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Su hijo, Alberto de Mónaco, ha ofrecido una entrevista hablando por primera vez de su madre

Tesoros del archivo en el 40º aniversario del adiós a Grace Kelly: de su entierro a su última entrevista

El pasado 13 de septiembre, se cumplía el 40 aniversario del trágico accidente que segó la vida de la actriz que se convirtió en Princesa


16 de septiembre de 2022 - 12:05 CEST

“Dicen que el tiempo cura todas las heridas (...) Pero hace cuatro décadas que desapareció y la pena sigue ahí, en el fondo de mi corazón”. Su recuerdo es imborrable. 40 años después . No solo para Alberto de Mónaco, que ha hablado recientemente de su madre en una sentida entrevista con Efe, sino para el mundo. Fue una estrella de Hollywood, una Princesa de cuento y un mito trágico, Grace Kelly, Gracia de Mónaco. Un 13 de septiembre de 1982, se despeñaba por uno de esos impresionantes desfiladeros de la Costa Azul y, entre teorías conspiranoicas, un negrísimo luto bajo el sol implacable del Mediterráneo y las lágrimas del Príncipe Rainiero, la actriz pasaba a la posteridad dibujando uno de los episodios más tristes de la Historia del país del Peñón conocido, hasta entonces, por sus fastuosas fiestas, el glamour y el oropel.

“¡No puedo parar! ¡Los frenos no funcionan! ¡No puedo parar!” Fueron las últimas palabras de la Princesa. Lo relataba su hija mayor, Carolina, para Jeffrey Robinson en el libro que éste publicó en 1989, Rainier and Grace: an intimate portrait. Él fue la primera persona en arrancar unas declaraciones a la Familia Real monegasca sobre aquel trágico suceso que puso del revés al Principado y lo tiñó de negro. Sin embargo, no era Carolina quien compartía aquella mañana de verano con la protagonista de La ventana indiscreta y  musa de Alfred Hitchcock  ni quien viajaba con ella en su coche desde su residencia estival de Mont Agel a Montecarlo. Estefanía ocupaba ese lugar, el del copiloto, y siempre defendió que, en aquellos instantes, su madre estaba en completo pánico, que ella puso el freno de mano, pero que el vehículo nunca se detuvo.

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No obstante, los rumores de que había sido ella y no su madre quien conducía en aquel trayecto fueron una losa que, durante años, sepultaron a Estefanía en una culpa insondable fomentada por su fama de ‘princesa rebelde’. “Todo el mundo decía que era culpa mía y que había matado a mi madre. No es fácil vivir con eso cuando tienes 17 años”. Siete años tardó en hablar, pero la leyenda popular mil veces repetida siempre es mucho más fuerte que un dato, al menos, contrastado. Porque si bien es cierto que lo que ocurrió momentos antes de que aquel Land Rover se precipitara al vacío hace ahora cuarenta años, solo sus protagonistas lo saben, los peritajes y testigos certifican que, en el accidente, quien estaba el volante, era la actriz de leyenda.

Los rumores. ¿Quién conducía el coche?

Madre e hija regresaban a Palacio desde la granja real donde habían pasado unos días. Estefanía comenzaba las clases en París y debían preparar maletas. El chófer de la Princesa sacó el coche del garaje. Presupuso que, como siempre, sería él quien las llevara a Casa, pero Grace había llenado el asiento de atrás con gran parte del equipaje y se empeñó en hacer ese último viaje ella misma porque quería también hablar unas cosas con su hija. ¿Discutieron tal vez porque a Grace no le gustaba nada la idea de que la pequeña de sus hijas mantuviera una relación amorosa con  Paul Belmondo ? Ése fue otro rumor. Pero lo cierto es que lo último que el chófer vio ese día fue el coche alejándose con Estefanía sentada en el asiento del copiloto y la madre al volante. Minutos después, a poco más de 3 kilómetros de La Turbie, en una curva muy pronunciada, el Land Rover no frenó y se estrelló contra el muro de contención, atravesándolo y precipitándose por un acantilado de postal de más de 30 metros de altura.

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Sin embargo, un conductor que se topó con el suceso dijo algo muy distinto. Aseguró que cuando se produjo el siniestro, él había visto a Estefanía salir por el lado izquierdo del coche, no por el derecho, como sería lo normal, y también que ninguna de las dos altezas reales llevaba puesto el cinturón de seguridad. Sesto Lequio era el nombre de aquel testigo ocular y, a partir de aquí, nació el mito: Estefanía había matado a su madre.

“Yo no conducía, eso está claro. De hecho, salí disparada dentro del coche como mi madre, que fue catapultada hacia el asiento trasero. La puerta del copiloto estaba completamente destrozada. Yo salí por el único lado accesible, el del conductor”, declaró la Princesa a la revista francesa Paris Match dos décadas después. Y un libro, “Grace, la princesa desarraigada”, de Bertrand Tessier, publicado en 2014, confirmaba con dos testimonios esa declaración. Un gendarme y un camionero confirmaron ver a la Princesa Grace al volante. La imagen de la puerta aplastada del Land Rover, tal y como explicó Estefanía, corroboraba sus palabras.

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La culpa de Estefanía

También se hicieron públicos unos informes de los médicos galos que trataron a la Princesa e intentaron detener lo inevitable. En ellos se revelaba que ésta sufrió una ligera hemorragia cerebral antes de que el accidente se produjera y que éste pudo ser el motivo de una pérdida de consciencia o una confusión de la Princesa a la hora de pisar el acelerador en lugar del freno. Sin embargo, que los técnicos que envió Land Rover para peritar el vehículo negaran que los frenos del vehículo no respondieron, sino que se encontraban en perfecto estado, no fue de ayuda en absoluto para que las conjeturas pararan. ¿Por qué? Estefanía tenía su versión: “Era difícil para la gente aceptar que ella podía hacer algo tan humano como tener un accidente automovilístico. La gente pensó que yo debí haberlo causado porque mi madre era demasiado perfecta para hacer algo así. Después de un tiempo, no puedes evitar sentirte culpable”.

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“Fue terrible. Hicieron todo lo posible para que la historia siguiera funcionando y no mostraron compasión por el dolor que estábamos sufriendo”, proseguía Estefanía en su relato. Y fue terrible especialmente para ella porque ella también sería la gran ausente en el funeral de su madre, convaleciente aún en el Hospital que llevaba su nombre, por las heridas que el accidente le había causado. No fue informada de la muerte de ésta hasta dos días después. La Princesa Grace tenía 52 años y Mónaco velaba su cuerpo inerte.

“Ella tenía lo que llamamos la inteligencia del corazón, era algo que le salía naturalmente. Sabía cómo mostrarse a los demás y mostrar un poco de humanismo. Es eso lo que marcó a la gente”, ha declarado el Príncipe Alberto de su madre, la encarnación de la perfección, de la belleza, de la distinción y del glamour. Una mujer que llegaba al trono después de haber ganado un Oscar, dos Globos de oro y de haber sido una de las actrices mejor pagadas de la época, aunque también modelo publicitaria en sus comienzos y, según las malas lenguas, amante de caballeros casados como Ray Milland o James Stewart.

Elegancia de familia


A diferencia de otros mitos del cine como Marilyn Monroe o Ava Gardner, Grace Kelly no provenía de una familia humilde o había tenido una infancia difícil. La suya, por el contrario, habría sido fácil y adinerada gracias a la acomodada posición de su padre, John Brendan Kelly, un empresario de la construcción de cierto renombre en su ciudad natal, Filadelfia. Ella fue la única niña de cuatro hermanos y pronto mostró su vocación artística. Primero con el ballet, después con la interpretación, no en vano su tío era el dramaturgo George Kelly, con quien gracias a su intermediación pudo ingresar en la Escuela de Arte Dramático de Nueva York, aunque eso no les hiciera especial gracia a sus padres. Quizás por eso, ella tuvo que pagarse sus estudios como modelo y como imagen publicitaria de unos cigarrillos.

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La fama tocaría pronto a su puerta. Su belleza y la elegancia de sus gestos y modales muy pronto llamaron la atención. De hecho, aún era una principiante cuando llegó su primera gran oportunidad: el clásico del western Solo ante el peligro, de Fred Zinnemann, con Gary Cooper. Evidentemente, su actuación y su primer plano, epítome de la delicadez, no pasó desapercibida para John Ford quien le regaló su primera candidatura a los Oscars con Mogambo, midiéndose con Clark Gable y una Ava Gardner arrolladora. A partir de aquí, rodaría nueve largometrajes más. Entre ellos, La angustia de vivir, que le daría por fin la estatuilla dorada con la que Hollywood la despediría ya como futura princesa.

El film que lo cambió todo


Porque no fue ésta, sino Atrapa a un ladrón la película que le cambiaría su vida para siempre y que le permitiría conocer al que fuera el gran amor de su vida. Y es paradójico porque éste no permitiría que se vieran nunca más sus interpretaciones en el lugar donde, sin embargo, viviría y reinaba. El rodaje tuvo lugar en la Costa Azul y Rainiero III, Principe de Mónaco, quiso conocer a la que en aquel momento era la reina del cine. Se presentó en el hotel donde se alojaba y, con el primer encuentro, quedó prendado por ella. Comenzó así una historia de amor digna de cualquier guión de Hollywood: Rainiero viajó a la casa familiar de los Kelly para pedir la mano de su enamorada y el 5 de enero de 1956, la víspera del día de Reyes, anunciaba al mundo su compromiso. Cuatro meses después, el 18 de abril de 1956, en el Salón del Trono del palacio de Mónaco, la pareja contraía matrimonio civil y un día después, el 19 de abril, tenía lugar la ceremonia religiosa calificada como la gran boda del siglo.

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Grace Kelly lució un icónico vestido que ya forma parte de la Historia de la moda nupcial. Un elegante diseño de Helen Rose que ha sido uno de los más imitados desde entonces y que sin embargo, no encargó al que había sido el creador de su estilo y del que luego se llamó ‘estilo Jackie’, Oleg Cassini, con quien había estado a punto de casarse antes de conocer a Rainiero. La boda reunió a 600 invitados de la aristocracia y del cine, fue retransmitida por televisión a más de 30 millones de hogares en aquella época. La actriz dejaba de serlo para convertirse en Princesa. El cuento de hadas era posible. Después, sería madre y la mejor imagen de su nuevo pueblo. A ellos se dedicaría hasta su muerte con devoción absoluta aunque no exenta tampoco de dificultades.

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“Hace cuatro décadas que desapareció y su recuerdo está todavía muy presente y la pena sigue ahí, en el fondo del corazón. El paso del tiempo, las actividades del día a día, la vida misma tienen que seguir. Evocamos esa fecha con diferentes conmemoraciones para su recuerdo. Es algo muy importante, pero todavía más importante es lo que nos dejó no solo como herencia material y de comportamiento a sus hijos, sino lo que nos dejó de su papel de madre, de confidente y de consejera también”, recuerda Alberto de Mónaco quien dice haber aprendido de su madre “La paciencia, saber escuchar a los demás, ser generoso, considerar a los demás”. De hecho, Grace fue la primera gran consejera de Lady Di antes de contraer matrimonio con el entonces Principe Carlos, hoy Carlos III. Después, Diana ya no podría volver a contar con ella. Quizás hoy la Historia habría sido otra.