Tener un caballo puede ser accesible
Solemos tener el prejuicio de que el mundo de la equitación es elitista y que solo está al alcance de los bolsillos más holgados. Sin embargo tener un caballo en la familia no es tan inaccesible, de hecho hay muchos ejemplares que necesitan dueño porque han sido rechazados por la equitación profesional u otros trabajos animales. Para ellos la única forma de obtener una segunda oportunidad viviendo una vida digna pasa por la adopción. Hablamos con Eva Piqueras, la “mamá humana” de Faraón, un caballo que ahora tiene 16 años y que para ella es como un perro grande.
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¿Por qué un caballo?
Un día hablando de animales con compañeros, uno de ellos nos contaba que tenía caballos y esta fue su frase textual: “Un caballo es como un perro grande”. ¿Sería verdad que ese animal tan majestuoso y poderoso podía ser tan increíble como un perro? Años después llegó a mi vida la oportunidad de ser la mamá humana de Desplante, el caballo al que yo bauticé de nuevo con el nombre de Faraón.
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Los caballos también se adoptan
Existe otro mundo del caballo distinto del que se nos viene a la cabeza cuando pensamos en la equitación: caballos de competición de miles y miles de euros, clubs súper exclusivos o carreras en los hipódromos. Yo no necesitaba la velocidad de un Pura Sangre Inglés porque no quería correr, ni la resistencia de un caballo árabe porque no iba a hacer Raid. Indudablemente tener un caballo supone un esfuerzo económico mayor que el de tener cualquier otro animal, pero no todo es competición ni élite. También se pueden adoptar caballos a los que proporcionar un “resto de su vida” mejor del que les espera, pues muchos no han tenido mucha suerte en su vida y también se merecen disfrutar de un retiro digno.
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Capaz de dar amor desde el primer minuto
Faraón es un PRE (Pura Raza Española) castaño, careto, castrado, de unos 550 kg de peso, que el mes que viene cumplirá 16 años. Era un caballo del que se querían deshacer. Cuando fuimos a verle estaba cojo por un herraje desastroso, pero ese primer momento al entrar en aquel cuchitril, descubrí al perro grande que llevaba años imaginando. Enroscó su enorme cuello alrededor de las piernas de uno de mis hijos, nos enamoró y ya no hubo vuelta atrás.
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Nunca es tarde
Yo rondaba los 40 y que Faraón llegase a nosotros, me enseñó que los límites nos los solemos poner nosotros mismos. Yo no había hecho nunca deporte, salvo en las extraescolares del colegio y si alguien me hubiera dicho que con mi edad y además con el miedo que me daban los caballos, iba a terminar montando, les habría dicho que estaban locos. Pero así fue. Superé gran parte del miedo que les tenía, me coloqué el casco y aprendí a montar, que cuando es además con tu amigo del alma, se convierte en una sensación indescriptible.
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Si te caes te vuelves a levantar
Montar a caballo es una maravilla, pero hubo 3 ocasiones en las que no fue tan bien y terminé besando el suelo y no precisamente por gratitud. Y creedme cuando os digo que las caídas desde ahí arriba no hacen ninguna gracia. Por suerte el casco, el chaleco y el tipo de caída, hicieron que ninguna llegase a mayores. Lo siguiente que escuché de mi profesora, después de la primera caída tras y asegurarse de que yo estaba bien, fue: “Sabes que ahora te tienes que volver a subir, ¿verdad?”. Fue el ejemplo gráfico de que no sirve de nada huir de los problemas y que, con los animales, igual que en la vida, hay que mirar hacia delante, nunca hacia atrás.
No puedes encerrar a un alma libre
El caballo es un animal que, en su estado salvaje, vive en praderas o en el campo abierto. No puedes encerrar a un alma libre y pretender que eso no pase factura. Hay infinidad de caballos que viven estabulados en boxes, literalmente en “cajones”. Por eso es tan importante la libertad, porque sin ella no pueden huir de lo que les hace daño. Lo mismo ocurre con las personas y con las mil maneras que tenemos de estar encerrados, en un trabajo que nos frustra, en una relación que lejos de hacernos crecer nos hace pequeños, en un rasgo de nuestra personalidad que no nos sentimos libres de mostrar o en un cuerpo que no nos corresponde.
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Como animal gregario, necesita un líder
Los caballos en libertad tienen jerarquías y por tanto existe la figura del líder. Y algo muy llamativo, no tienen ego. El líder lo merece y es éste en quien confían a pies juntillas, porque de esa figura depende su propia supervivencia. El caballo es presa y por eso tiene los ojos ubicados a ambos lados de su cabeza. Si el líder corre, es que hay peligro y hay que correr. Ese liderazgo me ha enseñado a trabajar la confianza con él, pero también con los que me rodean. “Es mejor convencer que vencer”.
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Son grandes compañeros de sobremesa
La energía que necesitan a su lado es tranquila, para sentirse seguros. Yo paso mucho tiempo con él, simplemente sentada sobre el heno. Pero en momentos especialmente duros, cuando me quedo largas horas a su lado: él ha sido mi mejor terapia, porque para recibir sus mimos y atenciones, antes tengo que calmar mis nervios y el batiburrillo en mi cabeza, porque si no él me ignorará por completo. Y llegar a ese estado de calma sin mediar palabra es simplemente magia. Diversos estudios demuestran que los caballos intuyen nuestras emociones.
Es capaz de acompasar su corazón al tuyo
Como presa que son, los caballos duermen de pie. Sueles saber cuándo duermen porque descansan una de sus patas traseras. Sólo se tumbarán cuando se sientan absolutamente seguros, por eso que se tumben a tu lado es un auténtico regalo. Son animales tan sensibles que son capaces de sincronizar sus latidos con los tuyos. Si te subes a ellos nervioso e inseguro, la fiesta está asegurada porque no habrá nada que les convenza de que estar allí es la mejor opción y no galopando en dirección contraria: sabe que algo te preocupa y querrá que escapeis de ello.