evaluación muy exhaustiva sobre qué raza nos conviene más en función de si vivimos solos, si tenemos un bebé o hijos adolescentes, o si el tamaño de la vivienda permite ir holgados de espacio o es más bien minimalista. Saber elegir el tipo de perro que se ajusta a nuestro ritmo de vida es fundamental, y es una de las preocupaciones más importantes de los refugios caninos, pues si no calibramos bien ese encaje pueden surgir conflictos en una decisión que, no lo olvidemos, es para más de una década de nuestra vida.
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Sin embargo, uno de los indicadores más relevantes a la hora de saber si un perro podrá encajar positiva o negativamente en nuestro hogar es la raza. Es muy común etiquetar a los basset hound como pasivos, los pomerania como nerviosos o al bichón maltés como tranquilo. Pero no es una cuestión únicamente de temperamento, también de inteligencia, la famosa escala definida por el neuropsicólogo Stanley Coren realiza una evaluación pormenorizada de la inteligencia de hasta 79 razas de perro, y en muchos sentidos este rasgo evaluado describe también su talante. El galgo afgano, por ejemplo, es según este ranking el menos inteligente, y también se considera el más indómito e independiente. ¿Pero es de verdad una cuestión de raza?
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Un estudio científico ha dado la clave
Investigadores de la Universidad de Massachusetts y de Harvard han realizado el estudio más completo de genética canina hasta la fecha con el objetivo de comprender hasta qué punto la raza es un condicionante importante para predecir el carácter de un perro, por encima de otras variables como el sexo, la forma física, la socialización o su adiestramiento. Este estudio, publicado en la prestigiosa revista Science y avalado por el proyecto científico Darwin’s Arks, ha basado su trabajo en más de 2.000 análisis de genomas de perro de un total de 78 razas puras (las estudiadas por Stanley Coren en su ranking de inteligencia), además de una muestra significativa de perros mestizos.
Además, se recopilaron encuestas parametrizadas a más de 18.000 dueños de perros, para intentar comprender qué caracteriza a cada raza, o si existen patrones inequívocos para designar a priori un temperamento, inteligencia o hábitos a una raza concreta de perro. Tras estas evaluaciones los resultados no dejan lugar a dudas: solo 11 puntos del genoma canino parecen asociados directamente al comportamiento. Es decir, sí existen variables genéticas que predestinan a un perro a ser más obediente, nervioso o ladrador, pero no están relacionadas con la raza, sino con la herencia concreta de sus progenitores.
Por tanto, los investigadores rechazan que la raza sea un elemento que determine fuertemente el carácter del perro, y estiman que solo un 9% de ese temperamento está asociado a un perfil exclusivo de raza. Porcentaje que se acrecienta en aquellos perros que provienen de razas más antiguas y que se difumina en las modernas. Esto tiene una explicación, y es que los genomas necesitan cientos de años para asentar un carácter predominante en una raza concreta, por lo que los basenji que tienen una antigüedad superior a los 5.000 años, pueden contar con un mayor asentamiento de estos genomas y los mudi, que sería la raza más joven que se conoce, son todavía una caja de sorpresas porque todavía su genética no se ha estabilizado.
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¿Entonces hay rasgos que determinan el comportamiento de un perro?
Para saber cómo será un perro que aún es cachorro hay dos rasgos algo más determinantes que su raza: su género y complexión. Es decir, si es macho o hembra, desarrollará unas aptitudes innatas en la genética canina a la hora de relacionarse con su género, el contrario, con otros animales o seres humanos. Los machos son más territorialistas e imponen más actitudes físicas a su relación, y las hembras son más calmadas y reflexivas.
Por otro lado, la diferencia más notable está en la anatomía de cada perro, que sí viene dada por su raza. Los perros de razas más ágiles dan como resultado perros más activos, que si no se ejercitan pueden resultar incluso nerviosos. Y los perros más pesados desarrollan un carácter más pausado y perezoso. Esto, que es de sentido común, se puede apreciar pormenorizadamente en la necesidad de ejercicio y juego, pero también en su aguante al frío y al calor por una cuestión puramente anatómica. Los bulldog franceses son más bien holgazanes, porque su respiración no les permite grandes alardes físicos. Los galgos son muy activos en zonas cálidas, pues su carencia de grasa y tipo de piel les permite no sufrir el calor, sin embargo en ambientes fríos se vuelven más perezosos, reservados, y esto podría llevar a su carácter hacia la irascibilidad.
Otra variable muy importante a la hora de comprender el carácter de un perro es su edad, y esta es una cuestión general a todas las razas e incluso podemos extrapolarlo a los seres humanos. Los perros jóvenes son más despreocupados, ágiles y sociables. Con el paso del tiempo los perros se vuelven más reflexivos, pues tienen más elementos de memoria que les encauzan a variar su comportamiento en función de sus experiencias anteriores, además, son menos ágiles y en ocasiones la socialidad se frena por sentir los achaques de la edad.
En resumen, los rasgos genéticos de las razas puras no parecen determinar contundentemente el carácter de los perros, y para decantarnos por un can u otro conviene centrar nuestro juicio más bien en el individuo: cuál es su carácter único. En todo caso el sexo, su configuración anatómica y la edad serán criterios a tener en cuenta para comprender si el perro es más o menos nervioso, cuidadoso o pasivo.
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