Querida mamá: pues así de pronto, como quien no quiere la cosa, como quien no lo espera, ha llegado mayo. Indagando un poco he descubierto que debe su nombre a la diosa Maia que los romanos celebraban en Maius, o puede que a la ninfa Maya, hija de Atlas y madre de Hermes. Quinto mes según el calendario gregoriano, tiempo de las flores y de la Virgen María, es ante todo el mes de la Madre. Y es por eso que necesito escribirte.
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El otro día entraron a robar en casa, imagino que ya lo sabes. Después del susto inicial uno hace balance y sentencia que solo eran cosas materiales, que a fin de cuentas no hubo males mayores, que todos estamos bien. Pero me quitaron tu pulsera. Esa que tenías con los misterios del rosario llena de medallas y con las iniciales de tus hijos y que yo alargué haciendo cadena y a la que le añadí además otros símbolos importantes para mí como la bellota, la concha del Camino de Santiago y demás cositas que me han ido regalando o he ido colgando como pequeños tesoros.
“He rememorado lo que te gustaban las situaciones casi excéntricas, las escenas costumbristas, las tradiciones, la España profunda. Una mezcla entre Fellini y Almodóvar. Así era tu vida por entonces”
En fin, me da vergüenza con lo afortunada que soy en la vida, reconocer que esto ha sido un golpe duro -tocada y casi hundida-, pero los símbolos para nosotras son importantes y en esa cadena había mucho de mí y, sobre todo, muchísimo tuyo. Desde pequeños sabíamos que andabas cerca cuando escuchábamos el tintineo de las medallas.
Y tras la sorpresa, el sofoco, la rabia y algo de aceptación, no puedo parar de pensarte. Con la esperanza de encontrarla he recorrido el Rastro como tantas veces hacíamos pateando de tu mano la Ribera de Curtidores, la Plaza de Cascorro, Embajadores, y me ha parecido verte, rodeada de los gitanos que tanto te alegraban, riéndote, regateando y comprando cosas preciosas e inútiles. Descubriendo tiendas como Caramelos Paco o una que había de fajas enormes donde entraste un día pidiendo una que cubriese del cuello a los tobillos -¿te acuerdas?-. Qué capacidad de reírte de ti misma, qué maravillosa cualidad he heredado de ti que me hace llorar de risa cada vez que vuelvo una y otra vez a ponerme en ridículo. Después del paseo y aún sin encontrar la cadena en mi recorrido tan castizo, he rememorado lo que te gustaban las situaciones casi excéntricas, las escenas costumbristas, las tradiciones, la España profunda.
“Nos has hecho amar el campo, Extremadura, el Cantábrico, Madrid. Nos has dado raíces, familia. Y ese es el mejor regalo que espero ofrecer a mis hijas”
Celebrábamos de pequeños la matanza entre polvo, encinas, morcillas y ancianas vestidas de negro abrasados bajo el sol extremeño e invitabas amigas inglesas o americanas que no daban crédito ante la escena. Una mezcla entre Fellini y Almodóvar. Así era tu vida por entonces.
Esa curiosidad maravillosa por todo, por los sentimientos propios o ajenos, por el arte -nos llevabas a tantos museos...te fascinaba explicarnos cómo pintaba Goya las telas-, por el ballet, por el teatro; y qué decir de las letras que tanto nos has inculcado. Inventabas historias y cuentos y aún recuerdo cuando me obligaste a leer las Sonatas con doce años, Rayuela con trece, Neruda… Desde que estaba en la cuna recitabas a Neruda –te recuerdo como eras en el último otoño, eras la boina gris y el corazón en calma-. Creo que hasta nos compramos la boina.
Si miro atrás veo en ti una luchadora, una feminista de las de verdad, sin estridencias. La madre a la que querían todas mis amigas, que me compraba los looks más atrevidos y a la que al final siempre podías contar todo porque todo lo entendía con un corazón inmenso que, a pesar de estar roto a veces, acogía las angustias de cualquiera que la rondara -no pasa nada, todo va a estar bien-.
Siempre he admirado tu agudísimo sentido del humor, mamá, y he detestado la eterna melancolía que rondaba tu cabeza, pero ahora, como siempre a toro pasado, me encanta sentirte humana y vulnerable. Porque los niños y no tan niños tenemos que aceptar que los padres no son dioses y cometen errores. Tú has cometido algunos, mamá, quizás el más grande ha sido querernos demasiado -si es que querer puede ser un error-, preocuparte demasiado, pero debo admitirte que hoy me veo replicando todo aquello que te echaba en cara de adolescente.
Paradojas de la vida. Tú nos has hecho amar el campo, Extremadura, Madrid, el Cantábrico, Asturias. Nos has dado familia, nos has dado raíces. Y ese es el mejor regalo que espero poder ofrecer a mis hijas.
El otro día entraron en casa y me robaron tu cadena, y creo que este texto es mi manera de terminar un duelo que empezó hace cuatro años, cuando te fuiste, y que ahora, tras el robo, abre la herida. Cuando tengo miedo duermo con la cadena aferrada al pecho, llega hasta la boca del estómago, ahí donde se agarran las emociones más fuertes. La verdad es que me siento incompleta, desnuda, vacía. Dicen por ahí que no hay que preguntarse el ‘por qué’ de las cosas, sino más bien el ‘para qué’. Quizás para que interiorice que, a pesar de todo, las madres son eternas. Quizás para que deje de aferrarme a ese tintineo de las medallas que me hacían sentirte cerca y escuche, más allá de los oídos físicos, tu voz que me dice: No pasa nada, todo va a estar bien.