Lorenzo Castillo es una de esas personas, apasionadas de lo que hace, que tiene tiempo para todo. Como si sus días tuviesen más horas de lo normal y sus años durasen más que los del resto, es capaz de disfrutar de la vida junto a su marido, Alfonso Reyero, y su perrita Tana, mientras no solo decora grandes hoteles y numerosos encargos particulares, sino que también parece poner a punto sus propias viviendas en tiempo récord. Literal. Y como ejemplo su casa en Mahón (Menorca), que adquirió totalmente en ruinas hace apenas cuatro años y hoy luce magnífica, con toda la solera que solo él, y un buen puñado de antigüedades, podrían haberle impreso.
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-Háblame de esta casa.
-La tenemos desde hace cuatro años. Yo nunca había estado en Mahón, tan solo había conocido la costa menorquina de refilón, cuando mi amigo Kike Sarasola me llevaba a navegar, pero era Ibiza la que nos tenía embobados. Es al mal tiempo del norte a quien le debo el haber recalado en Menorca. Alfonso y yo pasábamos un par de semanas cada verano en San Juan de Luz con una pandilla de amigos en casa de Cristina Lozano. Pero hubo un verano que no paró de llover y algunos decidieron al año siguiente mirar casas en Menorca…
“Yo nunca había estado en Mahón, tan solo había conocido la costa menorquina de refilón cuando Kike Sarasola me llevaba a navegar, pero era Ibiza la que nos tenía embobados”
-Y ya no hubo vuelta atrás, ¿verdad?
-Efectivamente. Una de estas amigas era Macarena Rey, que alquiló una preciosa casa frente al mar a la que yo me trasladé para escribir mi libro, que publicaba con motivo de mis 25 años de profesión. Caí enamorado de Mahón y de su casco antiguo. Fue justo ahí, mirando desde el acantilado al puerto, donde encontré este tesoro de casa por casualidad; por lo grande que era y su estado ruinoso parecía destinada a no encontrar comprador. Yo lo tuve clarísimo. Una semana después ya era mía. ¡Una locura!
-¿Cómo fue la reforma?
-Fue larga y costosa. Lo más importante para mí era conservar la esencia menorquina y los elementos decorativos y arquitectónicos típicos de la zona que se habían mantenido en la casa. Por ejemplo la escalera de piedra de marés, la ventana en arco (se dice que la primera de la ciudad), las carpinterías estilo Robert Adam (por su pasado inglés) o los suelos de barro artesanal y paredes de estuco. Todos eran grandes valores que hacían de la casa una joya netamente menorquina. Mi idea era entonces reproducir aquellos elementos que se habían perdido, como la linterna de cristales que ilumina la escalera desde arriba, como una torreta de vigilancia, y restaurar otros, como la cueva excavada en la roca sobre la que se asienta la casa, que en origen era la cuadra de caballos.
“Encontré este tesoro de casa por casualidad; por lo grande que era y su estado ruinoso parecía destinada a no encontrar comprador”
-¿Cómo planteaste la decoración?
-Quería que la distribución, aunque fuese nueva, pareciese que había sido siempre así. Y de ahí partió todo. Compré piezas locales de antiguas casonas en venta, muebles de la época colonial inglesa del XVIII, de enorme elegancia, y traje alguna pieza mallorquina del XVII, como el cabinet del salón, de influencia veneciana, o la mesa de morera del comedor. Quise sentir que recuperaba una casa menorquina, con sus suelos de barro y piedra y sus ventanas de guillotina a la inglesa.
“Lo más importante para mí en la reforma era conservar la esencia menorquina de la casa”
-¿Y cómo le diste tu propio toque?
-Para darle luz y modernidad la pinté en colores muy frescos. Mezclé verdes agua con azul añil en las carpinterías y blanco roto en sus paredes, rompiendo esta paleta en algunos cuartos con toques de ocre, tierra y rosas empolvados. Las telas reflejan las influencias culturales que ha tenido la isla. Desde la India nos llegaron estampados sobre algodón blanco muy alegres que mezclé con telas provenzales y otras de flores chintz. De mis viajes incorporé telas bordadas de Chiapas y con ellas hice los doseles de alguna cama, y de Laos y Birmania son las telas antiguas de las colchas.
-¿Qué es lo más especial?
-La colección de pintura, ya que tuve la suerte de comprar cuadros de la casa de Elio Berhanyer, y así tengo unos preciosos retratos de Claudio Bravo. También pintura española de mediados del siglo XX, de la Escuela de París.
“En Menorca, la intensa vida social del verano marca nuestra agenda. También influye el clima menorquín, que es absolutamente cambiante”
-¿Qué os gusta hacer en Menorca?
-Nuestros planes varían mucho, ya que la intensa vida social del verano marca nuestra agenda. También influye el clima, que es absolutamente cambiante. Según sople el viento, vamos a las playas del norte o del sur. También salimos mucho a navegar con amigos y rara es la noche que no haya una cena o fiesta en casa de alguien. Nos gusta mucho recibir en casa y, dado que mi cumpleaños y mi santo son en julio y agosto, son dos buenas excusas para congregar a todos los amigos alrededor.
-¿Puede ser que esté más ‘en boga’ que nunca Menorca?
-Efectivamente. Cada vez más amigos se instalan aquí cada verano y muchos enamorados de Ibiza y Mallorca vienen con sus barcos a dejarse ver por Menorca. Pero los menorquines son muy celosos con su isla y saben que su mayor valor está precisamente en que esta no cambie. Esto, por suerte, mantiene a raya a los grandes hoteles y evita plagar de casas su maravilloso campo mediterráneo.
La guía ‘insider’ de Lorenzo
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