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Gatos

Qué tener en cuenta para la buena convivencia entre niños y gatos

Los gatos pueden parecer mascotas ariscas para convivir con niños, sin embargo tus hijos tienen una oportunidad extraordinaria para desarrollar su empatía y profundizar en el carácter felino: respetar el espacio del otro, educar a la mascota con responsabilidad y valorar la vida ajena.


Actualizado 12 de mayo de 2022 - 15:36 CEST

Cuando los niños se crían entre animales surge en ellos una empatía única e incomparable, convivir con un animal que depende en parte de ellos y que a la vez es compañero de juegos, aventuras y vida les confiere un punto de vista muy enriquecedor sobre la convivencia, el respeto y los cuidados. Sin embargo, todo esto no es una ley universal, depende de cómo se ajuste la convivencia entre el animal y el niño, para lo que es indispensable que como padres estemos atentos y encaucemos los posibles malos hábitos y los errores en los roles que pudieran surgir.

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Tal vez al pensar en una mascota que pueda convivir bien con tu hijo creas que la mejor opción es un perro. Sin embargo los gatos también están colmados de virtudes a la hora de entenderse bien con los más pequeños de la casa, y si la educación de ambos es la correcta, la convivencia será más que provechosa.

Los pilares de una buena convivencia

Quién es el gato y quién es el niño es algo que probablemente tú tengas muy claro, sin embargo, puede haber ambigüedad en algunos roles, y debes ser muy consciente de qué cualidades tiene cada uno de ellos, cuáles son sus límites y cómo se relacionarán.

Idealmente, el gato siempre está por debajo de la jerarquía familiar a la hora de tomar decisiones, saltarse las reglas y atender a sus necesidades. Este es un principio básico con mascotas, no porque sean convivientes de tercera clase, en absoluto, sino porque como seres irracionales no deben obrar a voluntad, pues en ese caso su comportamiento sería arbitrario y chocaría con el del resto de la familia, e incluso, con el comportamiento del resto de la sociedad.

Sin embargo, cuando un gato convive con un niño puede darse la circunstancia de que se salte con más ligereza las reglas dadas. Por un lado, el gato tenderá a pensar que el niño está por debajo de él en la jerarquía familiar. Si el gato es adulto reconocerá que tu hijo es una cría de humano, y por tanto, tiene menos “credibilidad”, por ese motivo, podrá omitir con más motivo las peticiones del niño, y se verá más autorizado a saltarse algunas normas en su presencia.

Por otro lado, los niños tienden a generar conflictos en la educación de las mascotas. Aquello que le negamos al gato, el niño lo puede pasar por alto por mera diversión (darle más alimento del que debe, permitirle subir al sofá si lo tiene prohibido) y así podrá contravenir su adiestramiento confundiendo al felino. El gato sabe de esta manera que unas cosas no las puede hacer en tu presencia, y que cuando el único que está presente es el niño se puede actuar de otra manera.

Si tu hijo tiene más de tres años, es muy importante que le intentes educar en la responsabilidad sobre la propia educación del gato. Las cosas que el gato tiene prohibidas hacer, son así por una razón, y el niño tiene la responsabilidad de respetarlas y vigilarlas. El buen trato del niño al gato no solo consiste en tener una vida pacífica, también en no generar interferencias en su educación y costumbres.

Leer más: ‘¿Está mi hijo preparado para tener una mascota?’

Cuidado con el espacio individual del animal

Al final, los conflictos entre gatos y niños son pocos y concretos. Si crees que son muchos, descubrirás que no son más que variantes de los típicos problemas clásicos, y en concreto uno de los más comunes tiene que ver con respeto al espacio individual del animal.

Los gatos, mucho más que los perros, necesitan que su espacio sea respetado. No solo el lugar donde tienen su cama, juguetes y arenero. Por espacio individual nos referimos al espacio que delimita el propio gato: a su alrededor. Es primordial no interceptarlo, no abrazarlo sin escapatoria y no forzarlo a quedar inmovilizado. Esto, que es un precepto bastante evidente, es el culpable de las disputas gato-niño en el 90% de los casos.

Muchas veces por cariño, o por mera diversión, los niños tienden a querer forzar que el gato se comporte de una determinada manera, que permanezca en un lugar, o que se deje manipular sin límite. Eso genera un rechazo instantáneo en el gato, y fruto de ello puede haber advertencias desagradables del felino, cuando no arañazos y mordiscos.

Sin embargo, descubrirás que el gato le consiente al niño muchas más carantoñas y “retenciones” de las que crees que te permitirá a ti. Esto tiene dos explicaciones, la primera es que los niños son muy osados y una vez que cogen confianza nadie les para, por lo que traspasan las barreras del gato con mucha más naturalidad que tú. Por otro lado, el gato sabe que él es una cría de humano, y tiene una paciencia mayor porque, además, es consciente de que el niño le aporta más diversión, aunque a veces le resulte un poco “excesivo”.

Lo que piensan los gatos

Aunque los gatos son eminentemente territorialistas y, teóricamente, las personas que habitan la casa se supone que no son más que “añadidos” a un techo y una comida razonables, lo cierto es que los gatos marcan igual el territorio que a las personas que conviven con ellos. Es decir, los gatos consideran que su familia de humanos también les pertenece. Por eso, cuando se acercan a ti y te hacen carantoñas apretando su cara junto a la tuya, lo que están haciendo es marcándote con sus hormonas, para que ningún otro ser se atreva a arrebatarte de su propiedad. Eso también marca las relaciones de los gatos y los niños.

Los gatos protegen a los niños, los consideran sus humanos, amigos, familiares y crías propias. Por eso tienen más paciencia con ellos, les buscan más para jugar, suelen preferirlos para dormir a su lado y jamás osarían a mostrarse agresivos con ellos sin antes no agotar todas las advertencias posibles. El gato piensa en tu hijo con todo su amor, si tu hijo le respeta, la relación durará toda su vida.

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