El conde Marcantonio Brandolini d’Adda está considerado uno de los solteros de oro entre las nuevas generaciones de la aristocracia italiana y es el timón, a sus 30 años, de Laguna B, la famosa firma de piezas artesanales de vidrio que causa furor entre las estrellas del interiorismo. Ya sea en un townhouse neoyorquino o una villa en Mykonos, sus piezas son un emblema del buen gusto. El árbol genealógico de Marcantonio es fascinante. Su padre, Brandino, es el cuarto hijo de Brandolino ‘Brando’ Brandolini d’Adda, conde de Valmareno, y de Cristiana Agnelli, nieta del fundador del gigante del automóvil Fiat. Por su parte, Marie, su madre, es hija de Armand Angliviel de la Beaumelle y la baronesa Béatrice Juliette Ruth de Rothschild, descendiente de la legendaria y poderosa familia de banqueros.
Pero lo que nos habla realmente de la personalidad de este joven aristócrata es su amor por el arte y por Venecia. Cuando era niño pasaba horas examinando los estantes repletos de piezas de vidrio de Murano salpicadas de estrellas, rayas y remolinos del Palazzo Brandolini, la propiedad familiar de estilo gótico tardío sobre el Gran Canal de Venecia de la que hoy nos abre sus puertas. Aquí se establecieron sus padres en 1990 y es el sitio en el que su madre comenzó a fabricar piezas únicas después de haber fundado la f irma Laguna B. Un proyecto que puso el arte del vidrio en el mapa del diseño y que Marie impulsó con destreza hasta su desafortunada muerte, en 2013, a los 50 años. Pero ese legado plagado de piezas únicas sigue más vivo que nunca 25 años después. Tras tomar la batuta, Laguna B ha posicionado a su hijo Marcantonio como uno de los fabricantes más reconocidos de piezas artesanales de vidrio del mundo.
-Hablemos de tu infancia en Venecia. ¿Cómo fue crecer en una de las ciudades más bellas y visitadas del mundo?
-Fue único. Mis hermanos y yo teníamos mucha libertad gracias a la arquitectura de la ciudad, que es fascinante. Nada de coches, poca criminalidad y muchas embarcaciones, lo que nos dio un sentido de independencia total desde que éramos pequeños.
-¿Cuáles son tus mejores recuerdos de la infancia que pasaste en este palazzo?
-Solíamos andar en patinete en la planta baja, que tiene un hall inmenso; era muy divertido. Encontré algunos vídeos de cuando tenía trece años y me impresionó mucho lo bien que lo pasábamos.
-Te educaste en Suiza y después de la muerte de tu madre decidiste tomar el timón de Laguna B, el proyecto que ella inició en 1994 y que hoy estás liderando. ¿Con qué filosofía lo creó tu madre?
-Mis padres se mudaron a Venecia en 1990. Desde que llegó a la ciudad, mi madre se involucró mucho en la vida artística y buscó la manera de formar parte de ella. Gracias a su padrastro descubrió los Goto di Fornace, que son vasos con dibujos caóticos e irregulares muy coloridos. Estas piezas eran originalmente fabricadas por los trabajadores del vidrio en Murano al finalizar su jornada laboral con los restos de la producción. A mi madre le fascinaban, por lo que decidió reinterpretarlos y fabricarlos. Así fue como fundó Laguna B, cuya filosofía ha sido siempre la de preservar el tesoro veneciano del vidrio artesanal.
“Ser un Brandolini no es algo realmente importante para mí, porque nací así. Pero mi compromiso con Venecia siempre será parte de mi vida”
-¿Qué hace a Laguna B tan especial?
-Aunque sabemos lo importante que es la estética y la tradición, hoy estamos muy comprometidos con el impacto positivo que un producto como el vidrio debe traer para las futuras generaciones venideras, sobre todo con el medio ambiente.
-¿Cómo es administrar un negocio como el tuyo en estos tiempos?
-Tenemos un modelo de negocio diferente al de las otras empresas de vidrio, ya que no contamos con nuestra propia fábrica, pero colaboramos con la mayoría de los hornos de Murano. Esto nos da la oportunidad de ser más flexibles con nuestra gama de productos y también nos da la oportunidad de invertir en distintos proyectos.
“Crecer aquí fue único. Mis hermanos y yo teníamos muchísima libertad por la arquitectura de la ciudad. Nada de coches y muchas embarcaciones”
-¿De qué forma has continuado con el legado de tu madre?
-Nunca imaginé que el vidrio se convertiría en una parte tan importante de mi vida. Pero hoy puedo decir que es una forma de expresión artística maravillosa. Conforme van pasando los años y voy explorando mi lado profesional, me he dado cuenta de que gracias a Laguna B he podido expresar cuál es mi visión del mundo. He tenido la dicha de encontrar socios maravillosos sin los cuales este proyecto no sería tan exitoso.
-¿Cómo es el proceso creativo para lograr tus colecciones?
-Lo más importante es mi equipo de trabajo y su conocimiento. El proceso creativo detrás de lo que hago es realmente colaborativo, porque debo confesar que no soy un buen dibujante (risas), pero sí soy muy bueno para comunicar lo que tengo en mente mientras estoy en el horno con los maestros vidrieros. El trabajo en equipo es muy importante, sobre todo durante la parte final del proceso creativo.
-Parte de este palazzo fue decorado por el célebre Renzo Mongiardino para tus abuelos. Sin embargo, tú vives en el último piso y tienes el privilegio de contar con unas de las vistas más espectaculares del Gran Canal. Aquí has construido tu casa, de estilo ecléctico y muy original. Cuéntame cómo armaste tu refugio.
-En esta casa viví muchos años con toda mi familia. Puedo decir que es el lugar donde crecí, aunque ahora lo habito solamente yo. El interiorismo es obra de mi madre. Ahora estoy construyendo con mucha ilusión mi propio estudio a un lado del jardín.
“En esta casa viví muchos años con toda mi familia. Puedo decir que es el lugar donde me crié, aunque ahora lo habito solamente yo”
-Las raíces de tu familia se remontan al siglo XV. ¿Qué significa para ti pertenecer a una de las familias más antiguas de Venecia y con más historia de Italia?
-Ser un Brandolini no es algo realmente importante para mí, ya que crecí de esa forma. Sin embargo, mi amor y compromiso con esta fabulosa ciudad siempre serán parte de mi vida.