El 17 de septiembre de 2004, Rocío Jurado dio una multitudinaria rueda de prensa en los jardines de su casa en La Moraleja para dar la noticia de que estaba luchando contra un cáncer. La tonadillera anunció que pocas horas después viajaría a Houston con su marido, el torero José Ortega Cano, para someterse a una “cura ligera por prevención”. “No soy una mujer vencida, sino con la esperanza renovada. Quiero seguir luchando por mi vida y por estar con los míos”, subrayó la “más grande de España”.
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“Para José (su marido) ha sido un golpe muy grande, no se lo podía creer. Ha estado todo el tiempo a mi vera y sigue estándolo. Lo mismo tengo que decir para mi hija Rocío, y mi hermano, mi hermana, mis sobrinos... Todo el mundo ha estado, todos a una”, explicó aquel día. Al terminar la rueda de prensa, se fundió en un emocionado abrazo con su hija mayor, Rocío Carrasco. Esa misma tarde, horas antes de partir rumbo a Estados Unidos, se reunió con su abogada y albacea, Ana Iglesias, para ir al notario y dejar constancia de sus últimas voluntades. Lo hizo en secreto. Nadie lo supo hasta después de su fallecimiento. Aquella tarde, nombró a la hija que había tenido con Pedro Carrasco heredera universal de un patrimonio millonario.
A finales de junio de 2006, casi un mes después de la muerte de la artista, Ana Iglesias reunió a la familia de Jurado para desvelar el contenido de sus últimas voluntades. Tres folios que resumían todo lo que había conseguido durante su carrera: los royalties de sus éxitos, las propiedades en Madrid, Miami y Chipiona, las joyas, los abrigos de piel… Se suponía que los detalles debían permanecer en secreto, pero el pacto de silencio se rompió muy pronto. Una filtración dio al traste con el voto de recogimiento familiar. Poco después, ¡HOLA! contó toda la verdad sobre el testamento.
Rociíto, la hija mayor de Jurado, fue la beneficiaria de las “joyas” de la corona: las regalías de las canciones -los derechos de veintisiete discos-; un tercio de ‘Montealto’, la mansión de La Moraleja (el resto era para Gloria Camila y José Fernando); un piso en Miami que la cantante había comprado antes de casarse con Ortega Cano; parte de otro apartamento en Miami Beach, que había adquirido a medias con el torero; la finca ‘El Administrador’, un terreno con viñedo y bodega propia de casi cuatrocientos mil metros cuadrados que había comprado estando casada con Carrasco; y todas sus joyas. Rociíto quedaba, además, como heredera universal. Es decir, de todo aquello que no estaba especificado en el testamento.
Los otros herederos
Rocío Jurado estableció que su casa de La Moraleja debía ser vendida en el tiempo máximo de dos años tras su muerte y que su albacea debía ser la responsable de ejecutar la operación. El dinero tenía que ser repartido en partes iguales, que irían destinadas a sus tres hijos: Rocío, Gloria Camila y José Fernando. Así pretendía cubrir la cuota denominada legítima y proteger a su hija mayor. Era consciente de que, si faltaba, Rociíto se quedaría huérfana, mientras que los pequeños contarían siempre con el apoyo de José Ortega Cano, que posee un importante patrimonio.
Ortega Cano, en calidad de viudo, tenía derecho usufructuario en la parte del tercio de la mejora. Es decir, podía disfrutar de parte de los bienes que heredó Rocío Carrasco con la obligación de conservarlos. Pero Rociíto contaba con la posibilidad de compensar al marido de su madre con una renta, el producto de un bien o un capital en efectivo.
Jurado, que se había casado en régimen de separación de bienes con el torero, le legó a su marido su parte de la ganadería de reses bravas de la finca ‘Yerbabuena’, que en esos momentos contaba con unas ochocientas cabezas.
También se acordó de su hermano, Amador Mohedano, a quien le dejó una nave industrial en la localidad madrileña de San Sebastián de los Reyes. A Amador también le correspondió la mitad -a medias con su hermana Gloria- de la finca ‘San Pedro’, a las afueras de Chipiona. Para Gloria también quedaba “Mi abuela Rocío”, la casa de Chipiona. Incluso tuvo un detalle con Juan de la Rosa, su fiel secretario, a quien legó un dúplex en el pueblo gaditano, muy cerca de la playa.
Rocío quiso dejar todo “atado” antes de morir y que la sucesión fuera rápida. Pero su familia tardó casi un año en firmar el acuerdo de reparto de la herencia.