Santa Ana la Real es el hogar de la infancia de la modelo española Laura Sánchez; ahí se crio cuando era pequeña, rodeada de primos y abuelos, y son las casas, calles y plazas de este municipio de la Sierra de Aracena, provincia de Huelva, las que atesoran los más preciados recuerdos de su infancia. “Conozco todo de mi pueblo, hasta la forma de los empedrados de cada calle, porque de pequeña los estudiaba para pasar por ellos con la bici. Cuando ahora paseo por ahí con Manzanilla, la burrita del alcalde, se me escapa una sonrisa al recordar a esa niña que iba en bicicleta intentando salvar los baches para no caerse”. Ahora, quizá a modo de tributo, la polifacética modelo y empresaria, que también se ha probado como diseñadora y actriz, ha querido llevar al resto de España un poquito de su tierra a través de un proyecto que promete muchas alegrías y con el que Laura y su socio, Javi Villa, se lanzan al mundo de la gastronomía como nunca lo hubiéramos imaginado: fabricando jamones. Villa Sánchez, que así se llama esta romántica iniciativa de vocación artesana, es el homenaje definitivo que Laura rinde a su tierra y sus orígenes.
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-¿Qué es lo que más te gusta de tu tierra?
-Me encanta su luz. Pero es que Huelva, tanto en la costa como en la sierra, tiene una luz mágica. Su vegetación también es maravillosa, para mí es un trozo del norte en el sur de España. En invierno, la Sierra de Aracena y Picos de Aroche es verde y frondosa, nada que ver con la Andalucía más seca que se puede imaginar todo el mundo. Y esta tierra nos da unos recursos y unas materias primas que me encantan.
“Con quince años me dicen que voy a ser modelo, que voy a hacer una serie de éxito y a diseñar y que acabaré vendiendo jamones… ¡y me da un ataque de risa!”
-¿Cómo es la vida aquí?
-La vida es muy tranquila, para mí es un paraíso de descanso, mi remanso de paz. Aquí me siento muy libre y muy tranquila, no soy juzgada, ni estoy condicionada por mi trabajo para tener que ir peinada, maquillada o arreglada. Simplemente me pierdo en el campo con mi padre y con el perro o me tomo un vino en el bar. Aquí soy una vecina más y eso me encanta.
-El recuerdo de tus abuelas ocupa un lugar muy especial.
-Sí. Recuerdo con especial ternura cómo mi abuela María, la madre de mi madre, me mandaba al colegio antes de lo que me correspondía porque no podía conmigo, ¡yo era muy trasto! Pero todos los recreos yo saltaba un muro del patio del colegio que daba a la parte trasera de la casa de mi abuela y ella me tenía preparado un colacao con una tostada con mantequilla. Ella me cuidaba mucho, y también me reñía mucho (risas).
“Entrar en el mercado gastronómico tiene más de romántico que de empresarial. Ofrecer comida me parece un gesto de gratitud ancestral y, cuando es comida de mi tierra, el sentimiento es doble”
-Háblanos de esta casa, perteneciente a tu otra abuela y protagonista de muchos de los recuerdos más significativos de tu niñez.
-Pertenecía a mi abuela Eulalia, la madre de mi padre, y aquí es donde sigue viniendo toda mi familia paterna a pasar las fiestas. En esta casa es donde los siete primos, de pequeños, pasábamos todas las vacaciones. En ese patio he disfrutado toda mi vida, con todo ese espacio libre para nosotros, y cada día jugábamos al escondite, nos disfrazábamos o inventábamos algo nuevo. Había un perro que se llamaba Canelo y un pato blanco y grande que se llamaba Charlie. Junto a la chimenea verde hemos pasado grandes momentos; recuerdo que cada cinco de enero mi abuela rompía una hucha de lata que iba llenando durante todo el año con monedas de cien y quinientas pesetas y las repartía entre los siete primos. Era una fiesta, los mayores tomaban sus tapas, con una botella de vino, la chimenea estaba encendida… y todos estábamos felices. También recuerdo el cuartito pegado al patio, la chanca, donde mis abuelos curaban los jamones, ¡ese sitio era sagrado!
-¿Te podías imaginar algún día que ibas a vender jamones?
-A mí con 15 años me dicen que voy a ser modelo, que voy a vivir fuera de España, hacer una serie de éxito, montar una empresa de eventos y diseñar moda íntima y de baño y que acabaré vendiendo jamones… ¡y me da un ataque de risa! Mi única finalidad era ser veterinaria porcina, pero mira por dónde todo te lleva a su sitio, todo tiene un camino y una razón. No me he hecho jamonera de la noche a la mañana. Me he hecho jamonera por un motivo y por un camino recorrido y, además, en el momento en el que me apetece tener esta empresa.
“Le mandaría un surtido al chef José Andrés para que le siga dando de comer a todas esas personas a las que les da de comer a diario. El jamón es para compartirlo con la gente que ayuda”
-¿Cómo surgió la idea?
-Villa Sánchez es la mezcla de muchos factores. A raíz del confinamiento empecé a echar mucho de menos mi tierra y vi que, a través de sus materias primas, podía acercarla un poquito más a la gente. También influyó mi paso por MasterChef; después de salir de las cocinas aumentó mi pasión por la gastronomía y fui consciente de que hay muchas personas que saben valorar las cosas buenas y que soy de una zona donde el jamón está muy rico. Todo esto nos hizo a mí y a mi socio lanzarnos al mundo del jamón. Entrar en el mercado gastronómico tiene más de romántico que de empresarial, ya que ofrecer comida me parece un gesto de gratitud ancestral y, cuando es comida de mi tierra, el sentimiento es doble. Alrededor de un plato de jamón o de un plato de embutidos pasan muchas cosas, la gente está feliz, contenta; se conversa y se intercambian emociones.
“Junto a la chimenea verde hemos pasado grandes momentos; también recuerdo con ternura cómo mi otra abuela me mandaba al colegio antes de lo que correspondía porque no podía conmigo, ¡era muy trasto!”
-¿Qué productos ofrecéis?
-Jamón y paletilla de varios tipos (de bellota premium y de cebo), caña de lomo natural y al pimentón, chorizo, salchichón, morcón y lomitos. En un futuro iremos ampliando productos artesanales de la zona, ya que de eso se trata Villa Sánchez. La fábrica con la que trabajamos lo hace todo de manera totalmente artesanal. Por ejemplo, las señoras siguen haciendo el nudo en el embutido con la cuerda manualmente; es todo muy tradicional.
-¿Por qué la Sierra de Aracena es conocida por sus jamones?
-Además de porque los cerdos se alimentan de bellotas por la cantidad de encinas que tenemos, la climatología de esta zona es perfecta para los jamones. Y la climatología para la curación de un jamón es lo más importante. En el proceso todo tiene que tener una temperatura exacta: cuando se extrae el jamón en fresco y los dos, tres o cuatro años de la curación. Y en esta zona hay un microclima perfecto; un regalo que nos ha dado la vida.
“Cuando ahora paseo por ahí con Manzanilla, la burrita del alcalde, se me escapa una sonrisa al recordar a esa niña que iba en bicicleta intentando salvar los baches para no caerse”
-¿A quién le regalarías un jamón?
-Pues, aunque me arruinara, se lo regalaría a todas esas personas que han hecho posible que salgamos de esta pandemia como estamos saliendo. Sanitarios, miembros de la UME, voluntarios… También le mandaría un surtido al chef José Andrés para que le siga dando de comer a todas esas personas a las que les da de comer a diario. El jamón es para compartirlo con la gente que ayuda.