Se acabó lo que se daba, he vuelto a casa. Las maletas, aún por deshacer, siguen abiertas encima de la cama; huelen a sal y a crema protectora. Y mi cuerpo, perezoso, se tumba en el sofá mientras la mente se ha quedado enredada en la alegría del verano. Enciendo una de esas velas de cardamomo que tanto me gustan. Hace tiempo que una amiga me regaló la primera y desde entonces soy fiel a su aroma. Intenso, versátil. Las especias, el ámbar y los cítricos lo inundan todo, y entonces, la cabeza parece que retorna del estío y entiende que hemos vuelto a casa, a la rutina, al diario.
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Mi casa, además de a cardamomo, huele a sol, a algún mueble antiguo que atesoro del pasado, a un suavizante de colonia que acaricia la ropa, huele a familia, a mis perros Greta y Mago. Y esta tarde, sentada con la rutina y la resaca de las vacaciones, pienso que el olfato es el sentido más vinculado a la memoria, a los aromas que evocan recuerdos. La relación entre un objeto, un sitio, una persona y su olor se graba de una manera profunda en el cerebro, también en el corazón. La casa de mi abuela en Asturias olía a magnolia y a la humedad del Cantábrico que se colaba por la ventana, el olor viajaba de vuelta con nosotros a Madrid y nos sorprendía al abrir la maleta. Mi casa de infancia en el campo extremeño olía a unas arandelas con perfume de jazmín que colocaba mi madre en las lámparas, a polvo, a pan frito con azúcar, a Navidad, a chimenea... Y luego, cómo no, está Galicia, que huele a esa cera que se echa en la madera y a boj; o Sevilla, que huele a azahar y a incienso.
"La casa de mi abuela olía a magnolia y al Cantábrico. Mi casa de infancia a unas arandelas con jazmín que colocaba mi madre en las lámparas. Los olores calan tan dentro que hacen hogar"
Y siento que los olores calan tan dentro que hacen hogar. Parece que esta mañana septiembre amaneció contento y yo me siento protegida por estas cuatro paredes que huelen a cardamomo. Me atrevo a desear que el tiempo o los años que mi energía circule por aquí, por esta casa, vibre bonita. Y por ello enciendo una vela o pongo flores, y adoro las conversaciones con mis hijas alrededor de la mesa de la cocina, las sábanas limpias, la fragancia del café al amanecer y las tardes escribiendo en la mecedora del porche. Por el horizonte intuyo el otoño y casi casi respiro la lluvia, también la goma de borrar Milan que compraba de niña cada principio de curso. Me gusta cómo huelen los comienzos.