María del Prado© Eva Nilsen

Espacio interior

María del Prado: 'A veces escribo, a veces canto'

Una reflexión de cómo la realidad no muere; de cómo la vida está aún más viva después de la muerte y de cómo, en lugar de llorarla, hay que seguir el ejemplo de quienes han aprendido a celebrarla


21 de octubre de 2024 - 17:24 CEST

Es domingo, el aire es fino y fresco y por mi ventana ya suena el otoño con el crujir de las hojas. Octubre asoma la cabeza vestido de naranjas, ocres y amarillos y mi cuerpo convalece del estío con la piel aún quemada por el sol que cada año es más fuerte. El verano ha sido raro, triste, un agosto en el que han partido personas cercanas, como si se hubiesen puesto de acuerdo sus almas en terminar su caminar por la tierra y volar a otra vida, a una eterna que consuela a aquellos para los que la fe es el mejor de los refugios. El otoño es bonito, aunque arrastra con él la melancolía que cobijamos entre la ropa de abrigo. Se acerca el día de los difuntos e irremediablemente pienso en los míos, en todos mis santos, en mis padres que se fueron antes de tiempo y me dejaron huérfana joven.

Para ti que te gusta

Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte

Navega de forma ilimitada con nuestra oferta 80 aniversario

1 año por 49€ 9,80€

Este contenido es solo para suscriptores.

Celebramos nuestro 80 aniversario con un 80% de descuento.

Suscríbete 1 año por 49€ 9,80€

TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE CADA MES POR ESTAR REGISTRADO.

Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.

© Cordon Press

Sobre estas líneas, Altar del Día de Muertos de Mansión Iturbe de Patzcuaro, hoy convertido en hotel y considerado una joya de la arquitectura novohispánica.

Reflexiono sobre la muerte, un tema tabú, un tema que me asusta tratar a pesar de ser la única certeza que tenemos desde el día en que nacemos. Y pienso que quizás debería normalizarla -resulta difícil hasta escribirlo-, aceptarla, vivir con ella encima del hombro para así celebrar la vida y sentir cada latido del corazón; vivir cada segundo como un regalo -memento mori-. Y entonces recuerdo un viaje por México hace ya tiempo donde pude participar del Día de Muertos. La Unesco ha declarado esta festividad ancestral patrimonio cultural inmaterial de la humanidad por su importancia y significado. Una preciosa tradición indígena precolombina que se mezcla con la católica e implica el retorno transitorio de las ánimas que regresan a casa, a convivir con nosotros, los vivos.

“El Día de Muertos es una preciosa tradición indígena precolombina que se mezcla con la católica e implica el retorno transitorio de las ánimas que regresan a casa, a convivir con nosotros, los vivos”

© Getty Images
© Getty Images
© Eva Nilsen

En la imagen, María del Prado en la mencionada festividad.

El país entero celebra la muerte que no representa una ausencia sino una presencia viva, y se materializa en ofrendas con flores de tagetes o cempasúchil que simbolizan lo sagrado y la fiesta. Las velas para orientar a los difuntos, sus fotos y sus comidas favoritas en impresionantes altares en cementerios, plazas y casas. El amarillo intenso, el naranja, el olor a incienso, las calaveritas de azúcar. Frutas, chayotes y maíz. Servilletas bordadas, una explosión de colores, una explosión de vida. Las cruces y la artesanía popular. Porque celebrar la muerte es celebrar la vida. Y entonces pienso en decorar mi casa, en traer el color, en inmortalizar un pequeño altar en un rincón, en el tributo que quiero rendir a esos seres queridos que se fueron, pero aún siguen. Porque en la muerte solo muere el cuerpo; el amor no muere, la consciencia no muere, la realidad no muere y la vida, está aún más viva después de la muerte.