Todos en mi familia o están locos o son raros”, escribió Peggy Guggenheim en sus memorias. Razón no le faltaba. Su madre, Florette Seligman, repetía tres veces todo lo que decía, una manía que hoy sería diagnosticada casi con toda probabilidad como TOC. Su padre, Benjamin Guggenheim, miembro de una de las familias más adineradas de EE. UU., murió en el accidente más famoso del mundo, el que se produjo al chocar el Titanic con un iceberg la madrugada del 14 de abril de 1912. Fue entonces cuando Peggy heredó unos veinte millones de euros al cambio actual, una fortuna mucho menor que el resto de sus primos, hijos del magnate Solomon Guggenheim, fundador del Museo Guggenheim de Nueva York.
Para ti que te gusta
Lee 8 contenidos al mes solo con registrarte
Navega de forma ilimitada con nuestra oferta
1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
Este contenido es solo para suscriptores.
CelebramosSuscríbete 1 año por 49€ 9,80€
TIENES ACCESO A 8 CONTENIDOS DE
Recuerda navegar siempre con tu sesión iniciada.
La relación de Peggy con su famoso tío fue cordial pero nunca llegaron a ser muy cercanos. Cuando acabó la universidad en su Nueva York natal, Peggy tomó una decisión que cambiaría su vida. Se trasladó a París y encontró trabajo en una librería, donde, guiada por sus compañeras, conoció el arte vanguardista europeo por primera vez. Su amistad con los artistas y los escritores de la época (Man Ray, Ernest Hemingway y Josephine Baker entre otros) la influyó para siempre. Conoció a fondo los museos, las galerías, los cabarets y los bares y empezó su relación con el arte, la más importante de su vida. En París también conoció a su primer marido, Laurence Vail, con quien tuvo una hija, Pegeen, y un hijo, Sindbad, y al artista Marcel Duchamp, que le enseñó todo lo que sabía sobre arte moderno. “Duchamp ha sido el hombre más importante de mi vida”, escribió ella en sus memorias. Tras su época en París, Peggy se instaló en Londres y abrió su primera galería, la Guggenheim Jeune, con la que empezó su colección. El estallido de la Segunda Guerra Mundial la obligó a huir a Nueva York. Ya en la ciudad, su madre falleció y Peggy volvió a heredar una cantidad importante de dinero; entonces dudó entre montar una librería o una galería de nuevo. “Yo pensé que una galería sería menos cara. Por supuesto, nunca pensé en las grandes cantidades de dinero que podría llegar a gastar”.
Con Duchamp como consejero y con un espíritu altruista, Peggy inauguró su mítica galería en Manhattan: Art of this Century. “Para no desilusionar a los artistas que no vendían nada, me acostumbré a comprar una pieza de cada una de las exposiciones que montaba”, contó la mecenas. Sin duda, fue el gran descubrimiento de su carrera lo que marcó su etapa neoyorquina: el pintor Jackson Pollock . Peggy estaba buscando nuevos talentos para su exposición de primavera en su galería y sus amigos, especialmente Samuel Becket, con el que mantenía una relación muy estrecha, le recomendaron que eligiera a Pollock, a pesar de que a ella no le gustaba demasiado la obra del pintor ni su personalidad atormentada. Una tarde, fue a visitarlo a su piso de la octava avenida y eligió varias obras para su galería. Allí nació la leyenda. La crítica y el público se rindieron al que consideraron el pintor americano vivo más relevante y energético del momento. “El descubrimiento de Pollock ha sido mi logro individual más importante”, diría Peggy años más tarde. Ella y sus inconfundibles gafas eran ya un símbolo más de la ciudad. Iba siempre acompañada de sus perritos a la galería y por la noche daba fiestas fabulosas en las que se daba cita la alta sociedad.
En 1941 se casó con el artista Max Ernst y, a mitad de los años 40, se trasladó a Venecia, una de sus ciudades favoritas. Compró el Palazzo Venier dei Leoni , en una de las orillas del Gran Canal, y lo convirtió en su casa hasta su muerte en 1979. Hoy, el Museo Peggy Guggenheim alberga obras de los artistas europeos y estadounidenses más importantes de la segunda mitad del siglo XX. En su palacio la visitaron desde Truman Capote al escultor Alberto Giacometti, pasando por el escritor André Malraux. La muerte de su hija, Pegeen, en 1966, supuso para ella un dolor tan inmenso que dejó de comprar arte moderno aduciendo que ya no lo comprendía. El reconocimiento internacional a su labor como galerista y mecenas le llegó en los años sesenta: la Tate, el Museo de Estocolmo y el Museo de L’Orangerie se ofrecieron a exponer sus fondos, con obras de Magritte, Picasso, Dalí, su admirado Pollock, Kandinsky y muchos otros artistas. “Veo mi vida hacia atrás con gran alegría. Creo que he sido muy exitosa. Siempre hice lo que quise y nunca me importó lo que los demás pensaran. ¿Liberación de la mujer? Yo era una mujer liberada antes de que hubiera un nombre para eso”, declaró en sus memorias Peggy. Legó su casa y todas sus obras de arte a la Fundación Guggengheim, propiedad de su familia y fundada por su tío Solomon, a condición de que todas las obras se mantuvieran juntas en su casa y no salieran de Venecia. Está enterrada en el jardín de su mansión veneciana, cerca de sus queridos doce perros. El museo es una de las atracciones turísticas más visitadas de la ciudad.
Una vida de película
El accidente del Titanic. El padre de Peggy, Benjamin, era uno de los 1.500 pasajeros del mítico trasatlántico. Iba en primera clase acompañado de una de sus amantes. Ambos fallecieron en el accidente. Peggy tenía 14 años cuando ocurrió y a los 21 heredó la fortuna paterna: unos 20 millones de euros al cambio.
Su estancia en París. Nada más alcanzar la mayoría de edad, se instaló en Montparnasse, el barrio bohemio de París. Allí conoció a todos los artistas de las vanguardias: Dalí, Man Ray y cantantes como Josephine Baker.
Su huida a Estados Unidos. La Segunda Guerra Mundial pilló a Peggy en Londres y desde allí consiguió escapar con un grupo de amigos a Nueva York. Allí montó la mítica galería Art of this Century y descubrió a Jackson Pollock.