Ana Boyer y Fernando Verdasco se conocieron en un concierto de Enrique Iglesias. Era el año 2012, pero no fue hasta el verano de 2013 que comenzaron a verse. Y aunque el flechazo surgió entre canciones, fue el tenis -el deporte en el que él triunfó- lo que les unió. “Con semejante profesor” -decíamos entonces-, “Ana se convertirá, sin duda, en una gran jugadora de tenis”. Y así fue. Sin embargo, en lugar de un torneo, lo que finalmente conquistó la alumna fue el corazón del campeón.
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Once años después, Ana y Fernando continúan caminando juntos. Han formado una bonita familia junto a sus dos hijos, Miguel, de cuatro años, y Mateo, que el próximo 21 de diciembre cumplirá tres; y el próximo siete de diciembre, celebran siete años de su boda soñada. Un enlace del que sólo ¡HOLA! fue testigo, y que decidieron celebrar en un escenario de ensueño. Una iglesia de bambú en la paradisíaca isla de Mustique fue el escenario de excepción donde, acompañados por sus más íntimos -sólo asistieron sesenta personas-, se dieron el ‘sí, quiero’.
Un lugar de ensueño en el mar Caribe
A principios de agosto del año 2017, Ana y Fernando amanecieron juntos en una playa de México, donde Fernando supo que había llegado el momento de la verdad. Tal y como nos confesaba la propia Ana, no se esperaba que le pidiera matrimonio. “En ese momento fue una sorpresa. Bueno, Fernando y yo ya estábamos muy en serio. Llevábamos mucho tiempo juntos y teníamos planes de futuro. Pero en ese momento fue una sorpresa, claro”.
Tras el compromiso, el siete de diciembre llegaba el gran día. Tenían claro que querían una boda íntima, rodeados de sus seres queridos y más allegados; y el lugar elegido para celebrar su unión fue Mustique -un lugar predilecto para la Familia Real inglesa, que es asidua del lugar-. En una de esas islas paradisíacas que existen en el Mar Caribe, tan pequeña que es difícil de situar en los mapas.
Aunque es de sobra conocido que es un lugar predilecto para la Familia Real inglesa, para Ana era el destino donde viajó, siendo pequeña, en los años noventa, junto a sus padres, Isabel Preysler y Miguel Boyer. Desde entonces, pasaron allí días inolvidables, y Ana se sentía muy unida por los recuerdos de su infancia. Era, también, una manera de tener presente a su padre, con el que tantos buenos momentos compartió en la isla.
Con Tamara de wedding planner y su hermano Julio José de padrino
Organizar una boda lejos de casa no es sencillo, pero Ana contó con una ayudante muy especial, su hermana Tamara, que ejerció de ‘wedding planer’, echándole una mano en todo lo relativo a su ‘sí, quiero’. La marquesa de Griñón -que, además de testigo, fue dama de honor- apareció radiante con un vestido diseñado por ella misma -de su firma TFP by Tamara Falcó-. Un diseño de color pastel, rosa, con adornos de plumas y bordado con pedrería por Luneville, que combinó con un tocado de flores de Mimoki unos pendientes de su gran amiga Casilda Finat. “Tamara me ayudaba con la cola, me ayudaba a colocarlo para que pudiese irlo moviendo…”, nos contaba la feliz novia.
Quién ejercería de padrino era uno de los grandes secretos del enlace. Finalmente, fue su hermano Julio el elegido. “Me ha dicho que le hacía muchísima ilusión ser mi padrino y que, por supuesto, estará allí muy orgulloso”, nos había avanzado Ana antes de la novia.
Miguel Boyer, el padre de Ana, había sufrido un ictus en febrero de 2012 del que nunca se recuperó totalmente. Sus últimos años fueron difíciles, su vida se organizó alrededor de la fisioterapia, rehabilitación y muchos cuidados. La vida social se redujo al máximo y se acabaron los viajes que solían hacer en familia. Dos años y medio después, el exministro padecía una embolia pulmonar y fallecía en Madrid. Ana, acompañada ya por Fernando, pasó por uno de los momentos más tristes de su vida. Y, como a cualquier hija, le hubiera gustado compartir su felicidad con su padre. Por eso, Julio, divertido, animado y siempre cariñoso, no dudó cuando Ana le pidió que sustituyera a su padre en el papel de padrino. De camino al altar, fue haciéndole bromas para quitar los nervios. Su madre, Isabel, volvió a deslumbrar con un vestido de un suave verde turquesa firmado por Georges Hobeika Couture, y se adornó con joyas de Rabat. El clutch era de Yliana.
Un modelo de línea sirena
Ana sorprendió con su vestido de ensueño que llevaba el sello de Atelier Pronovias, que fue realizado en el taller de Barcelona y diseñado en exclusiva por el director creativo de la firma, Hervé Moreau. Un espectacular diseño palabra de honor con escote corazón compuesto de un delicado tejido bordado en paillettes de nácar y pedrería cristal con aplicaciones de guipur y una majestuosa cola de dos metros.
El modelo, de línea sirena, contaba con un corsé que se ajustaba al cuerpo, confeccionado en tul cristal varillado y complementado con un suave forro de organza en seda marfil. El velo de tul, de tres metros y medio de largo, salía de ambos manguitos del vestido -que luego quitó para la posterior celebración-. El ramo de la novia se trajo desde España y lo hizo Floreale.
En cuanto a su peinado optó por un look muy natural, acorde con el marco del enlace. “Me puse un adorno de flores y lo llevaba bastante natural, porque aquí, en un sitio de playa, es lo que me apetecía. Suelto, pero cogido un poco con las flores”. Las joyas que llevaba eran de Suárez -unos pendientes, una pulsera y un colgante- y la más especial el anillo de compromiso que me regaló Fernando. “Es un solitario precioso”.
Una iglesia con encanto, construida con bambú y una ceremonia inolvidable
“La iglesia es muy pequeña, muy sencilla, de bambú. Estaba adornada con flores. Nosotros sabíamos que eso es lo que había aquí. En el Caribe, las iglesias suelen ser así. Pero, al menos, en esta isla había una iglesia y los dos pensábamos que tenía mucho encanto. A cinco minutos de la casa donde se alojaron los novios hay una diminuta iglesita construida de bambú, tan chiquitina y cubierta de vegetación que resulta casi invisible. El interior es sencillísimo: unos bancos de mimbre, otros de madera, y un pequeño altar con lo necesario para celebrar el sacramento del Matrimonio”.
Había flores de buganvilla blancas, velas y hojas de palmera. Un sacerdote, amigo de los novios, voló desde España para oficiar la ceremonia, íntima, emotiva, inolvidable. “Me emocioné mucho cuando vi a Fernando y sentí ya más nervios… Fue un momento precioso”. Ana recordaba con nosotros lo primero que le dijo su marido al verla: “Me dijo que estaba guapísima”. “Alguna lágrima seguro que sí hubo”. Y aunque no hubo arroz ni pétalos, sí “muchos aplausos y felicitaciones”. La boda terminaba con una fantástica fiesta a la luz de las estrellas, y, como es tradición, no faltó el romántico baile de novios, al ritmo de uno de sus cantantes favoritos Ed Sheeran.