Dice que sus ojos tienen superpoderes. Cuando Lorenzo Meazza entra a una casa, estos escanean cada espacio, cada sala, cada rincón, y con solo una mirada sabe leer a la persona que habita en ella. Qué le gusta, qué desea, qué siente; su intimidad. Le pasa desde pequeño, cuando al pasar por el puente que llevaba a la casa de sus abuelos en Milán, se fijaba en las ventanas del edificio que tenía enfrente. Lo que no tiene claro es si se trata de un don o de una maldición.
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“La casa estaba fea, como abandonada. Pero tenía una luz, una amplitud especiales… Como interiorista, no me gustan las reformas totales; prefiero recuperar su personalidad”
“La gente no quiere invitarme a sus casas, les da miedo”, se lamenta entre risas. “Y yo tampoco invito mucho a la mía. Tu casa es un poco tu esencia, y uno se expone al mostrarla”. Hoy, sin embargo, ha hecho una excepción con esta que, calcula mentalmente, es su decimocuarta casa. Y una especialmente importante. La que, después de tanto tiempo viviendo en las afueras, supone su pasaporte urbano al centro. Y con la que este arquitecto de formación y con una larga trayectoria asociada a Ikea -actualmente es el responsable global de eventos de la marca nórdica- quiere compartir con aquellos que lo admiran -y lo siguen- lo que a él más le gusta: su pasión por la casa, su estilo de vida.
Así, su nuevo hogar, Casa Bluemont, lleva de la mano un atelier homónimo en la Ribera de Curtidores, en pleno Rastro de Madrid; una especie de prolongación de su manera de entender la vida donde Lorenzo pone a disposición del público piezas de mobiliario diseñadas por él e inspiradas en su propia trayectoria vital, antigüedades, colores que ha ideado para sus propias paredes, flores y talleres donde él mismo enseñará a elaborar la crostata -receta de su nonna- que tantos adeptos tiene entre sus amigos. En torno a esa misma crostata y en compañía de sus hijas, Stella, de 18 años, y Allegra, de 15, Lorenzo nos recibe en esta nueva casa que seguramente no sea la definitiva, pero sí la pareja de baile perfecta para el momento creativo y vital que vive en la actualidad.
-Tus casas son un poco la crónica de tu vida. ¿Qué cuenta esta?
-He cambiado de país en los últimos 20 años un montón, he vivido en casi toda Europa. Y cada casa tiene su momento y su nombre. Casa Bluemont tenía que sonar bien, y el azul Bluemont es uno de mis colores favoritos, ese azul con el que se queda el cielo justo al irse el sol… me relaja y me gusta en la decoración. Y el nombre da esa sensación de calidad, de tiempo, de oficio… y ha acabado siendo el del atelier que inicio de la mano de esta casa; una propuesta de cosas hechas de forma artesanal, de piezas especiales.
-Has pasado de Casa Mirabelle, en el campo, a Casa Bluemont ¿Tenías ganas de reconectar con la ciudad?
-Sí, llevo 11 años en Madrid, pero nunca había vivido en el centro. Quería probar una casa madrileña de verdad, con techos altos, de las que veía en las revistas. Coincide con la edad que tienen ya mis hijas. En Mirabelle tenía la huerta, aquí tengo mi jardín, El Retiro, que veo desde la ventana. Y vivo rodeado de arte y de historia. Me gusta bromear diciendo que voy a bajar en chanclas al Prado, para darme luego un paseo por el jardín. Es un lugar residencial, monumental y tranquilo. Y a mí me gusta la belleza, me nutre.
“Cocino muy bien. Somos todos medio vegetarianos, pero siempre con una base italiana. Aprendí de mi abuela y mi madre y mi plato estrella es la crostata que hacía mi abuela Conchi”
-¿Fue la casa la que te encontró a ti o tú la estabas buscando?
-Yo fui quien la buscó, pero siempre digo que tengo suerte. La casa estaba fea, como abandonada. Pero quería evitar el shock de pasar de una parcela a verme encerrado, y esta casa tenía una luz, una amplitud especiales; esas vistas, los pequeños balcones. Hice alguna reforma. Pero, como interiorista, no me gustan las reformas totales; prefiero sacar la personalidad, recuperar la identidad y la belleza que tenían las cosas. Y eso hice. Eliminé el gotelé, recuperé las molduras y conservé el suelo, me enamoré de él y lo restauré.
-Has dicho en alguna ocasión que los metros cuadrados no dan la felicidad. ¿Qué la da?
-Muchas veces no tenemos en cuenta el impacto que tiene la decoración en nosotros, no solo a nivel estético, sino emocional. Una casa que funciona mal, desordenada, te hace sentir igual. Pero una casa cálida, con un buen plan de iluminación, bien organizada… te proporciona bienestar. Yo procuro racionalizar esas necesidades, de ahí esa maldición mía de los rayos X. Además, cada vez más, una casa es también una parte fundamental que habla de ti.
-Como un diario.
-Sí, da igual que lo que tengas en la pared sean obras de arte o entradas de conciertos, pueden tener el mismo valor. Es tu vida. En esta pared tengo el boceto que le hice a mi abuelo, que fue prisionero en la II Guerra Mundial en un campo de concentración; un poema de Giacomo Leopardi, y esta moneda que compré en un mercadillo en compañía de mi padre… Estas piezas me acompañarán toda la vida, pero en cada casa cambian y cuentan algo diferente según la etapa.
-La guitarra tampoco falta nunca.
-Nos viene de atrás. Giovanni Bottesini, el virtuoso del contrabajo y mejor amigo de Giuseppe Verdi, es la gloria de la familia. Mi hermana es violinista, mi padre guitarrista, Stella toca el piano, Allegra canta y, para mí, la música está asociada a mis momentos íntimos. Me pongo aquí, en mi cuarto, a tocar, Allegra pasa, se pone a cantar, y acabamos igual que cuando mi padre se ponía a tocar la guitarra en la cama y nos reunía a todos alrededor.
“Más que casero, soy muy ‘papá’; esa figura italiana que se despierta para prepararles el desayuno a sus hijas. Ellas viven aquí una semana sí y una semana no y me organizo en función de ellas”
-A pesar de tu vida tan cosmopolita, pareces muy casero…
-Más que casero, soy muy ‘papá’; esa figura italiana que se despierta para prepararles el desayuno a sus hijas, que se ocupa de su merienda… Ellas viven aquí una semana sí y una semana no y, cuando están, me organizo en función de ellas.
-¿Cocinas bien?
-Muy bien. Somos todos medio vegetarianos, pero he ido adaptando las recetas, siempre con una base italiana. Aprendí de mi abuela y de mi madre y, cuando me fui a vivir a Estocolmo, mi madre me regaló un cuaderno con todas sus recetas que aún conservo como un tesoro. Mis platos estrella son la crostata que hacía mi abuela Conchi y que he preparado hoy, los raviolis rellenos y el pesto, mi debilidad. De hecho, en breve sacaré una vela con olor a pesto, ese olor de mi infancia, para Casa Bluemont Atelier, siempre con la misma idea, recalcar lo importante que para mí es el hogar.
-¿Este será por fin el definitivo?
-No… Cada 5 años, más o menos, me digo: “Suficiente”; como una historia de amor bonita que, dices: “Ya, estuvo bien”. Amor verdadero, sí, pero para toda la vida, no. Hay muchos amores esperando a ser descubiertos.
El ‘atelier’ de un estilo de vida
- Compartir
“Casa Bluemont Atelier nacía como una prolongación de mi manera de entender la vida, lleno de alianzas de inspiración y cocreaciones, donde poder compartir lo que a mí me gusta”.
- Diseño propio
“Hay antigüedades, pero también muebles diseñados por mí en colaboración con mi socia, Susana Redondo, y elaborados de forma artesanal en madera noble; son los mismos que yo tengo en mi propia casa, pero customizables y adaptables”.
- Prèt-à-bouquet
“Igual que en mi casa, tampoco faltan aquí las flores. Ramos preparados al momento o centros por encargo, temáticos, elaborados junto a Bardenia”.
- Velas, homeware y pintura de pared
“Sostenibles y naturales, yo mismo he ideado junto a MC Pinturas los colores que visten mi casa --azul Bluemont, blanco Mozzarella, verde Belvedere...-, y que también están en el atelier, igual que mis velas favoritas: la fragancia Casa Bluemont, la rosa Dolce Candy para las niñas, la de Mimosa, con el olor de la costa italiana de cuando veraneaba con mis padres… Ah, y el homeware que he diseñado junto a Tom Black, ¡también para bajar al Prado!”.
- Repostería y talleres
“Habrá tartas como la crostata della nonna, hecha con mermelada de frambuesas, preparada y distribuida por Harina en exclusiva para Casa Bluemont según la receta de mi abuela Conchi, y talleres de flores y repostería, entre otros”.