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living43 mar a del prado© Lucia Jimenez Muguiro

Espacio interior

María del Prado: ‘A veces escribo, a veces canto’

Experimentar la naturaleza, el aquí y ahora de lo que nos rodea, y hacernos uno con ella. Ese es el ejercicio de comunión que la terapeuta propone en las siguientes líneas


4 de julio de 2023 - 20:34 CEST

¿Y si habito el aire libre y me vuelvo el canto de los pájaros por la mañana? El grito del gallo que rompe el alba para despertar al mundo del letargo de la noche oscura. Los grillos, las ranas con su sinfonía grave, la letanía de las chicharras bajo el sol abrasador del verano.

¿Y si habito el aire libre y me vuelvo el crepitar de la leña y la lluvia? El bramar de la tormenta, las risas de la gente en las terrazas, en el jardín. El ladrido de un perro a lo lejos, el sonido de las golondrinas que anuncian los días templados. El rugido de las olas, la corriente de los ríos, el murmullo de la fuente.

LIVING43 MARÍA DEL PRADO© Lucia Jimenez Muguiro

Cuando el viento silba, cuando el cielo llora, cuando el zumbido impertinente de una mosca interrumpe la siesta o cuando crujen las hojas de otoño bajo mis pies, habito los sonidos y el acto de oír se vuelve, por un instante, escuchar. Desde que habito el aire libre soy el perfume suave de las rosas, el frescor de cítricos. Lavanda y romero. El azahar de Sevilla en primavera, el pino en Navidad. Las notas masculinas de la madera. Ahora que habito el aire libre me embriago de jazmín y dama de noche. Soy el aroma de la hierba recién cortada o la tierra mojada después de la tormenta. El bálsamo del mar, de la sal y el yodo. Y entonces, por un instante, el acto de oler es percibir.

Ahora que el aire libre es lo que habito, veo cada amanecer como un nacimiento. El cielo rojo, naranja y violeta que celebra el milagro de un nuevo día. Los tonos de verde que se mezclan en perfecta simbiosis por los prados y bosques del norte, el banco inmaculado de la nieve, la aridez de Castilla y el ocre y amarillo del otoño.

LIVING43 MARÍA DEL PRADO© Lucia Jimenez Muguiro

Soy por momentos el destello de un rayo, un tapiz vivo de margaritas y amapolas. Las plumas de los pájaros, el horizonte infinito donde se casan el mar y el firmamento. El agua dulce transparente con sus peces de colores o el océano turbio y fiero. Me transformo en la luz de Andalucía, el cielo de Madrid y un manto nocturno de estrellas. Es, entonces, cuando mirar resulta ver.

Al aire libre el simple hecho de tocar es habitar la sensación de los pies descalzos sobre la hierba. El agua helada y la piel de gallina en el mar. La caricia del musgo o del sol de primavera sobre la piel, la brisa cuando besa la cara. El cosquilleo en la mano que pasa despacio por las espigas del trigo, la lluvia que cae serena y empapa los huesos. Abrazar un árbol con la rugosidad de la corteza contra el cuerpo. Y es en ese instante, cuando entierro las manos en la tierra, palpo un pétalo suave o se posa liviana una mariposa en el cuerpo; cuando siento en los labios el agua fresca de la fuente, el aire seco de Poniente; cuando habito el frescor húmedo de Levante y el frío que corta la cara: que tocar se vuelve por momentos sentir.

Por eso ahora, que simplemente escucho, veo, percibo y siento -ahora sí-, habito el aire libre.