Hay quienes creen que para triunfar en la vida tienes que irte lejos de tu hogar, o como mínimo vivir en una gran ciudad... Pero Carlo Zanuso se dio cuenta muy pronto, tras estudiar y pasar un tiempo en Milán, de que esto no tenía por qué ser así. Regresó entonces a su Thiene natal, en el corazón del Véneto, donde su familia posee una fábrica textil en la que han hecho camisas desde hace varias generaciones y, tras aprender el oficio, lanzó en 2008 su propia firma, Pomandère, con la que cautivó a medio mundo a base de un estilo sencillo, relajado y atemporal, basado en la calidad de los tejidos y los cortes. Y mientras sucedía todo esto, se topó allí mismo con el que hoy es su hogar: un espacio de 120 m2 en la planta noble de un viejo palacio en el centro histórico de la localidad, rodeado de árboles y de historia.
“La luz que se filtra por los grandes ventanales impregna las estancias de un aura particular, casi mágica”
-¿Cómo fue la primera impresión?
-Es parte de un edificio ‘Art Nouveau’ de finales del siglo XIX. Según cruzas el umbral, donde la firma del arquitecto -Nereo Ranzolin- está impresa en azulejos de mosaico negro sobre un fondo ocre, ves que el apartamento conserva intacto el encanto de la época: amplias habitaciones con techos altos decorados, griferías originales con cristales hechos a mano, radiadores de hierro fundido, un antiguo y ruidoso parqué de cálido color miel y terraza veneciana. Los espacios se han conservado por completo, todo ha permanecido intacto y original.
-¿La decoraste tú solo?
-Sí, pero intervine mínimamente: colores claros en las paredes de las habitaciones principales, en armonía con los apliques grises y salvia y las decoraciones al fresco de los techos, y como contraste, una nota contemporánea en el baño y la cocina a través del gris plomo. El mobiliario es minimalista, de formas sencillas y líneas limpias, sinónimo de orden y equilibrio, con una mezcla de piezas de diseñadores diversos y hallazgos de distintas épocas en mercadillos.
-¿Qué es lo que más te cautivó?
-La luz que se filtra por los grandes ventanales, que impregna las estancias de un aura particular, casi mágica, y los interiores que dan a un frondoso jardín de árboles centenarios que abrazan la casa. Cuando la vi, enseguida tuve claro que era lo que buscaba: un tesoro que honrar.