En este valle de Guadalajara la conocen como esa señora con turbantes y rodeada de perros a la que llaman ‘la de las flores’. Hija del naturalista y divulgador Félix Rodríguez de la Fuente, Leticia ha heredado la misma pasión por la naturaleza pero, en este caso, domesticada. Su granja de flores es probablemente el secreto mejor guardado de la Alcarria y su trabajo con la flor de cultivo orgánico, un proyecto pionero en Castilla La Mancha. Y es que lo suyo viene de atrás. Hace 15 años, cuando su empresa inmobiliaria de alquileres ya rodaba sola, comenzó en esto de la floristería llevada por la pasión con la que cuidaba su propia terraza en la capital.
“Se me ocurrió abrir el típico puesto de flores ideal, muy parisino, pero en lugar de hacerlo en el barrio de Salamanca, escogí el mercado de San Antón, que entonces era algo decadente, porque me olía que esto de los mercados iba a tener futuro. Vi una pescadería que se llamaba Félix, cerrada y en venta. Me dije, ‘oye, esto es una señal’. Así que me la quedé y abrí mi floristería. A raíz de ello empecé a ir a Inglaterra a formarme con floristas y descubrí la flor de cultivo orgánico, que no tiene nada que ver con la flor industrial que pasa por Holanda. Son flores imperfectas, con personalidad y alma. Como en España no tenía dónde conseguirlas, decidí cultivarlas yo misma para autoabastecerme. Y así empezó todo; con este terreno que me compré”.
“En este lugar, cuando lo adquirí, no había nada, solo tierra y piedras. Fue un proceso autodidacta, metiendo mucho la pata, en busca de un jardín naturalista”
-Al final te convertiste en una pionera en España de la flor de cultivo orgánico.
-Me di cuenta de que lo que realmente me apasionaba era el cultivo. Y como no podía estar en misa y repicando, cerré la floristería y me centré en esto, en crear la granja de flores y mi jardín. En este lugar, cuando lo adquirí, no había nada, solo tierra y piedras. Fue un proceso autodidacta, metiendo mucho la pata, en busca de un jardín naturalista de poco riego y exigencias y estéticamente a favor del entorno. Y ahí sigo.
-Tocar tierra, el libro que publicas, recoge esta vivencia.
-Ana Rosa Semprún, entonces directora editorial de Espasa, me llamó para proponerme un proyecto sobre mi labor en la granja. En Espasa siempre están buscando gente que hace cosas nuevas y en aquel momento yo era la única floricultora de flor orgánica de Castilla La Mancha, así que les propuse que fuera a través de mi experiencia vivida. Por eso se llama Tocar tierra, en referencia a trabajar la tierra y también a aterrizar de forma personal, todo hilvanado con información sobre el cultivo de flores.
-Ana Rosa, en cualquier caso, ha acabado siendo mucho más que tu editora.
-Ella es también una gran amante del jardín; siempre decía que, en cuanto se jubilara, se iba a dedicar al suyo. Y la gente que ama el jardín tiene algo en común; se crean lazos, hay algo a nivel alma que te hace conectar. Que si los semilleros, que si los bulbos... Jardín arriba y abajo, acabé visitando el suyo en Cantabria y ella mi granja aquí, hasta que nos hicimos muy amigas.
“Ana Rosa es también una gran amante del jardín. Y la gente que ama el jardín tiene algo en común; se crean lazos, hay algo a nivel alma que te hace conectar”
-Y de ahí nace el proyecto conjunto Conversaciones en el jardín.
-Exacto. Cuando me tocó formarme no había espacios a los que recurrir en busca de información, conocimientos y experiencia. Ahora que sé latín, me gustaría activar la cultura paisajística en este país y ofrecer lo que yo no tuve cuando empecé. Estas conversaciones buscan acercar al gran público los mejores profesionales; los pioneros en este tipo de jardinería. Le propuse a Ana Rosa hacerlo conmigo, y aceptó.
-Esas “conversaciones” tendrán lugar en este mismo jardín, además.
-Cada quince días, y hasta septiembre, reuniremos aquí a grandes expertos. Aparte de ser un espacio de disfrute personal, me apetecía que este jardín que me he dejado la piel haciendo se convirtiera en un marco de interacción y sinergias en torno al jardín naturalista.
-¿Cómo descubriste este lugar mágico?
-Mi familia tiene una finca aquí arriba, en la Alcarria, a unos cinco kilómetros. Está en un bosquecito de encinas donde teníamos una casita y era el refugio de mi padre, su Shangri-La. Cada vez que quería desconectar y no saber nada de nadie, se encerraba ahí. Es donde practicaba la cetrería, que le apasionaba, y cuando íbamos con mi padre estábamos felices ahí metidos; no salíamos nunca. Así que no conocía los alrededores. Cuando el cuerpo me empezó a pedir tierra y me entraron ganas de ese retiro en el campo que siempre había querido, busqué por todo. Hasta que un buen día, acercando a su casa a uno de los trabajadores de la finca familiar al que se le había estropeado el tractor, apareció ante mí este valle increíble, esta vega de río, este oasis que yo desconocía por completo y que nunca hubiera imaginado que existiera en plena Alcarria. Recuerdo que estaba con una amiga y le dije, “he encontrado mi sitio en el mundo, no paro hasta que no me compre algo aquí”. Y no paré; anda que no tuve que dar vueltas en coche por el valle y hablar con vecinos hasta que lo logré (risas).
“Mi familia tiene una finca cerca; un bosquecito de encinas que era el refugio de mi padre, su Shangri-La. Cada vez que quería desconectar, se encerraba ahí y se dedicaba a la cetrería”
-Tenéis una pasión en cierto modo paralela, ¿cuál dirías que ha sido el legado de tu padre en esto que haces?
-Con mi padre nos criamos en el campo y eso, quieras que no, te cala. Pero él era más de naturaleza salvaje y a mí me atrae la naturaleza domesticada, lo que es un huerto, un cultivo de flor. Mi hermana pequeña, sin embargo, se va de acampada con sus niños en medio de la nada, hace trekking... A mí todo eso como que no. Soy de donde está la mano del hombre, fíjate qué curioso. A mí lo del jardín creo que me viene de otra vida. Si existiera la reencarnación, estoy segura de que en mis vidas pasadas habría algo de inglesa, de sus jardines, y seguramente relacionada con el grupo Bloomsbury (risas).