Ligada por el apellido materno al despacho de abogados Cuatrecasas, la suya es una familia de emprendedores y visionarios de lo más diversos. Su madre, Myriam Cuatrecasas Figueras, daba rienda suelta a su polifacética creatividad primero convirtiendo una antigua nave del Baix Empordà en La Bóbila, una suerte de meca de buscadores de antigüedades y muebles traídos de medio planeta, y más tarde, en 2012, gestando el evento por excelencia de la Costa Brava, el festival y pop up market White Summer, que ahora cumple diez años a cargo de su hermana Ariadna, arquitecta y directora de arte, y por el que también pasó su hermano Jan, casado recientemente con Marta Palatchi y responsable de crear la exitosa start up Good News. Pero la suya fue una llamada diferente.
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A Olivia Barthe Cuatrecasas siempre se le dio bien el dibujo. Desde aquella infancia que pasó a caballo entre Menorca, el Valle d’Aran y la finca de sus abuelos maternos en el Maresme, rodeada de naturaleza, ya le llamaban la atención los elementos orgánicos y sus formas.
“A comienzos de abril de 2005 mi madre abrió una revista local casi al azar y sintió un déjà vu al ver una masía en ruinas en venta. Al día siguiente fue a verla y a finales de abril estaba firmando”
“Pequeñas piedras, conchas, ramas y flores. Con ellos hacía pulseras y collares de cuentas que luego vendía con mi hermana en Menorca”. Hasta que, estudiando Arte y Diseño en Barcelona, descubrió la joyería. Y ya no paró. Viajó por Italia y Estados Unidos para aprender de distintos maestros y descubrió técnicas artesanales en los talleres tradicionales de la India y Marruecos. Acabaría graduándose en Central Saint Martins con honores, exponiendo en el London Design Festival y durante la semana de la joyería en Nueva York e instalándose en Dorotea, la evocadora masía familiar, donde dispone de un taller hecho de acuerdo a sus necesidades y a la medida de unas piezas audaces que coquetean con la escultura.
“Ahora mismo estoy desarrollando una nueva colección inspirada en la anatomía femenina, creando piezas grandes y escultóricas, resaltando la belleza de las partes del cuerpo humano”. El busto dorado que preside uno de los rincones -y la historia que hay detrás- es la mejor tarjeta de presentación de ese compromiso estético. “Fuimos de despedida de soltera de mi hermana a Marrakech y quedamos fascinados con el busto dorado del museo de Yves Saint-Laurent, así que mi hermana me encargó que realizara una pieza recreando su propio busto y contorno para sorprender a su marido durante el enlace interpretando una danza oriental”.
“En la segunda restauración la casa se vació; se conectaron espacios, se abrieron ventanales y se ganó en funcionalidad e iluminación. ¡Antes parecía un museo!”
Su taller, diseñado por Antoine Vaixellaire, el marido de su hermana y también arquitecto, fue concebido como un tubo de hormigón: “Su simplicidad ofrece un espacio duro pero cómodo para trabajar y honesto para pensar. Las aperturas de ventanas y correderas enmarcan bien el paisaje del valle exterior, son como cuadros”. Allí, cuenta, trabaja mucho mejor bajo el ritmo y la inspiración de la naturaleza. Dorotea, ubicada a 10 km de Girona, es un espectacular remanso verde abierto al valle de Llémena que llegó a la familia en 2005 debido a aquello de las energías, los designios o la predestinación.
“A comienzos de abril de aquel año mi madre abrió una revista local casi al azar y sintió un déjà vu al ver el anuncio de una masía en ruinas. Al día siguiente fue a verla y a finales de abril estaba firmando los papeles. El nombre original la horrorizaba y, saliendo del notario, se tropezó con unos pergaminos en venta sobre etimología. Levantó uno al azar y leyó el nombre de Dorotea, que significaba “regalo de los dioses”. Para sorpresa de mi madre, cuando le entregaron los papales antiguos de la masía, descubrió que la primera propietaria de todo el valle se llamaba precisamente Dorotea. Durante la restauración, la segunda sorpresa fue encontrar una piedra grande con la inicial D, que actualmente está colocada en ‘la Era’, la plaza central de la propiedad”.
“Los fines de semana nos liamos a hacer barbacoas y arroces. Me encantan las largas noches estrelladas, bailando alrededor de los cuencos de fuego hasta la madrugada”
Dorotea ha pasado por varias reformas; primero su puesta a punto, entre 2005 y 2010. El criterio fue sacrificar habitaciones y hacerlas más espaciosas. Doble altura, techos altos y luz cenital con tragaluces. Se utilizaron materiales nobles de la zona, pinos naturales, robles, pintura a la cal y piedra recuperada de las hectáreas de la finca. El interiorismo era ecléctico, ya que la mayoría de muebles eran diseños de su madre, antigüedades de la familia y objetos de arte. “En 2020, en la segunda restauración, la casa se vació; se conectaron espacios, se abrieron ventanales y se ganó en funcionalidad e iluminación. ¡Antes parecía un museo!”.
A nivel técnico, además, se buscó la autosuficiencia: placas solares, aerotermia -la electricidad es propia, no llegan postes de electricidad- y pozo propio. Los animales son también una constante en la finca, siempre han estado rodeados de ellos. Los perros: Frida, una pastor catalán, y Noah, un collie barbudo recién llegado. Chesca, una gata egipcia; y las tortugas que habitan la poza: Cleo, que lleva con ellos 25 años,y otras tres tortugas sin nombre. Y faltan los caballos. “Mi madre tuvo durante 25 años a Habba, un caballo árabe que vivía suelto en el jardín y se metía en la casa como si fuera uno más. Ahora van a venir dos yeguas andaluzas, madre e hija. Están sin domar y queremos aprender la doma natural”. Dorotea se ha convertido, cómo no, en un lugar de encuentro. Entre semana Olivia está tranquila, vive con su pareja, se dedica al taller y a sus piezas.
“El bosque es para mí un lugar lleno de magia; me gusta echarme debajo de un árbol sin hacer nada”
“También me gusta prepararme zumos verdes por la mañana, cuyos ingredientes voy variando según la estación, y escaparme hasta la montaña de Rocacorba, de unos 900 metros de elevación, a primera hora. Se tarda alrededor de una hora por un camino de cabras”. Por la tarde les toca el turno a los estiramientos y el aeroyoga. Y a la contemplación de la naturaleza, una de las cosas que más la inspira. “El bosque es para mí un lugar lleno de magia; me gusta echarme debajo de un árbol sin hacer nada”. Eso sí, los fines de semana la cosa se complica algo más, bromea.
“Prácticamente todos los fines de semana están mi hermana, su marido y su hijo Elliott, que tiene dos años. Mi madre también sube. Y siempre vienen amigos, pocas veces estamos solos. Las habitaciones suelen estar llenas”. Son fines de semana repletos de planes y grandes intenciones donde, continúa entre risas, al final nunca se sale de ahí, como si Dorotea tuviera un magnetismo especial al que nadie es inmune. “Nos liamos a hacer barbacoas y arroces. Me encantan las largas noches estrelladas, bailando alrededor de los cuencos de fuego hastala madrugada”.
“Ahora mismo estoy desarrollando una nueva colección inspirada en la anatomía femenina, creando piezas grandes y escultóricas, resaltando la belleza de las partes del cuerpo humano”
Sus joyas
- Vocación escultural
“Atemporales, minimalistas y atrevidas,mis piezas de vocación escultural en metales preciosos combinan métodos innovadores y tradicionales y guiños exóticos y tribales”.
- Tradición y técnica
“Atraída por las técnicas artesanales tradicionales y antiguas, decidí hacer una ruta por España con mi furgoneta, en busca de maquinaria de antiguos talleres de Córdoba, Valencia y Toledo. Fue toda una odisea cargar estas máquinas tan pesadas y transportarlas hasta mi taller”.