La carismática periodista navarra nos pone sobre la pista de esas pequeñas cosas y vivencias íntimas -desde el recuerdo de su madre y su ciudad natal, Estella, a los viajes que hizo con la mochila a cuestas y las botas puestas- que la hacen feliz.
Aquella en la que pienso sin siquiera proponerme pensar. Aquella que es capaz de henchir mi alma y calmarla. Aquella que sin hablarme me da la respuesta perfecta. Aquella que me dio la vida y la vida me quitó: mi madre.
Desayunar con mis vecinos. Conocer un nuevo lugar con mis amigos. Comer hasta el gin tonic con mi familia. Ir al teatro, cenar con mis amigas. Ver de madrugada una buena película en casa y trasnochar.
El anillo de mi madre que simboliza su permanente abrazo. El anillo de mi tía Lola que siempre es mi inspiración. Mis pulseras de África, con quien el mundo rico tiene una cuenta pendiente.
Para el gimnasio, temas rítmicos de actualidad. Para escribir, el Réquiem de Mozart. Para leer, instrumentales de piano. Para divertirme y bailar: los 80. Pero mi cultura musical la conforman los 70, que heredé de mi hermano mayor; Frank Sinatra y Rocío Dúrcal, por mis padres, y Rod Stewart, Elvis Presley, Luis Miguel… por mi propia experiencia vital.
No es un plato, es el vino. Cuando debo emprender una dieta, respeto toda las directrices cual monje budista. Pero cuando no, yo viviría de pan y vino, como Marcelino.
Nos criamos a la orilla de un río de agua fría y remolinos. Pescábamos cangrejos en el molino de mi tío Luis y siempre vivía descalza sobre piedras, tierra, barro y hierba. Siento aún la libertad y la frescura de aquella infancia rodeada de mis tres hermanos, para los que yo era un juguete.
Todos aquellos que he hecho con la mochila al hombro y las botas. Irán, donde me dolió tener que asumir las limitadas libertades de las mujeres. O África, donde niños de cualquier edad tienen que picar piedras. Me llevé a mis hijos para abrirles la mente.
Que mañana me levantaré por un proyecto nuevo. Un lugar al que volver. Siempre, a mi hogar, a mi casa, con mi familia, con mis amigas, a Estella.
La que reservo con celo y dedico para mí: el gimnasio.
La radio, la escucho permanentemente.
Decorar casas, ordenarlas, restaurar muebles.
El humor de los monologuistas que relatan historias sin aparente esfuerzo. Las tonterías sinceras.