Cuando el empresario Pablo Castellano entró, hace un par de años, al que sería el futuro hogar en Madrid de la familia que ha formado con la también empresaria María Pombo, el lugar era para echarse a llorar. “Para que te hagas a la idea, la casa estaba okupada y la estructura carcomida”, cuenta. Su hermano y socio, Jacobo, lo secunda. “Decidió comprar la casa estando yo de vacaciones. Si no, hubiera intentado disuadirlo por todos los medios. Pero enseguida tuve que darle la razón; Pablo tenía las cosas muy claras. Ya sabía cómo colocaría la piscina, dónde iría el vestidor de María... Un ejemplo de lo que es tener visión”.
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Los dos la tienen, en realidad. Algo que heredaron de su padre, quien también los introdujo -con las carreras apenas terminadas- en el mundo de las reformas integrales antes de que la crisis de 2008 y su posterior fallecimiento obligaran a echar el cierre al negocio familiar. Apenas dos años después, los hermanos se liaban la manta a la cabeza, convertían el VIPS del paseo de la Habana en su despacho particular y se embarcaban en su propia aventura profesional. El nombre, Grupo Archarray e Hijos, era un homenaje a la empresa de su padre, quien también les legó el conocimiento y un buen equipo de obra. Pero ellos le pusieron las ganas. “Yo tenía 23 años y él 25, imagínate -recuerda Pablo-. Hacíamos presupuestos, facturas, contactos con proveedores y clientes, visitas a locales... Éramos como una navaja multiusos”. Jacobo asiente. “Nuestro primer trabajo fue un baño de 3 m². Pero nuestro valor era la relación comercial; abrir nuevas vías de negocio”. Y vaya si lo hicieron. Diez años después cuentan con 60 personas en su equipo y entre sus clientes se encuentran algunos tan potentes como Aristocrazy o los grupos de restauración RanTanPlan o Larrumba. Y sumando. La casa de Pablo y María es un claro ejemplo de su creciente tirón. Y estas, sus claves maestras.