Fue una de las novias más bellas que se han visto nunca. Su vestido blanco impoluto con escote ‘barco’ y detalles de encaje, una deslumbrante tiara y un velo kilométrico, fueron algunos de los detalles que hicieron de la princesa Magdalena de Suecia toda una inspiración para las futuras novias. Pero lo que más destacó de aquel 8 de junio de 2013 fue su sonrisa. Una sonrisa de oreja a oreja, y ese brillo de felicidad que desprendían sus preciosos ojos azules. En estas líneas, recordamos el décimo aniversario del ‘sí, quiero’ de la princesa Magdalena y Christopher O’Neill, un día inolvidable, lleno de emoción y elegancia, que reunió a toda la realeza europea en Estocolmo.
Se conocieron en Nueva York. En aquel momento, la princesa Magdalena sufría un ‘mal de amores’, había pasado por una dolorosa ruptura con su novio de hacía ocho años, y con quien había anunciado un compromiso oficial. Fue en aquel bache sentimental cuando Christopher, un financiero americano, se cruzó en su camino, y desde entonces, no se separaron. Fue un romance que floreció entre las abarrotadas calles de Manhattan, donde paseaban su amor sin importarles nada más. Después de dos años de noviazgo, Magdalena y Christopher quisieron poner el broche de oro a su historia de amor, y anunciaron su compromiso. Estaban enamorados, y querían pasar juntos el resto de sus vidas.
El 8 de junio de 2013 fue un gran día para la Familia Real sueca. Impecable, radiante y preciosa, Magdalena de Suecia hacía su entrada en la capilla del palacio real, lugar donde fue bautizada cuando era un bebé. Cogida del brazo de su padre, el Rey de Suecia, la princesa mostró el secreto más preciado de cualquier boda: el vestido de novia.
Magdalena lució un precioso vestido diseñado por Valentino Garavani, realizado en organza de seda plisada, con aplicaciones de encaje de Chantilly color marfil, escote ‘barco’ y una ligera apertura en la espalda. La falda terminaba con una cola de hasta cuatro metros de largo, y un delicado velo, también de organza de seda, ribeteado con tul, y con pequeñas flores de encaje de Chantilly. La joya de su look nupcial fue la diadema ‘fringe’ del Rey Carlos Gustavo, su tiara favorita, adornada con flores de azahar. Para el ramo de novia, Magdalena recurrió al clásico bouquet por excelencia, compuesto por flores blancas de jardín, lirios del valle y el mirto tradicional de Sofiero.
Cuando Christopher la vio entrar, no pudo contener las lágrimas. Nervioso por el gran paso que estaban a punto de dar, el comienzo de un nuevo capítulo. El momento en el que dejarían de ser dos para convertirse en uno. La emoción estaba a flor de piel.
Fue una ceremonia preciosa, a la que acudieron cerca de 500 invitados, entre ellos numerosos miembros de la realeza europea, como los príncipes de Grecia, Marie-Chantal, del brazo junto a su marido, Pablo de Grecia; Charlene de Mónaco, en solitario, sin su marido el príncipe Alberto II de Mónaco; Mary de Dinamarca, el príncipe Eduardo de Inglaterra y la condesa Sophie de Wessex, y, para ponerle sabor español al gran acontecimiento, Luis Medina, hijo menor de Naty Abascal.
Después de que la hija menor de los soberanos de Suecia y su prometido se dieran el ‘sí, quiero’, se dispararon 21 salvas de cañón. Los recién casados, que derrochaban amor y felicidad, abandonaron la capilla real, y recorrieron en el carruaje de desfiles, tirado por cuatro caballos, las calles más céntricas de Estocolmo. Durante el camino, miles de ciudadanos acudieron a ver a los novios y tirarles pétalos de rosa, entre vítores y aplausos.
El banquete de bodas se celebró en el Palacio de Drottningholm, lugar al que tanto los invitados como los novios llegaron en embarcación. Fue una cena excepcional, elaborada por un prestigioso chef, Stefano Catenacci, que también sirvió en la boda de la princesa heredera, Victoria. La fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada, y no faltaron los fuegos artificiales ni las actuaciones en directo para entretener a los invitados.
Fue un día inolvidable para todos. La celebración de un amor y un compromiso que a día de hoy sigue vivo, diez años después. Como rezaron en la ceremonia del matrimonio, “lo más grande es el amor, guardad esas palabras en vuestros corazones”. Y así lo han hecho, durante estos años, Magdalena y Christopher, quienes han formado una familia numerosa de tres hijos: Leonor, Nicolas, y Adriana.