Si Italia hubiera tenido una reina en el siglo XX, esta hubiera sido, sin duda, Marella Agnelli. Nacida en una familia noble napolitana que pudo reinar en el país, su madre, la norteamericana Margaret Clarke, y su padre, el duque Filippo Caracciolo, formaron una de las parejas con más estilo de la época. Marella, con título de princesa, estudió arte y diseño en París y se mudó a Nueva York en 1950, donde trabajó como ayudante del fotógrafo Erwin Blumenfeld. Allí, cultivó relaciones con Andy Warhol, que la pintó años después.
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Decoró las principales casas de la familia: Turín, Park Avenue, Roma y el riad de Marrakech donde pasó sus últimos años
En 1953 regresó a Italia, donde conoció a Gianni Agnelli gracias a la hermana pequeña de este, Suria Agnelli, su íntima amiga. Es fácil imaginar por qué Marella se enamoró a primera vista de Gianni, el bello magnate, playboy y todopoderoso presidente de la Fiat. La boda fue casi un enlace real en Italia y la familia ha sido millones de veces comparada con los Kennedy.
El día de su boda, Marella, alta y delgadísima, eligió un diseño de Balenciaga, y Gianni, apuesto y carismático, un esmoquin regio. Marella conoció entonces lo que significaba pertenecer a la familia más poderosa de Italia: tenía 12 casas y una fortuna incalculable. Pero nunca le gustó aparentar. Había heredado esa elegancia ligera y sin ostentaciones de su madre. Embarazada al poco de su boda, tuvo a su hijo, Edoardo, en 1954. El primogénito falleció de forma trágica con 46 años, al lanzarse por un puente en Turín. Su hija pequeña, Margherita, le dio ocho nietos, entre ellos a John, actual y exitoso presidente de Fiat, y a Lapo, indiscutible icono de moda masculina global. Madre e hija se enfrentaron en los tribunales por la herencia Agnelli.
Tras su boda, Marella conoció lo que significaba pertenecer a la familia más poderosa de Italia: tenía 12 mansiones y una fortuna incalculable
Antes del fallecimiento de Edoardo, una tragedia que la marcó para siempre, Marella se había convertido en la decoradora de las cuatro grandes casas de los Agnelli: la mítica villa familiar en Villar Perosa (Turín), los fabulosos apartamentos de Park Avenue (Nueva York) y Roma; y su refugio en Marrakech, un riad en el que vivió hasta que su salud fue tan frágil que prefirió trasladarse a Turín, donde murió en febrero de 2019. Marella fue uno de los cisnes de Truman Capote; así llamaba el escritor al grupo de mujeres de la alta sociedad con las que pasaba sus días hasta que contó sus intimidades en la novela Plegarias atendidas. Marella decidió en ese momento poner fin a esa intensa amistad que la había unido a él en los años 70 cuando el matrimonio Agnelli reinaba en Nueva York y era mecenas de arte. Sin embargo, olvidó los rencores al elegir como título del libro de Rizzoli en el que mostraba sus casas El último cisne. Así era ella, una especie única e irrepetible.