Se trata de un transtorno mental que conduce a quien lo padece a acumular un gran número de animales en su hogar. Como ocurre con muchas enfermedades mentales, el síndrome de Noé también está mal reflejado por la cultura popular. La imagen recurrente de “la vieja de los gatos” de Los Simpson y de otras ficciones hace pensar que aquellas personas que acumulan animales en su hogar o bien son excéntricas o padecen algún tipo de desequilibrio leve.
Sin embargo, sufrir el síndrome de Noé equivale a cualquier otro trastorno mental serio, es un impedimento muy grave para llevar una vida saludable y, lo que es más importante: constituye un riesgo para la salud de todos los seres implicados, el propio enfermo, los animales y su entorno.
¿Cuál es la frontera entre el amor y la enfermedad mental?
Como en otros aspectos de la salud mental la barrera que delimita ambas cosas es el daño que produce una actitud irrefrenable. Cuando una práctica, costumbre o necesidad se realiza de forma compulsiva, es decir, sin poder ejecutar un control consciente y racionalizado, y cuando hacerlo produce una merma de la salud propia o de los demás, estamos hablando de un trastorno, una adicción o un síndrome, y no de un placer excéntrico o muy constante, pero inocuo.
Aunque el síndrome de Noé parece tener una raíz bienintencionada, el amor por los animales, realmente se trata de un trastorno que convierte a la persona que lo padece en un esclavo y a los animales en víctimas: cuando encuentra un animal extraviado lo acumula, con la merma de condiciones higiénicas que eso implica para el resto de los que ya conviven en su casa. El mayor problema del síndrome de Noé es que el cuidado que se le puede dar a estos animales es directamente proporcional al número de éstos que conviven bajo el mismo techo, cuanto más animales, más insalubridad, tanto para ellos como para la persona que padece el síndrome.
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Van a la par: Noé y Diógenes
En 2014 se realizó el primer estudio en profundidad en España sobre el síndrome de Noé, de mano de la Universidad Autónoma de Barcelona y el Instituto Hospital del Mar de Investigaciones Médicas, se realizó un seguimiento a 27 personas que padecían este síndrome y que entre todas ellas habían acumulado a lo largo del tiempo un total de 1.218 perros y gatos.
El perfil del enfermo del síndrome de Noé es similar al del síndrome de Diógenes (acumular basura en casa). Es más, según el estudio, casi un 50% de los afectados por este síndrome también padecen el de Diógenes, o lo han padecido con anterioridad.
Son en su mayoría ancianos aislados socialmente. De media, son personas que llegan a tener alrededor de 50 animales de cada especie en casa. El 75% de las veces los animales sufrían heridas, enfermedades infecciosas y parásitos, además de un alto nivel de desnutrición. Todo ello conduce a otra triste consecuencia: cuando los animales fallecen sus cuerpos suelen permanecer en la casa.
Uno de los problemas más preocupantes sobre cómo se aborda actualmente el síndrome de Noé consiste en que cuando las autoridades detectan un caso acuden a retirar los animales del domicilio, por una cuestión evidente de salud pública. Sin embargo, no se trata psicológica o psiquiátricamente el trastorno de la persona que ha generado este hacinamiento, lo que deja desamparado a un enfermo que padece un trastorno y que, por un lado es muy inestable al perder este vínculo emocional, y por otro: necesita volver a hacerlo para conseguir esta estabilidad.
El perfil del enfermo
La mayoría de las personas que padecen este síndrome viven en un aislamiento social completo, no tienen contacto con sus familias y no han mantenido un vínculo suficiente con su círculo de amigos. Esto intensifica la probabilidad de que nadie pueda mediar para que esta situación no se incremente, ni alertar a los sanitarios para que presten su ayuda.
A diferencia de otras patologías con un alto grado de adicción y dependencia, el Síndrome de Noé no se puede ocultar fácilmente: los animales hacen mucho ruido, producen olor, y la persona que los acumula arrastra muestras de ello en su ropa y cuerpo. Sin embargo, se trata de personas completamente aisladas de la sociedad y sin vínculos suficientes para revertir la situación.
Según los estudios, los perfiles coinciden en personas solteras, viudas o divorciadas, es muy poco común que este síndrome se desarrolle en pareja. Además, el nivel económico suele ser medio bajo, generalmente con ingresos o rentas que dificultan los pagos que garanticen unos mínimos de calidad en la vida de estos animales, que suelen hacinarse en pisos no demasiado grandes y en zonas urbanas.
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Síntomas
El síndrome de Noé no es un trastorno que aflore individualmente, sino que suele ir acompañado de otros que sirven de síntomas previos y que posteriormente acrecientan el aislamiento, tales como la demencia, el trastorno delirante, trastorno de apego infantil, trastorno obsesivo-compulsivo o trastorno de la personalidad.
De la misma forma que ocurre con otros trastornos o enfermedades mentales, la persona que lo padece suele negar la entrada a todo aquel que pretenda entrar en su hogar. Esto no es solo una medida para proteger el hacinamiento que está realizando, también funciona como mecanismo de celo ante el “proyecto” que realiza, el valor emocional y la falsa estabilidad mental que le proporciona este entorno de animales tiene un valor obsesivo tremendamente alto, forma parte de un apego que se materializa en un delirio constante, y el hecho de que alguien pueda acceder a este entorno es, para el enfermo, una forma de explotar la burbuja, de pervertir este objeto de deseo y de malograrlo.
Además, en todo caso, un síntoma claro de sufrir este síntoma es la profunda negación, los enfermos no reconocen que esto constituya un problema y suelen explicar que ellos ayudan a los animales y que realizan una labor social ineludible.
No hay que olvidar que los animales son, precisamente, las víctimas silenciosas de este síndrome, pues la gran mayoría de los animales que son intervenidos cuando las autoridades ponen fin a los hacinamientos generalmente suelen ser eutanasiados a raíz del pésimo estado de salud que mantienen por daños, desnutrición, enfermedad o comportamiento.