Sencillas, extremadamente educadas y con una simpatía natural de las que cautivan. Así son Clara y Sofía Gaytán de Ayala, dos hermanas de origen vasco que, a pesar de vivir en Madrid, no olvidan las raíces de su familia. Por eso, cada vez que pueden, se escapan a su caserío familiar en Vizcaya, un lugar mágico lleno de recuerdos donde el tiempo parece detenerse. Además, cerca de este caserío y dentro de los márgenes de la finca tienen uno de sus grandes proyectos: otro caserío donde organizan eventos, una iniciativa de su madre hace más de 25 años.
-¿Qué significa este lugar para vosotras?
-Para nosotras esta casa significa familia, un lugar de encuentro que nos recuerda a nuestra infancia. Hemos pasado veranos, Semanas Santas, navidades… y no solo nosotras, sino también nuestros hijos.
-¿Cuál es la historia de esta casa? ¿Desde cuándo pertenece a vuestra familia?
-Nosotras venimos de una familia vasca, llamada Barroeta, que vivía desde antes del siglo XIII en la torre de Barroeta, a pocos metros de aquí, y que actualmente pertenece a unos primos nuestros. Esta casa, junto con casi 40 caseríos más, pertenecía a la familia. En el siglo XVIII, los Barroeta deciden instalarse en Markina-Xemein y se erige el palacio de Patrokua. Dicha casa se vende en los años 60 y nuestros abuelos se instalan en dos de los caseríos citados anteriormente.
-¿Qué recuerdos tenéis de las vacaciones que pasabais aquí?
-Sofía: Mi madre nos recibía a mesa y mantel; eran días de descanso para disfrutar juntos. Nada más llegar soltábamos las maletas, nos poníamos el traje de baño, hiciera bueno o malo, y nos íbamos a Lekeitio a darnos un baño. Mi madre decía que el agua del mar sanaba y además era buenísima para la salud.
-Clara: Recuerdo salir de casa y no volver hasta el anochecer. Pasábamos los días subidas en el tractor repleto de hierba recién cortada. Ordeñábamos vacas y veíamos cómo nacían los corderitos. Recogíamos huevos del gallinero y castañas de los árboles de alrededor. Un aburrimiento sano donde se aceleraba muchísimo la imaginación.
“Para nosotras esta casa significa familia. Nos recuerda a nuestra infancia. Nada más llegar nos poníamos el traje de baño y nos íbamos a darnos un baño”
-¿Qué es lo que más os gusta de este lugar tan especial?
-La casa es muy acogedora en todos los sentidos. Cuando estás aquí no quieres ir a ningún lado, ya lo decía nuestra madre: “Esta casa tiene chicle”. Nos encanta recibir a nuestros amigos y organizar comidas que se alargan hasta las mil, comer y comer y acabar con una partida de cartas y un buen gin-tonic.
-¿Cómo es el día a día en un caserío? ¿Qué planes hacéis?
-Por la mañana siempre nos vamos a dar un baño a la playa, llueva o haga sol. Sobre las dos, tomamos el aperitivo en el porche. Nunca faltan los pimientos verdes de Guernica, un queso Idiazábal y chistorra navarra. Por la tarde paseamos por el monte, hasta que se hace de noche, nos escapamos de repente a San Juan de Luz o nos vamos a merendar a casa de amigos y familiares que tienen caseríos por la zona. Nos juntamos todos, da igual la edad, y la pregunta siempre es la misma: ¿Quiénes están y cuántos vienen?
-En la otra casa que hay en la finca, os dedicáis a la organización de bodas y eventos. ¿Cómo se os ocurrió la idea?
-Sí, en el caserío Bauskain celebramos bodas desde hace más de 25 años. La idea se le ocurrió a nuestra madre, cuando las bodas se organizaban en la ciudad y no fuera de ellas, como ahora. Tenía mucha visión, era emprendedora y valiente, y desde luego fue nuestro referente. Fue una apuesta suya que le costó sacar adelante, ya que no contaba en un principio con el apoyo de nuestro padre. Convirtieron unas cuadras, que llegaron a albergar 70 vacas pardas alpinas, en un comedor para 400 comensales preservando la esencia de un clásico caserío vasco del siglo XV. Bauskain tiene algo especial que es difícil encontrar en otras fincas.
-¿Qué diríais que lo hace tan diferente?
-Está rodeada de árboles centenarios y muchos los plantó nuestro padre con sus propias manos. Un tilo preside la campa principal, probablemente el más famoso y fotografiado de Vizcaya, ya que esa foto es ya todo un clásico para nuestros novios. El comedor con sus paredes de piedra y vigas de madera es auténtico y acogedor, pasan los años y no pasa de moda; y el protagonismo se lo lleva una antigua vaquería que restauró nuestra madre y que todo el mundo asocia ya a Bauskain.
-Sois excelentes anfitrionas, parece que lo lleváis en la sangre.
-Sofía: Mi marido heredó de su abuela paterna el palacio de Villahermosa en Pedrola (Zaragoza), que también alquilamos para bodas y eventos. Sin duda, este mundo y yo estamos hechos el uno para el otro; mis amigas me dicen que tengo que escribir un libro... ¡algún día, quién sabe!
-Clara: De pequeña, siempre me gustaba estar en la cocina alrededor de los fogones, viendo qué se cocinaba. Me encanta el mundo de la restauración y quién sabe si el día de mañana me pongo al frente de un catering. Desde luego, cuando hay un evento familiar, soy yo la encargada de organizar y preparar el menú.
-Venís de una familia vasca y dicen que aquí el matriarcado es una realidad. ¿Pasa eso en vuestra familia?
-Totalmente. Somos cuatro hermanas y, a pesar de que nosotras hemos tenido mayoría de chicos, siendo Isabela y Micaela las dos únicas niñas, creemos que son ellas las que tienen que liderar la siguiente generación con su buen hacer y sabiduría innata.
-¿Os gustaría que las próximas generaciones disfruten este caserío como vosotras?
-Desde pequeñas nos han enseñado a poner en valor lo que tenemos y a que nos guste lo nuestro, sin fijarnos en lo que tienen los demás. Y eso es lo que intentamos transmitir a la siguiente generación. Muchas veces no es fácil seguir, pero es una responsabilidad y merece la pena lucharlo, porque es entonces cuando llega el disfrute.