Mi marido y yo hacíamos 10 años de casados y llevábamos tiempo queriendo visitar Sri Lanka. Nos habían hablado maravillas de sus paisajes, su gastronomía y su gente y tenían razón: volvimos completamente enamorados y con ganas de conocer más el país. Nuestro viaje empezó en Uga Ulagalla. Un lugar en medio de unos arrozales en la ciudad antigua de Anuradhapura.
Allí nos movimos en bici y disfrutamos de una tradicional cena llamada kamatha en medio de los arrozales, cocinada con utensilios tradicionales en una cocina de arcilla con techo de paja, con productos de cosecha propia, pescado del lago, carnes de corral y arroz del viejo mundo. Nos prepararon un set precioso con antorchas y sillas tradicionales hechas con ramas de canela, y disfrutamos de una comida de película cocinada en directo para nosotros mientras tenía lugar una puesta de sol irreal.
“El paisaje por el que pedaleamos en Anuradh apura era verde y precioso. Y rodeando los arrozales, te encuentras un sinfín de templos, dagobas, tuk-tuks, cocos y monos”
Al día siguiente vimos amanecer temprano en un safari con desayuno a pie del 4x4. Montamos a caballo al atardecer y recorrimos Anuradhapura en bici (¡15 kilómetros!). A pesar de ser una ciudad antigua, patrimonio de la Unesco, está llena de vida y la importancia religiosa para los esrilanqueses se palpa en el ambiente. El paisaje por el que pedaleamos era verde y precioso. Y rodeando los arrozales te encuentras un sinfín de templos, dagobas, tuk-tuks, cocos y monos.
Posteriormente visitamos la fortaleza de Sigiriya, un must de Sri Lanka, construida por el rey Kashyapa con el propósito de protegerlo de sus rivales. Las vistas desde la cima son un sueño y todo lo que te encuentras en la subida lo es aún más: jardines acuáticos, frescos, paredes de espejo y la puerta de los leones.
“Santani es uno de los lugares más mágicos en los que he estado. Nos enseñó relajarnos’’
Después continuamos el viaje tres horas y media en coche hasta llegar a Kandy y visitamos la ciudad, sus mercados y rincones tan pintorescos como el Sagrado Templo del Diente. Allí comimos en un restaurante típico local cuyo nombre no recuerdo, pero disfrutamos como niños y compré los pantalones de algodón estampados más bonitos del mundo, linos y camisas de seda maravillosas.
También menaje y objetos artesanales para casa. Me divierte este tipo de shopping porque, al utilizarlo en casa, me trae recuerdos de cada lugar que visito. Cargamos de actividades el principio del viaje y le pusimos el broche final en Santani, uno de los lugares más bonitos y mágicos en los que he estado. No solo por el entorno, la arquitectura -que ha ganado varios premios- y su comida local, sino porque nos enseñó a relajarnos y descansar de verdad. ¡Algo que todos necesitamos!
Guía de viaje
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