Querido abril, qué bien hueles a prima-vera y a renacer después del frío. A tierra floreciendo, a alboroto, a azahar, a feria y procesiones. A la gente en la calle que se va despojando de capas de cebolla adquiridas en el invierno para, por fin, enseñar el corazón y la piel al aire. Adiós abrigos, hola sol de entretiempo, lluvia, flores y paraguas. Atrás dejan África las aves migratorias -volverán las oscuras golondrinas-, y al frente la intuición de que algo templado está por venir -el verano-. Alegría y astenia, peculiar noviazgo. Y recuerdo cada año cómo el maestro Sabina te guardaba, junto al corazón, y aun así te robaron.
Querido abril, hoy ha venido a verme, recién llegada de un viaje por Asia, mi amiga María con los ojos brillantes. Hace dos meses recibió la noticia de la muerte de un ser querido, María cumplía 60. Hizo la maleta y salió de viaje con su marido, sin planes. Han recorrido Tailandia, Australia e Indonesia durante dos meses sin itinerario establecido, decidiendo sobre la marcha -donde lo sentían, se quedaban; donde no, se iban-. María y Horacio se han mezclado con los locales, vivido la vida autóctona de cada lugar y cada isla durante semanas, habitado el pareo, regateado en cada taxi y en cada mercado; alquilado bicis, motos y caravanas. Han comido en los puestos de la calle y en restaurantes locales y conocido decenas de corazones nativos y culturas alejadas de la mirada turística -donde fueres haz lo que vieres-; sin hoja de ruta, sin fechas, sin tiempos.
“Qué DURA la presión de ejercer poder sobre lo que ocurre, obviando la frescura del azar, de la SORPRESA y de la confianza en el DESTINO”
Y, hablando de viajes, abril querido, el de mi amiga Ariane de dos años por África tras una ruptura traumática. Dedicando incluso meses en cada país -donde lo sentía, se quedaba; donde no, se iba-. Durmiendo en una tienda sobre el techo del coche en mitad de la selva, aceptando a ratos compañeros de viaje, mezclándose con las tribus, trabajando cuando se acababa el dinero para poder seguir, esquivando guerras y animales salvajes arropada bajo noches llenas de estrellas, dejándose llevar por el murmullo de ciudades caóticas y aprendiendo lecciones de vida que jamás hubiese imaginado. Sin hoja de ruta, sin fechas, sin tiempos.
Y es que viajar enriquece la vida, abre la mente, es fuente de alegría, creatividad, expansión y autodescubrimiento. Más aún si uno se deja llevar por la corriente. Y por ello hace 13 abriles viajé yo misma a la deriva con un marido y dos niñas de 5 y 7 años, convaleciente de un contratiempo -o todo lo contrario- porque, si no juzgamos los hechos como “buenos” o “malos”, a veces nos sorprenden. Planeé o “desplaneé” un camino para tomar perspectiva. Y tomé la decisión de peregrinar durante un mes sin rumbo. Por aquel entonces había escalado una montaña y había llegado a la cima, y me animé a bajarla sin planes, solo a expensas de cómo viniese la pendiente. Y recorrimos Europa durante un mes -donde lo sentíamos, nos quedábamos; donde no, nos íbamos-. Atravesamos campos de lavanda en Provenza, la Costa Azul y la Riviera Ligura. A Ceci se le cayó su primer diente y el “topolino” sustituyó al Ratón Pérez. Cruzamos Italia, Austria, Alemania, Suiza. Paseamos entre montañas, visitamos castillos de princesas, nos mezclamos con judíos ortodoxos y encontramos amigos por el camino. Aprendimos idiomas, incluso conocimos a Roman Polansky. El mismo caminar nos llevó hasta Lourdes, donde agradecimos -es necesario-, y terminamos el viaje bañándonos en la playa de la Concha. Sin plan establecido, sin hoja de ruta, sin fechas, sin tiempos.
Querido abril, resulta que dos años después llegó la mayor travesía consciente de mi vida en el Camino de Santiago. Nunca he sido tan feliz con una mochila tan pequeña, tan vacía. Caminando sin saber dónde pararía a dormir -donde lo sentía, me quedaba; donde no, me iba-, y buscaba otro hostal, otra posada, otro pueblo. Atravesé parte de España como etapas de la vida con zonas áridas y zonas frondosas, cuesta arriba a veces, cuesta abajo otras. Algunos trayectos de 40 km a pie, otros de 15. Conocí corazones que peregrinaban desde Roma, que habían sufrido pérdidas, que caminaban buscando consuelo, pensadores, religiosos, ateos, conservadores y progresistas. Me empapé de otras perspectivas e hice amigos para siempre. Sin plan establecido, sin hoja de ruta, sin fechas, sin tiempos.
Y es triste, abril querido, observar el deseo humano de transitar por el viaje más importante -la vida- controlando todo, ya sea abril, febrero o marzo. Olvidando que (casi) todo en el camino escapa a nuestro control y al hambre insaciable por saber qué pasa en cinco minutos, mañana o pasado. Qué duro cargar con la presión de ejercer poder sobre todo lo que ocurre obviando la frescura del azar, de la sorpresa y de la confianza en el destino. Pobre ser humano, que traza su plan y lo adereza de pensamientos y preocupaciones para poder seguirlo a rajatabla a pesar de terminar exhausto. A veces siente que debe abandonar -pero se queda-. A veces quiere quedarse -pero se va-. Siempre fiel a hojas de ruta, a las fechas, a los tiempos.