Mientras el Reino Unido da el último adiós a la que ha sido su Reina durante setenta años -el fin de una era-, Bélgica celebra la boda de una de sus jóvenes princesas: María Laura. La discreta hija de la princesa Astrid de Bélgica -hermana del Rey Felipe de los Belgas- y el archiduque Lorenzo de Austria-Este da el ‘sí, quiero’ este sábado con William Isvy en lo que, sin duda, será todo un acontecimiento, que contará con la asistencia de la princesa Delphine -este será su primer enlace real-.
Hace casi cuarenta años atrás -el 22 de septiembre de 1984-, eran los padres de María Laura quienes pasaban por el altar en dos ceremonias distintas -una civil y una religiosa-, y la ciudad de Bruselas como escenario. El suyo fue un enlace muy esperado: hacía mucho que no había boda real en Bélgica y el pueblo esperaba expectante la feliz unión de aquellos dos jóvenes que se casaban por amor.
Astrid, nacida en 1962 en Bruselas, podría haber llevado una vida apartada de las responsabilidades del reino y figurar en los archivos de la historia como ‘la sobrina del Rey Balduino’, el monarca de aquel momento. Sin embargo, desde la abolición de la ley sálica, siempre ha tenido un papel fundamental en la corte belga. Se convirtió en la primera mujer de la familia real con posibilidades de acceder al trono, aunque, por aquel entonces, ella vivía en Suiza felizmente casada con su esposo y sus tres primeros hijos: el príncipe Amadeo, la princesa María Laura y el príncipe Joaquín.
Al morir su tío en 1993, su padre, Alberto II de Bélgica fue coronado y ella pasó a ser princesa, lo que le hizo volver a su ciudad natal y asumir sus funciones en la corte real . Recibió el título de presidenta de la Cruz Roja belga y el de senadora de fuero, un nombramiento que hasta el momento solo correspondía a príncipes. Además, cuatro años después, se hizo coronel de las Fuerzas Armadas. Y, en la actualidad, participa activamente en investigaciones científicas, médicas y económicas, contribuyendo así a mejorar las relaciones comerciales de su país con otros territorios.
Las lágrimas de la princesa Paola
Como decíamos en anteriores líneas, la boda de la princesa Astrid de Bélgica y el archidque Lorenzo de Austria-Este fue muy esperada. Aquel 22 de septiembre, Bruselas fue, durante unas horas, la capital mundial del Gotha. Reyes y Reinas, príncipes y princesas, herederos de tronos y aristócratas se dieron cita en Nôtre-Dame de las Victorias, en la plaza de Sablón. Entre todos los ilustres invitados, la representación española llegaba de la mano de la Reina Sofía, acompañada de sus hijas, las infantas Elena y Cristina.
Ni la lluvia logró empañar aquel día de felicidad. Primero, fue la ceremonia civil en el Ayuntamiento, y, después, se dirigieron a la iglesia de Nôtre-Dame de las Victorias para unirse en matrimonio por la vía religiosa, entre los vítores y aplausos de los cientos de ciudadanos que se agolpaban en la Gran Plaza de la ciudad para no perder detalle. Ya en el interior del templo, la entonces Princesa Paola -que, después, sería Reina- no podía contenter las lágrimas al presenciar este día tan especial para su hija.
Un vestido de ensueño y un velo con historia
Para la especial ocasión, la princesa Astrid confió su vestido a un diseñador belga. Se trataba de un modelo de mangas abullonadas que causó sensación. De su corona, adornada con flores y ramas de naranjo y hiedra, prendía el ‘algo’ prestado: un impresionante velo, de cinco metros de largo, de encaje de Bruselas. Aquella pieza única la había lucido, por primera vez, su bisabuela Laura Mosselman de Chenoy, el 18 de julio de 1877, día de su boda con el príncipe Ruffo di Calabria. Su madre, la princesa Paola, también llevó este velo el 2 de julio de 1959, cuando contrajo matrimonio con el príncipe Alberto.
Convertidos en ‘marido y mujer’, los recién casado salieron al balcón del Ayuntamiento de Bélgica y recibieron una grandiosa ovación.