“Soy una dama que cree que una buena comida está a la altura de una obra de arte de valor incalculable”. Pocos dirían que esta frase la pronunció Elizabeth Taylor, actriz superlativa de ojos violetas únicos e irrepetibles, ganadora de dos Óscar, pero de cuidada y menuda figura. La Cleopatra más recordada y la artífice de una de las interpretaciones más memorables del cine clásico: la de Maggie en La gata sobre el tejado de zinc.
En sus primeros años, cuando empezó a hacer películas en Los Ángeles, solía desayunar en un restaurante llamado Tipps antes de acudir a los estudios. Dos huevos fritos, hamburguesas, patatas al estilo hash brown y una torre de tortitas con sirope de arce. Con la edad, Taylor cambió este menú por un desayuno de fruta fresca de temporada, tostadas integrales y té o café, pero añoraba aquel pantagruélico comienzo de su día. La actriz dio a entender en sus memorias (Liz Takes off) que era una comedora emocional y por ello estuvo en terapia en la clínica Betty Ford. Pocos hablaban entonces de la relación entre la comida y el estado de ánimo y ella se atrevió a ponerle nombre en público. “El primer paso real para perder peso y no recuperarlo es lograr el estado de ánimo adecuado. Tienes que intentar poner la cabeza en el lugar correcto, donde puedas hacer que haga clic”, contó.
Liz fue también una de las pocas grandes actrices de su generación que practicaba deporte con moderación para mantenerse en forma, y una de las primeras en salir a pasear por placer y por salud. También nadaba regularmente en la piscina de su casa y montaba a caballo siempre que podía. Pero nunca lo hizo de manera estricta: “El único ejercicio a rajatabla que realizo es coger el mando para cambiar los canales de la televisión”, bromeó la diva en una entrevista que concedió a finales de los 70. Para Taylor, el truco estaba en permitirse un capricho una vez a la semana. En su caso, su menú “culpable” estaba compuesto por pollo frito, puré de patatas con salsa, alubias, maíz y tarta de chocolate.
Liz, nacida en Inglaterra pero criada en Los Ángeles, tuvo, además de con la comida, una relación muy especial con los animales. “Algunos de los mejores actores protagonistas masculinos con los que he trabajado han sido perros y caballos”, dijo la actriz con el sentido del humor que la acompañó siempre. De hecho, gran parte de sus primeros años como actriz estuvieron marcados por la relación que tuvo con el caballo que la convirtió en estrella a los 12 años, cuando protagonizó Fuego de juventud. Elizabeth eligió a un caballo que había montado durante meses ella misma en un club hípico para ser su compañero de rodaje en esa historia sobre una niña amazona. Se llamaba King Charles, y durante las grabaciones sufrió una caída que le produjo una lesión en la espalda.
King Charles era un corcel muy rebelde, mordió a varios miembros del equipo y solo parecía hacer caso a las órdenes de la actriz. Cuando se terminó de grabar la película, el estudio le regaló el caballo con motivo de su 13 cumpleaños. Lo montó durante años e hizo que lo cuidaran en un establo de California hasta que el animal murió pasado un tiempo. “Me lo regalaron el último día de rodaje y es uno de los recuerdos más felices de mi vida. Nunca hubo un animal más dulce y noble, y cuidarlo fue una gran fuente de responsabilidad y felicidad. Confiábamos el uno en el otro. Nos amábamos. Todas las niñas merecen el tipo de experiencia milagrosa que disfruté mientras rodé con él y me uní a ese alma magnífica. Pienso mucho en él”, confesó la actriz poco antes de su muerte, a los 79 años, en 2011.