Cuando vemos a nuestro perro en acción junto a otros de su especie en el parque rápidamente surgen comparaciones evidentes sobre cuál es más dominante, es decir, el perro que parece imponer su presencia de forma más contundente, el que ante una disputa por una piña o una pelota se sale con la suya, el que cuando los perros está tranquilos accede al mejor lugar, y al que no le ladran porque parece defender su estatus frente al resto de la manada.
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Esta actitud dominante también existe en las personas, y es un rol de poder que podemos apreciar en cualquier entorno: el colegio, el trabajo o incluso en el hogar. Existen roles dominantes y otros subordinados. Es decir, quienes parecen estar llamados a liderar y a acceder a los privilegios en primer lugar y quienes se sienten más conformes acatando órdenes y no necesitan ser los primeros en disfrutar de los privilegios.
A lo largo de la historia no han sido pocos psicólogos teóricos y experimentales los que han realizado estudios y teorías acerca del funcionamiento de estas relaciones sociales, tanto en humanos como en animales, Drews, Abrantes y De Waal, establecieron definiciones acerca de la dominancia que, en resumen, define esta actitud como una característica de las relaciones entre dos seres (bien sean perros o perros-persona), y que mediante una subordinación de uno de ellos y una dominancia de otros se genera un reparto 'automático' de los bienes y los privilegios que, en lenguaje humano, podríamos definir hasta como jerarquía (cuando todo el grupo encaja unos roles consecutivos). Eso sí, siempre que no exista agresividad física, en ese caso hablaríamos de relaciones de violencia.
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Cómo funciona la dominancia-subordinación
Aunque parezca una relación injusta, que unos perros actúen de forma egoísta y que otros parezcan plegarse y desistir en acceder a los bienes o privilegios, ésta realmente es una manera orgánica de organizar la convivencia. Porque si tenemos cuatro perros, y todos quieren lo mismo (el mismo juguete, la misma comida, el mismo rincón al sol) y lo quieren a la vez estaríamos ante un conflicto sin solución, más aún cuando al ser individuos sin razonamiento y sin habla no existe la forma de entrar en diálogo o a una alternancia pautada.
Las relaciones de dominancia-sumisión se desarrollan para encajar un orden entre los individuos, sin embargo, como han descubierto los investigadores, esta dominancia o subordinación no es un rol eterno, es decir, un perro que es sumiso con su compañero en casa, no tiene por qué serlo en el parque con cualquier otro animal.
Este encaje continuo de rol, tanto de dominancia como de sumisión, se hace pormenorizadamente en cada situación y se generan dinámicas diferentes en función de qué individuos están presentes. De esta forma estaríamos hablando de un esquema piramidal en continua evolución, porque se ha descubierto que si un perro llega nuevo a un lugar donde varios canes ya tienen organizada su 'escalera' de dominancia y subordinación (donde existe un líder), y esta cadena va progresivamente en descenso hasta el último subordinado, el perro nuevo hallará su lugar y encajará de manera individual y luego colectiva en el esquema, no obligatoriamente como el último de la cadena, sino en el lugar exacto que cree que le corresponde, pudiendo incluso erigirse como el individuo más dominante del grupo si así lo determina y es aceptado como tal por los demás.
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La dominancia es útil para solucionar disputas
La gran utilidad del sistema de dominancia-subordinación es que los propios perros son capaces de organizarse sin atender a cuestiones que para los humanos serían mucho más evidentes (cuestiones económicas, de formación, sociales). Los perros solventan de un plumazo la jerarquía y esto hace que no sea necesario recurrir a la agresividad para solucionar conflictos y disputas.
Esta relación también existe en el marco de convivencia perro-humano, y por esa razón es tan importante marcar al animal cuál es su lugar dentro del engranaje familiar. Los adiestradores y demás especialistas insisten siempre en que el perro debe conocer que su lugar jerárquico en la familia es el último, los humanos siempre van por delante. Esta no es una cuestión discriminatoria para afear el aprecio que podamos tener hacia el perro, sino una medida de organización indispensable.
La imposición de la dominancia humana es una regla que permite agrupar primero a los individuos que razonan (los humanos), que pueden mantener diálogo, negociación y que basan sus vidas en base a unas reglas impuestas por la comunidad (la casa) y por la propia sociedad (el exterior), y por otro lado al final del esquema, los seres que no pueden ser conscientes de estas reglas ni negociaciones y que mantienen un comportamiento basado en necesidades a corto plazo y con rasgos de acción instintivos (los perros).
Los estudios han establecido que los perros tienden a comprender que el esquema de convivencia con humanos no es exactamente igual al que desarrollan con otros perros, y por regla general los perros tienden a obviar la posibilidad de ejercer una dominancia sobre humanos y suelen basar su relación en la cooperación no competitiva.
¿Mi perro es 'alfa' porque ladra mucho a los otros perros?
Un error constante a la hora de evaluar la dominancia de los perros es malentender que cuando un can ladra y se muestra hostil con otros perros de forma reiterada éste es un líder buscando delimitar su papel y alertar a los demás de su condición de dominante. Esto es un error.
La dominancia no se ejerce por la fuerza, sino de tácito. Es decir, el perro que quiere el mejor lugar junto al radiador o que sabe que comerá el primero simplemente actuará de forma directa para conseguir ese propósito, y si tiene que ladrar lo hará justo en el momento de la disputa. Sin embargo, el perro dominante no ladra de forma continua ni su actitud es hostil.
Un perro que demuestre su 'carácter' ladrando y mostrando cierta agresividad de forma constante probablemente sufra un problema de socialización que le esté impidiendo relacionarse de forma normal con el resto de congéneres, esto puede ser por miedo a los otros o por falta de costumbre de comportarse en un entorno donde hay otros perros.
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