Érase una vez, ahora; una chica del norte envuelta de sur que escribe estas líneas sentada en un jardín gallego al que se ha huido para curarse. Este verano no ha llovido suficiente por esta tierra pero, justo hoy, el cielo llora suave sobre la hierba sedienta y, a ratos, regala pequeñas treguas para salir al aire libre e intuir, por fin, la vida que crece bajo los pies y pararse a acariciar el musgo que abraza las piedras cargadas de historia. Huele a ozono, a boj, a gardenia, laurel y hierba luisa, y suena a lo lejos el otoño que se acerca con pausa. Los días pasan deprisa, pero el tiempo despacio, y esta chica de norte ha corrido mucho sur los últimos meses, donde el estío le ha regalado un vertiginoso vaivén de emociones que aún no sabe aterrizar: fiesta, tempestad, alegría, luz, sol y el mar Mediterráneo. Siente que, por momentos, se ha convertido en burbujas de champán y ha bebido quejío flamenco. Veneno dulce de fandangos y soleá, sostenidos por el aplauso de ese que nutre el ego. No importa el precio, la chica ha tenido éxito. Pero hay veces que una sutil certeza sale a su encuentro.
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El camino templado del sur puede ser una copa llena de gloria y, al mismo tiempo, vacía. A veces lo recorre como autómata entre las risas. Ve mucho, mira poco. Y ha necesitado por momentos, en su peculiar peregrinar de bulerías, volar varias veces para volverse norte en el Cantábrico asturiano donde los ojos cargados de maquillaje se tornan ojos de tormenta. Ola que rompe fiera contra la roca, tomar tierra o agua; dejarse ir para ser verdad, de esa que te cala los huesos. Consciencia. Ha vuelto a casa tantas veces como ha necesitado para sentirse todo, para sentirse nada. Y rendirse ante una melancolía que siempre acompaña sutil, pero que llena. Alimentarse por dentro, ayunar por fuera. El ruido por el silencio que grita, la prisa por la pausa que acierta. Y ahora, atardece el verano y reflexiona desde un jardín gallego. La huerta roza el máximo esplendor, las hortensias van muriendo. Las flores -como la vida- son efímeras y, quizás, en eso radica su belleza. Nada es para siempre, todo pasa, y esta chica piensa en la importancia de beberse el momento con todos los sentidos y en otra variedad de éxito, el que se escribe con mayúsculas, ajeno al resultado y al reconocimiento externo, y que abraza más bien el vivir el proceso con el alma, bailando la primavera, aceptando con paz el invierno. Pero creando, continuamente creando.
“Los días pasan deprisa, pero el tiempo despacio, y esta chica de Norte ha corrido mucho Sur los últimos meses, donde el estío le ha regalado un vaivén de emociones: fiesta, tempestad, alegría, luz, sol y el Mediterráneo”
El ser humano necesita crear para sentirse lleno, el aplauso no es necesario. Entiende el arte en cualquiera de sus versiones para desnudar el corazón. Y lo escribe. Escribir es la manera más profunda que tiene para entender la vida. Y así relata en estas líneas cómo va a volver pronto a la luz de Andalucía. La adrenalina es una droga dura. Atrás quedará la madera de los robles; enfrente la madera de una guitarra que ya suena en sus oídos. Pero Galicia es mágica y ella ya es consciente de la capacidad de homeostasis o de esa propiedad que comparten todos los organismos, también el suyo, para mantener una condición interna estable. No importa cuánto abrace el placentero sol del sur, guarda un trocito de norte en el corazón para volver siempre que lo necesite. Como dar luz a estas palabras, que tan solo son una metáfora. Agrada si hay alguien ahí fuera que las lee y le llegan, aunque el fin real sea llenarse a una misma al alumbrarlas. Y puede, solo puede, que esta chica tan intensa sea yo, o puede que seamos todos. Estamos envueltos de sur, que nunca perdamos el norte.