Aunque estropee un poco la historia… Lo de Amanda Brooks con los Cotswolds no fue amor a primera vista. Nacida en Florida y criada en Nueva York, ella ya era un nombre a tener en cuenta en el mundo de la moda cuando conoció a su marido, el artista y granjero Christopher Brooks. Él no tardó en llevarla de visita a la bucólica granja en la que había nacido, en pleno corazón de Inglaterra, jurándole que jamás tendrían que vivir allí… Pero con los años, a ambos les apeteció probar suerte en el campo. Y ahí comenzó la que resultó ser su vida soñada.
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-Cuando conociste a Christopher, ¿te imaginabas que acabaríais viviendo aquí?
-¡No! La primera vez que vine aquí con Christopher yo tenía 22 años, me pareció precioso pero demasiado remoto. Yo no sabía conducir por el lado ‘erróneo’ de la carretera, no sabía montar a caballo, no sabía cocinar… Así que pensaba ‘¿qué voy a hacer yo aquí?’. Pero poco a poco me fui enamorando. El primer verano que pasamos aquí me compré un libro de cocina e hice todas las recetas que venían. Y cuando ya teníamos a nuestros hijos, decidimos venirnos un año, por probar. Pero ya nunca nos fuimos…
“Los primeros dos años estuve montando a caballo, haciendo mermeladas y siendo ‘la perfecta madre y esposa’. Luego empecé a echar de menos mi vida anterior…”
-La casa en aquel momento tenía ya muchos años, ¿cómo la pusiste al día?
-Toqué un poco la decoración, pero dejé algunas cosas que ya estaban, como el papel pintado de nuestra habitación o las cortinas del salón, que eran de los abuelos de mi marido… Están absolutamente raídas, pero aquí en Inglaterra les gustan así. Es lo contrario que en América. Allí todo tiene que ser supernuevo y estar impecable, y aquí es más cool si tiene rotos, si tiene historia… También con la ropa. ¡Les parece pretencioso lo contrario!
“Me encanta cuando la decoración navideña tiene un punto kitsch, o camp, con mucho color, brillo y sobre todo sentido del humor. ¡Soy una hija de los ochentas!”
-¿Tuvo que ver ese proceso de puesta a punto en la creación de Cutter Brooks?
-No exactamente. Siempre había soñado con tener una tienda. Cuando llegué aquí, los primeros dos años estuve montando a caballo, haciendo mermeladas y siendo ‘la perfecta madre y esposa’. En Nueva York, antes de venirnos, viajaba cinco meses al año, no paraba de trabajar, y creo que necesitaba un descanso. Pero al cabo de un tiempo empecé a echar de menos mi vida anterior... ¡Soy una chica de ciudad, en el fondo! Así que me di cuenta de que era el momento de poner en marcha mi sueño.
“¡Nunca cocino yo en Navidad! Compartimos la granja con los hermanos de Christopher y todos tienen casas más grandes que la nuestra, así que nos reunimos en alguna de las suyas y yo ayudo con la decoración”
-¿Cómo ha evolucionado desde entonces?
-Mi inspiración siempre ha sido el campo inglés… ¡Pero te sorprendería los pocos productos ingleses que tengo ahora mismo! Imagino que es algo que pasa en todos lados, no se valora lo que has estado viendo ahí siempre… Así que los ingleses no quieren parecer tan ingleses. Pero yo soy extranjera, así que me enamoró ese estilo y no dejo de buscarlo a través de artesanía y pequeñas marcas de todo el mundo. Tenemos muchas cosas de España, de hecho. Es un país que ha sabido reinterpretarlo muy bien. Y también tengo muchos clientes españoles. ¡Mis preferidos! Una, por ejemplo, ¡voló desde Madrid en su cumpleaños solo para estar unas horas comprando en la tienda!
“La primera vez que vine no sabía conducir por el lado ‘erróneo’, no sabía montar a caballo, no sabía cocinar… Así que pensaba ‘¿qué voy a hacer yo aquí?’”
-¿Cómo llevas que tus hijos se vayan haciendo mayores y dejen la granja?
-Mi hija Coco está ya en la universidad, en Connecticut, y mi hijo Zachary en el último curso del instituto. Ya tiene 18, no puedo creérmelo. ¡Si es mi bebé! Pero quitando este shock lo llevo bien porque, como estudiaron en internados, estoy acostumbrada a no tenerlos aquí siempre. Es increíble ver cómo se vuelven independientes. Empiezas a conocerlos de otra forma.
-Eres muy activa en redes sociales… ¿Es algo que te acerca a su generación?
-No estoy segura. La relación con las redes es muy distinta según tu edad, a mí ya me pillaron mayor. El efecto que tienen en las chicas jóvenes me parece terrible. La mayoría de las que conozco son increíblemente privilegiadas, y aun así acaban sintiéndose inferiores en algún punto. Yo ya tengo 46 años, y he construido todo en mi vida con mucho esfuerzo. Nada me vino dado, pero ahora tengo la vida que he elegido. Tener eso requiere mucho trabajo; incluso un matrimonio. Nosotros hemos hecho mucha terapia de pareja, hemos luchado mucho por estar como estamos. Así que hoy puedo gestionar cualquiera de los sentimientos que generan, de frustración, envidia o insatisfacción, pero para ello tienes que haber vivido ya mucho.
“Las cortinas del salón eran de los abuelos de mi marido. Están absolutamente raídas, pero aquí en Inglaterra les gustan así. Es lo contrario que en América. Allí todo tiene que ser nuevo e impecable, y aquí es más ‘cool’ si tiene rotos. ¡Les parece pretencioso lo contrario!”
-Cambiando de tema, ¿cómo soléis celebrar la Navidad?
-Solemos estar aquí, con la familia de Christopher, para la comida de Navidad, y después nos vamos a Bahamas. Son las únicas vacaciones que nos cogemos cada año y sé que parece excesivamente ostentoso, pero ¡nací en Florida! Necesito nadar en el mar, tomar el sol y ver luz para superar el invierno inglés. Este año, de hecho, vamos a hacerlo al revés e ir a Bahamas antes de la Navidad, porque esta vez la pasaremos con mi familia en Estados Unidos. Pero no es lo habitual.
“He construido todo en mi vida con mucho esfuerzo. Nada me vino dado, pero ahora tengo la vida que he elegido. Tener eso requiere mucho trabajo, incluso un matrimonio. Hemos luchado mucho por estar como estamos”
-¿Sueles cocinar tú?
-No, ¡nunca! Compartimos la granja con los hermanos de Christopher, y todos tienen casas en la finca mucho más grandes que la nuestra, así que siempre nos reunimos en alguna de las suyas. Solo ayudo con la decoración.
-¿Cómo te gusta la decoración navideña?
-Me encanta cuando tiene un punto kitsch, o camp, con mucho color, brillo y sobre todo sentido del humor. ¡Soy una hija de los ochenta! Me gusta que sea divertida. Pero también depende de dónde se esté. Por ejemplo, aquí siempre acaba siendo una decoración muy natural y ‘de temporada’, porque la casa está rodeada de árboles y frutos que me gusta incluir y hacer guirnaldas o centros de mesa con ellos.
No me gusta comprar nada vegetal que haya tenido que viajar miles de kilómetros para decorar mi casa. Pero en Nueva York es distinto, porque ahí no te queda otra que comprarlo todo… Así que el sitio también creo que influye mucho en el estilo. Aquí se celebra la estación, no solo la Navidad.
“La relación con las redes sociales es muy distinta según tu edad. A mí ya me pillaron mayor, pero me parece terrible el efecto que tienen en los jóvenes”
‘Galette’ de frutas
Ingredientes: ● 130 g de harina ● ½ cucharadita de sal ● 1 cucharadita de azúcar ● 90 g de mantequilla ● 60 ml de agua helada ● ½ kg de fruta al gusto
Elaboración
- Para preparar la masa, mezclar la harina, la sal y el azúcar. Añadir la mantequilla fría en cubos y amasar rápido, evitando que se caliente, hasta que quede una masa más o menos homogénea pero rústica. Bolear, envolver en film transparente y refrigerar como mínimo una hora.
- Para formar la galette, atemperar la bola de masa (debe estar maleable pero no blanda) y trabajarla con un rodillo sobre la superficie ligeramente enharinada. Espolvorear harina cuando haga falta hasta tener una base de unos 35 cm y 0,5 cm de grosor. Pasar a una bandeja con papel de hornear con cuidado de que no se rompa (puedes doblarla o envolverla en el rodillo). Una vez lista, dejar reposar unos 30 minutos.
- Mientras tanto, precalentar el horno a 200º y preparar la fruta. Puedes usar casi cualquiera. Si suelta mucho líquido, esparcir por la base una mezcla de una cucharada de harina, otra de almendra molida y dos de azúcar. Si no, poner directamente los gajos o mitades (en el caso de los albaricoques) sobre la masa. Si la fruta ya es bastante dulce, no haría falta añadir azúcar por encima.
- Rematar doblando los bordes y pintándolos con mantequilla derretida y azúcar espolvoreada. Hornear en el ¹/³ inferior del horno unos 45 minutos, o hasta que la fruta esté tierna y los bordes dorados. Según la saques del horno, ponla sobre una rejilla para que la pasta quede crujiente.