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Psicología

¿Es normal querer más a mi perro que a otras personas?

¿Tienes mascota y tu relación es tan profunda y especial que a veces te preguntas si debes preocuparte? Los expertos te aclaran si es normal o no.


12 de febrero de 2021 - 15:10 CET

Si tienes perrogato o cualquier otra mascota o animal seguro que habrás desarrollado un vínculo tan fuerte y especial que le puedes llamar 'amor'. Incluso AMOR en mayúsculas. Y sufres cuando no estás a su lado, te preguntas si estará bien cuando le dejas solo en casa, eres feliz cuando sales a pasear con tu perro o cuando te tumbas en el sofá con tu gato. Y si tienes la suerte de tener un caballo, cuando sales al campo con él será uno de los momentos más felices de tu vida. Es así, no hay duda. Lo que muchos sentimos por estos seres de cuatro patas es amor. Pero, ¿es normal quererles más a ellos que a las personas? Puede ocurrir, pero no siempre es saludable.

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Los estudios avalan el amor hacia nuestras mascotas

La ciencia está de parte de aquellos que disfrutamos de este vínculo tan especial con nuestros 'peludos'. De hecho, un estudio publicado en la Society&Animal Jorunal revela que algunos seres humanos muestran un grado de empatía mayor hacia los perros que hacia otras personas.

Una de las razones por las que experimentamos este inmenso amor es la búsqueda del amor incondicional. Tal como explica Vanesa Carral, psicóloga y adiestradora canina de Wamiz y codirectora del centro Dogtor Animal, este sentimiento que nos une a nuestras mascotas responde a esa necesidad incansable del amor puro, ilimitado con el que soñamos. Y es que los animales de compañía nos quieren en cualquier momento y situación, tanto si estamos tristes, enfadados, si hemos triunfado o fracasado, si somos sociales o solitarios. Y, por supuesto, independientemente de nuestro físico.

Los animales, asimismo, son percibidos, como los niños, como seres inocentes que necesitan nuestra protección y cuidado. Es más, cuando una mascota está bajo nuestra responsabilidad, el cerebro segrega la misma hormona que se estimula en el amor de pareja o hacia los hijos, la oxitocina, nos cuentan desde Wamiz. Por tanto, el cerebro no discrimina el tipo de amor.

Además, como sabemos, los beneficios de compartir nuestra vida con una mascota son muchos. Uno de los fundamentales es el sentirse más acompañado, necesitado y amado, lo que nos libera de ese sentimiento de soledad. También tienen la capacidad de producir cambios físicos que mejoran nuestra salud. Por ejemplo, reducen la presión arterial, relajan y, proporcionan placer y bienestar.

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Dificultades en nuestras habilidades sociales

Ahora bien, ¿es normal querer más a nuestro perro que a las personas? Según nos responde el psicólogo Rafael San Román, de iFeel, depende de lo que consideremos normal. "Las personas somos muy diversas y desarrollamos nuestros afectos de maneras muy distintas. Las hay, por tanto, que desarrollan una relación muy especial con sus mascotas y estas satisfacen unas necesidades psicológicas que otras personas no pueden".

El experto en psicología afirma, además, que el amor hacia los animales es algo muy saludable y que los humanos debemos relacionarnos con ellos de forma correcta y positiva. Sin embargo, si el amor hacia los animales se vuelve patológico no estamos hablando de 'amor', sino de otra cosa como, por ejemplo, de obsesión. Y advierte de que si una persona prefiere antes la compañía de su mascota que a las personas y no puede interactuar con otros seres humanos, sería intersante indagar por qué, ya que estamos diseñados para relacionarnos con seres de la misma especie. "Si queremos más a nuestro perro que a otras personas podemos tener alguna dificultad en nuestras habilidades sociales", añade el especialista.

Asimismo, recalca el experto, aunque la relación con los animales es muy buena y necesaria, debemos tener las suficientes herramientas para poder disfrutar en compañía de otras personas, independientemente de que seamos más solitarios. Si no es así, podemos ocultar un trastorno, especialmente, si nos aislamos de los demás y no somos capaces de establecer relaciones de calidad con otras personas ni realizar, sin dificultad, los intercambios sociales de la vida diaria. Es decir, cuando experimentamos conflictos significativos al interactuar con personas, en vez de perros o gatos, no cuando lo único que nos ocurre es que disfrutamos mucho con nuestra mascota pero sí podemos mantener, sin problema, relaciones con humanos.

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