A los 22 años tiró un piso entero y se puso a remodelarlo, así de claro lo tenía. También que aquello era un oficio que iba más allá de lo material y tenía que ver con lo emocional. “Me apasiona la idea de un proceso creativo que toma vida propia y transforma los espacios al tiempo que nuestros propios estados de ánimo. Creo que no somos conscientes de la influencia que los espacios tienen en nuestro día a día”. Cántabra de nacimiento, Memi Escárzaga se formó en Inglaterra y Suiza y, tras casarse, el trabajo de su marido los llevó de Estados Unidos a Bruselas, y de Madrid a Barcelona, ciudades estas donde también se desarrolló profesionalmente. “Pero siempre quisimos volver a Santander; la calidad de vida aquí es inigualable”.
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“Encontré la casa paseando con mi perra, una de las cosas que más me gusta hacer; era la típica casa casi en ruinas y con cuadra de vacas”
Hace 13 años no solo cumplió su deseo de regresar con su marido y sus hijos, sino que lo hizo con su estudio homónimo a cuestas y sin olvidar los valores que definen su trabajo. “Respeto por las necesidades y preferencias de los clientes; por la atmósfera, historia y herencia estética que tienen los lugares. Y también por los materiales, los recursos locales y la sostenibilidad”. Sus muchos proyectos van de la reforma de edificios en Manhattan a rehabilitar una casita de pueblo en Comillas.
“Mi marido cocina muy bien y una de mis hijas es Cordon Bleu; pasamos horas hablando y escuchando música mientras ellos cocinan”
Cada lugar es único y tiene su propio sentido de la belleza, pero hay valores estéticos que considera universales. Y todos ellos pueden encontrarse en la que hoy es su casa y donde posa junto a Paz Palacios, su mano derecha en el estudio.
“Me apasiona la idea de un proceso creativo que transforma los espacios al tiempo que nuestros propios estados de ánimo”
Un hermoso reducto de tranquilidad que Memi descubrió por casualidad al otro lado de la bahía de Santander, cerca de Pedreña, y que la ha obligado a adoptar el ferri como uno de sus medios de transporte habituales, haciendo de su modo de vida algo idílico y remoto. “La verdad es que no paro, pero cuando puedo estar tranquila, no me iría a ningún otro sitio en el mundo. Estoy en pleno campo, a solo 20 minutos de Santander, y el ferri es uno de los grandes privilegios de vivir en esta zona”. La casa, al parecer, la estaba esperando en la zona de Suesa. Y también su reforma. “La encontré paseando con mi perra, una de las cosas que más me gusta hacer. Era la típica casa casi en ruinas y con cuadra de vacas. La vacié entera y mantuve solo los muros externos, que recubrí de piedra”. El resultado es una casa cómoda, pensada para ser vivida y con una cocina grande que es el corazón de la misma.
“Para mí no hay momento más mágico que desayunar el domingo debajo de la glicinia y el rosal, con el periódico en la mano y el sonido de los campanos de las vacas de fondo”
“Cocinar no es lo mío, pero tengo la suerte de que mi marido cocina muy bien y una de mis hijas es Cordon Bleu, así que pasamos horas hablando y escuchando música mientras ellos cocinan”. Lo suyo, en cambio, es la jardinería. “Tenemos una plantación de arándanos ecológicos y un huerto al que me gustaría dedicar más tiempo”. También con Paz, cuyo buen ojo le granjeó un lugar destacado en su equipo, coincide en el gusto por los placeres sencillos. “Paz en su bote es pura felicidad. Y para mí no hay momento más mágico que desayunar el domingo bajo la glicinia y el rosal con el periódico en la mano y el sonido de los campanos de las vacas de fondo”.