living45 mar a del prado y las m scaras© LUCÍA JIMÉNEZ/MARÍA MUÑOZ

Espacio interior

María del Prado: ‘A veces escribo, a veces canto’

Quitarnos las máscaras que vestimos en nuestra vida diaria -la perfeccionista, la amable,la optimista- y darle un descanso a nuestro yo interno -siempre en la sombra-,es la propuesta de María del Prado para que estas vacaciones lo sean de verdad. ¿Te atreves?


29 de agosto de 2023 - 18:54 CEST

Agosto, reino del fuego y del león; mes en que muchos andamos celebrando el  ansiado verano  con el aroma a coco del protector solar. El calor y las vacaciones; el sol, el mar, la montaña. Los días sin horarios, sin despertador -nada más liberador que despertarse cuando lo pide el cuerpo-. Tiempo donde algunos, los más afortunados, consiguen dejar el estrés, la inmediatez y la prisa vertiginosa en sus ciudades. Para ellos, aquí lanzo mi propuesta: dejemos, a ratos, también las máscaras.

Para ti que te gusta

Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte

Navega de forma ilimitada con nuestra oferta

1 año por 49€ 9,80€

Este contenido es solo para suscriptores.

Celebramoscon un 80% de descuento.

Suscríbete 1 año por 49€ 9,80€

TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE CADA MES POR ESTAR REGISTRADO.

Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.

Para hablar de las máscaras habría que tratar antes la sombra -¡uy, la sombra!-; concepto delicado, tan delicado y complejo que una necesita al menos dos o tres escritos para abordarlo. Y peor aún, trabajar con la sombra propia que requiere de un largo periodo de introspección y buceo, por profundidades recónditas del subconsciente para por fin iluminarla, quererla y aprender a sostenerla.

© LUCÍA JIMÉNEZ/MARÍA MUÑOZ

El momento de que también le dé la luz a nuestro interior en sombra.

Aun así, es imposible identificar nuestra máscara o máscaras sin traer a la consciencia aquello que cubren -eso que todos escondemos-, lo que nos avergüenza y ocultamos, principalmente, por miedo a no ser amados -llevamos dentro un pequeño juez que nos increpa sin piedad-.

Existen sombras tremendamente dolorosas, que amedrentan y se esconden con esmero en lo más recóndito del océano interno; pero hoy tomemos el atajo de practicar con algunas fáciles que, de seguro, ya casi todos conocemos, sin necesidad del arduo trabajo terapéutico que, a veces, lleva toda una vida. Además, estamos de vacaciones.

“Es imposible identificar nuestra máscara sin traer a la consciencia aquello que cubren -eso que todos escondemos-, lo que nos avergüenza y ocultamos por miedo a no ser amados”

Simplemente pensemos en aquellos defectillos o características que nos abochornan. Pequeñas cosas que nuestros padres nos recriminaban en la infancia y que, ahora, tratamos de ocultar para ser aceptados por la sociedad o por nosotros mismos; o incluso esos rasgos del otro que nos sacan de quicio. Lo explicaré el día que escriba sobre la ley del espejo -quizás en septiembre-, pero por ahora creedme, todo aquello que nos irrita desaforadamente del que tenemos enfrente no es más que una sombra propia proyectada. De lo contrario, no nos afectaría.

Tomemos un ejemplo simple de alguien que se siente caótico y, de ahí, inseguro. Cualquiera de nosotros a quien sus progenitores hayan recriminado la falta de orden en su infancia. Este niño ha crecido sabiéndose caótico y se interioriza desorganizado y sin gobierno. Teme exponer esa imagen a los demás o incluso a sí mismo, por la inseguridad que genera en su propia existencia. Este ser humano no ama su caos y lo cubre con una máscara, posiblemente la del eficiente, perfeccionista y controlador. Estamos rodeados de hombres y mujeres albergando un dictador interno, que les impone la pesadísima carga de sentirse y mostrarse ordenados, equilibrados y perfectos; y de arrastrar de por vida un lastre y una máscara con un peso muy superior al de la sombra que oculta. Probablemente seamos uno de ellos.

© LUCÍA JIMÉNEZ/MARÍA MUÑOZ

Pensemos ahora en  alguien tímido y reservado , con un bajo concepto de sí mismo. Alguien que cubre la timidez, la inseguridad y la baja autoestima con una careta de estrella. El divertido, el gracioso, el que siempre anima y reconforta el grupo. Alguien que se exige brillar sin descanso para recibir amor y aceptación a cambio. Imaginemos cuánto pesa esa estrella, cuántas toneladas de esfuerzo y luz ficticia aguanta esta persona sobre sus hombros, condenada a resplandecer eternamente.

Y como estos ejemplos, cientos de sombras y sus antifaces pertinentes. Las máscaras son necesarias, desde luego. Sería temerario instar a vivir continuamente a cara descubierta. En innumerables situaciones, en el camino de la existencia humana, la máscara nos rescata, nos ayuda, nos impulsa hacia adelante y nos hace socialmente aptos. ¡Pero ojo! Ahora en vacaciones, en estos días que podemos sentarnos a solas en la arena con nosotros mismos, o con aquellos que nos quieren, propongo el reconfortante ejercicio de descubrir algunos de los disfraces que nos ocultan; arrancarlos del cuerpo para sentir a bocajarro los rayos del sol sobre la piel. Soltemos las caretas de estrella, de eficiente, de salvador, de espiritual, de amable y dejemos salir “la ropa sucia” para relajar la musculatura interna y externa del peso de la coraza que la oprime. Posterguemos la lavadora. Y, por qué no, juguemos a interiorizar poco a poco y extender empatía hacia la parte más oscura de quienes realmente somos. Es muy fácil con las luces, liberemos también la sombra. Feliz descanso.