Aunque es un referente indiscutible de la aristocracia española, hija de los marqueses de Caicedo y mujer de Pablo Hohenlohe, María del Prado se ha esculpido un nombre propio gracias a su trabajo en el mundo del flamenco y del bienestar. Desde 2020 compagina la dirección del Trocadero Flamenco Festival con sus labores como terapeuta de desarrollo transpersonal e instructora de meditación en las que lleva años involucrada -sus retiros mindfulness en los Pazos de Oca son ya legendarios-. Ahora, tras coquetear con la poesía y el relato corto, se estrena como novelista con La buena sombra (Ed. Espasa), una ficción con mucho duende que pone de relieve su cariño por el pueblo gitano. Rodeada de dos grandes amigos y figuras del flamenco, el músico Tobalo -a quien podemos ver todos los jueves en Trocadero Commodore Madrid y en el tablao Las Setas de Sevilla- y el bailaor Polito -telonero de Rosalía; actualmente de gira con el espectáculo Lucha y el musical Malinche-, nos invita a sumergirnos en una de las localizaciones que inspiran la historia: el Madrid castizo de verbenas y domingos de Rastro. Empezando por su piso en el barrio de las Letras, donde ella y su familia se hospedan cada vez que dejan Istán (Málaga) a favor de la capital, y continuando por el mercado de Antón Martín, situado a escasos minutos de este hogar temporal, esta troupe nos enseña cómo vivir arrancándose por bulerías.
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-Cuéntanos de qué trata el libro y qué te llevó a embarcarte en esta aventura.
-Me encanta inventar personajes y situaciones. La novela gira en torno a los amores prohibidos de dos generaciones, una madre y una hija. El primero, en los años 80, transcurre en el campo de Gibraltar; el segundo, en la actualidad, se da entre una paya y un artista gitano.
-De hecho, esta pareja se conoce en el tablao de Villa Rosa de Madrid. ¿De dónde viene tu afición por el flamenco?
-Mi interés por la música viene de cuna. Mi padre era un gran melómano y nos inculcó esta pasión desde que nacimos. Por el flamenco también, aunque fue hace cinco años cuando empecé a profundizar más. Es un género que me sobrecoge y emociona.
-Tanto es así que co creaste Trocadero Flamenco Festival. Háblanos de cómo surgió.
-Nació de casualidad, como todas las cosas especiales. Empezó en un almuerzo con mi amigo Dioni, dueño del Grupo Trocadero, los artistas el Perla y Tobalo, y yo; y terminó de noche en Sotogrande, con linternas e imaginando cómo sería el evento. Se celebra en la playa, con África, Gibraltar y el murmullo de las olas como telón de fondo, y con un ambiente como el de las fiestas de antaño. Mezclamos todo tipo de géneros, no solo flamenco, y las veladas se prolongan hasta la madrugada. ¡Es mágico!
-Tu bautismo literario sirve de pretexto para esta reunión con Tobalo y Polito. ¿Qué relación os une?
-Polito es un grandísimo bailaor, procedente de una familia de tradición flamenca. Le conocí en Ronda. De hecho, esa fue la noche en la que decidí empezar mi idilio con el flamenco. Desde entonces sigo su trayectoria y le admiro. Tobalo es casi de mi familia, llevamos cinco años trabajando juntos. Es mi hermano y me ha enseñado cuanto sé del flamenco y las costumbres gitanas. Es un gran artista y una mejor persona. Tenerlo cerca me hace feliz.
-El reencuentro transcurre en tu piso de la calle Moratín. ¿Cómo disteis con él?
-Buscamos mucho hasta encontrarlo. Desde que nos mudamos a vivir al campo en Istán, teníamos en mente comprar un pied-à-terre en Madrid para no quedarnos con mis padres siempre que subíamos. Queríamos que estuviera en el barrio de las Letras, ya que está muy vinculado a la historia familiar de Pablo y a la mía (mi madre tenía una tienda en esta misma calle). Es auténtico.
-¿Qué fue lo que os enamoró?
-Sus seis balcones y la luz.
"Aunque mi afición por la música viene de cuna, empecé a profundizar en el flamenco hace 5 años. Es un género que me sobrecoge y emociona"
-¿Sabes cuál es la historia que hay detrás?
-Es la típica casa de vecinos de finales del siglo XIX con paredes antiguas (hemos dejado un cuadrado visto con el muro original en uno de los dormitorios), vigas de madera y ese aura costumbrista del Madrid antiguo.
-Residiendo en Istán, ¿a qué destináis este apartamento?
-Una de mis hijas se mudó a Madrid para estudiar y la otra viene a menudo. Pablo y yo venimos con frecuencia por trabajo o de visita familiar.
Ruta por el Madrid más castizo
- De buena mañana: “Me encanta empezar el día paseando por El Retiro; a veces, me doy un capricho y tomo unos churros en la chocolatería de la calle San José”.
- A mediodía: “Continuaría dando una vuelta por el mercado de Antón Martín y visitando la escuela de danza Amor de Dios ubicada en la última planta”.
- Para comer: ”Mi sitio favorito es El Lugarcito. También me chifla ir a tomar el famoso cocido de La Daniela y entrar a la basílica de enfrente para saludar al Cristo de Medinaceli”.
- Por la tarde: “La caminata desde Lavapiés hasta el Rastro es obligada; aquí suelo comprar objetos de decoración y vaqueros de segunda mano”.
- Al caer la noche: “La oferta de música en vivo y bares es amplísima. Para cenar me decanto por Triciclo o Estimar”.
-¿Hicisteis mucha reforma cuando lo comprasteis?
-Pablo se encargó de toda la remodelación y la decoración. Dejó la casa lo más diáfana posible, conectando cocina, comedor y salón. También unió los baños y los dormitorios, descubrió las vigas de madera, se deshizo de los techos falsos y, con ello, aparecieron las molduras originales y ganó casi medio metro de altura.
-¿Cómo describirías el estilo que impera en esta vivienda?
-Ecléctico, con guiños modernistas a la época del edificio. Es bastante diferente, original, con un azul intenso que sorprende para un piso pequeño. Él mismo diseñó los cubrerradiadores en dorado con un toque art déco.
-Y si tuvieras que definir tu estilo más allá de estas cuatro paredes...
-Diría que es nonchalant, es decir, natural e imperfecto. Detesto las cosas muy pulidas. Todo aquello que implica demasiado esfuerzo: residencias que parecen hoteles o looks de escaparate. Me encanta la imperfección, es fundamental para que algo tenga encanto y dé la sensación de 'vivido'.
-¿Alguna pieza que tenga un especial significado para ti?
-Las lámparas del salón -que eran de mi madre-, las fotos de la serie Trush realizadas por mi primo Hubertus Hohenlohe y la colección de libros antiguos.
-Como defensora del made in Spain, ¿a qué artesanías locales recurres?
-Me fascina el trabajo del cuero que hacen en Ubrique, los esterones de esparto de Jaén, los azulejos sevillanos, los artesonados mudéjares, los suelos de barro de Camas, las alfombras de yute del Levante, el uso que hacen en Galicia de la madera de roble y castaño, la cerámica de Talavera y del Puente del Arzobispo, la marroquinería de San Pablo de los Montes, los muebles de caoba de Sanlúcar...
-¿Alguna marca 'deco' de cabecera?
-Casi todo es heredado o comprado a artesanos, en portales de segunda mano o en el Rastro. Las vajillas y el menaje de The IQ Home Collection me encantan.
-En estas páginas preparáis un puchero gitano. ¿Qué es lo que no le puede faltar?
-El hinojo. Para los calós la cocina es una manera de demostrar amor. Se reúnen familias inmensas alrededor de la comida. Las sobremesas son eternas y cargadas de arte, cante y baile.
-Se habla mucho del 'duende' flamenco, pero ¿qué es exactamente?
-No se puede explicar con palabras. Solo se siente y va más allá de la técnica. Es algo que toca la fibra y remueve las entrañas. Pero hay duende en muchas cosas, también en una casa.