Es sábado, el otoño de noviembre -ya casi invierno- aprieta. Por la ventana se huele la lluvia y el jardín con su paleta de rojos, ocres y dorados. La cocina aguarda envuelta en un silencio que solo rompe el crujir de la leña en la chimenea. La luz es tenue, tranquila; los colores claros, azules, blancos; la madera, el barro, los azulejos, el ambiente acogedor, natural, sencillo, precioso.
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Saco despacio una tabla del cajón y pico un pimiento en tiras, el color es brillante, suena el canto del cuchillo sobre la tabla. Corto en trozos la zanahoria de un naranja intenso, también la cebolla mientras escuece en los ojos y siento el roce de las lágrimas rozar la mejilla. “Hay que pasar el cuchillo por el grifo del agua -decía mi madre- para no llorar con la cebolla”; y pienso que las cocinas siempre recuerdan a las madres y a las abuelas. Cocinar es otra manera de dar amor.
Entonces pelo despacio las patatas pequeñas y las dejo enteras, el tacto de la piel es áspero contra las yemas de mis dedos, también pelo los ajos. Frío chorizo, panceta y morcilla durante un minuto en una sartén, el aceite se vuelve rojizo y huele intenso el pimentón. Respiro, lo retiro del fuego y ahora frío los pimientos que crujen y se retuercen en la sartén. Me sirvo un vino tinto y el sabor de la uva y la madera se deslizan con su dulce quemazón por la garganta. El cielo es gris pero la luz casi dorada; canta la lluvia contra la ventana. Incorporo la cebolla con el pimiento y los ajos en la sartén.
Cuando el dorado asoma, añado tomate triturado. Suena bonito el sofrito que ahora vuelco en una olla donde nadan las lentejas. Detrás van las patatas, la zanahoria, un hueso de jamón y una hoja de laurel que inunda la cocina con un aroma intenso y balsámico de notas picantes. Por último, espolvoreo pimentón dulce, todos los colores del otoño en una olla. Pruebo, casi me quemo la lengua, añado un poco de sal. “Chup, chup”… tararea la cazuela por toda la cocina, la mente y los sentidos anclados en el presente, la familia alrededor de una mesa con un mantel de cuadros azules y un jarrón con rosas amarillas, la música de las risas, el sabor de las lentejas, el tacto de los abrazos, el brillo en la mirada. Ya lo he dicho antes, la cocina es otra forma de dar amor.