Esta mañana me he despertado con la noticia en el chat familiar de que ha nacido en París mi primer sobrino nieto. La hija mayor de mi hermano ya ha sido madre. Acompañando la alegría del momento llega la reflexión sobre la familia. El lugar donde primero llamas para dar las buenas noticias. Me han cogido en el trabajo, he aprobado, voy a ser madre… El primer lugar también para buscar consuelo. Mi gente, mi familia, ese conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje. Esa constelación, esas raíces que crecen bajo los pies, esa sangre que tira. Un lugar para lavar los trapos sucios, en casa, a salvo. Para celebrar los logros, las alegrías, para aprender con el paso de la vida el lenguaje del amor que es aún más complicado cuando se quiere tanto. Para recibir los nacimientos y acompañar en las muertes, en el principio y en el fin. Un refugio en el duelo, un apoyo en las cuestas arriba de la existencia para compartir la botella de agua cuando llegas a la cima.
“Es un apoyo en las cuestas arriba de la existencia para compartir la botella de agua cuando llegas a la cima”
Y es que a lo largo de mi vida la palabra familia se ha ido ensanchando y abrazando nuevos inquilinos en mi círculo de amor e intimidad. Mi familia perruna, Heckse, Nuni, Monza, Fuji, Greta y ahora Mago. Mi familia del trabajo, mis chicos de Chloé con los que he crecido y compartido tantas cosas durante diez años, mi familia flamenca y mi familia gitana. Mi familia de Trocadero. Amigos, compañeros y animales sin la misma sangre, pero con el mismo amor corriendo por las venas.
“La familia es donde se generan las heridas de la infancia que determinan cómo navegamos la vida. Ese lugar donde aprendemos a amar y donde aprendemos a doler”
Es el roce y es el cariño, el ‘yo pertenezco’, el ‘yo soy parte’. Honramos a nuestros padres porque nos han dado el mejor de los regalos: la vida. Criamos y después aprendemos a soltar a los hijos. Pero la familia es ese entorno donde se generan, inconscientes, las heridas de la infancia que determinan nuestra manera de navegar la vida. Es ese lugar donde aprendemos a amar por primera vez y ese lugar, también, donde aprendemos a doler. Porque no hay padres, ni hijos, ni hermanos perfectos, y todos nos equivocamos. En familia aprendemos lo más valioso para la vida, en familia aprendemos el valor de perdonar.