Hace apenas cincos meses, Tamara Gorro abría su corazón a ¡HOLA! y posaba junto a su “princesa” Valeria para hablar de su proyecto más especial: “Una pizca de magia”, una iniciativa solidaria para recaudar fondos para la investigación del neuroblastoma, un cáncer infantil que afecta al sistema nervioso. Valeria, la hija de su mejor amiga y a la que siempre se refería como su “sobrina de corazón”, falleció a los 5 años de edad, hace tan solo unos días, víctima de esta cruel enfermedad. La influencer, completamente devastada, confirmó la noticia a través de su redes sociales el pasado fin de semana. “Te amo y jamás te olvidaré. Tu tía Tamara”.
La influencer tiene en Madrid su propio estudio, donde graba muchos de los vídeos virales que la han convertido en una de las españolas más seguidas en las redes sociales. Y aquí también capitanea su productora audiovisual y su agencia de marketing digital. “Yo no solo me dedico a las redes sociales. Mis productoras no solo crean contenidos para Tamara Gorro, el personaje, sino también para grandes empresas”, nos explica, enumerando a algunos de sus clientes: fabricantes de automóviles, petroleras, canales de televisión… Hace casi quince años, debutaba como colaboradora en un programa de Telecinco.
Hoy, a sus treinta y cinco años, dirige sus propios negocios y ha convertido su nombre en una marca. Tamara insiste en que ella no es influencer, pero sus contenidos en Instagram son seguidos por cientos de miles de personas. A comienzos de año, publicó un vídeo de seis minutos que tituló “Gracias por estos doce años”. En él, anunciaba su separación de su marido, el exjugador de fútbol Ezequiel Garay, con quien tiene dos hijos, Shaila y Antonio. Su intervención tuvo más de dos millones y medio de reproducciones. Hace unas semanas, volvió a emplear las redes para poner nombre a la enfermedad con la que lucha desde hace dos años: depresión y trastorno de ansiedad.
Gracias a su testimonio, se ha vuelto a hablar de un mal que afecta a más de dos millones de españoles. “No quería hacerlo público porque pensaba que me iba a curar”, reconoce. “La gente todavía no comprende bien en qué consiste la depresión. Yo era la primera que no lo comprendía”. En esta entrevista, Tamara se sincera sobre su enfermedad y su separación y nos habla de “Una pizca de magia”, una iniciativa solidaria para recaudar fondos para la investigación del neuroblastoma, un cáncer infantil que afecta al sistema nervioso. Este proyecto la está ayudando a salir adelante, pero también ayudó a Valeria, la hija de su mejor amiga y a la que siempre considerará su “sobrina de corazón”.
—Tamara, hace unos días, le pusiste nombre a tu enfermedad ¿Cuándo te diste cuenta de que no estabas bien?
—Hace dos años empecé a notarme rara. Al principio, lo achaqué al estrés, porque no paro de trabajar y me ocupo de muchas cosas: los niños, la compra, el trabajo… Pero comencé a notarme más y más rara: me despertaba con sudoraciones, me asfixiaba por la noche, tenía pesadillas horrorosas, taquicardias, vómitos… Me hice chequeos y no daban con nada. Hace un año y medio empecé con terapia. Me derivaron a la psiquiatra y ella, finalmente, me diagnosticó depresión y trastorno de ansiedad.
—Todavía existen muchos prejuicios sobre la depresión. ¿Te costó hablar de esto públicamente?
—Cuando me diagnosticaron, no daba crédito. “¿Cómo yo voy a tener esto?”, les dije. Pensaba que la depresión consistía en estar triste y no salir de la cama. Llegué a poner en tela de juicio a mis médicos. Mi psiquiatra me dijo: “Tengo pacientes con depresión que salen de la consulta y se van a dar una conferencia ante dos mil personas”. Existen muchos tabúes sobre las enfermedades mentales.
‘Piedras’ en su infancia
—¿Qué originó tu enfermedad?
—Creía que era por un cúmulo de cosas. Cuando empecé con la psicóloga, me di cuenta de que tenía una mochila con muchas piedras: la crisis en mi pareja, el trabajo... Pero había piedras de mi infancia. El tema de mi pareja fue el remate, pero enfermé por mi separación o mi trabajo.
—¿Puedes hablarnos de esas “piedras” de la infancia?
—Capítulos de la infancia muy duros y traumáticos a los que no les daba importancia. Los recordaba perfectamente, pero creía que no me dolían. Mantuve ese dolor encapsulado durante mucho tiempo, hasta que ha estallado. Estoy escribiendo un libro en el que lo estoy plasmando todo. Gracias a la escritura, me estoy liberando.
—¿Tu depresión fue una de las causas de tu separación de Ezequiel?
—No hay un motivo que explique nuestra separación. La relación se estancó. El amor es magia, y si esa magia se va apagando, hay que recuperarla. Yo tomé la decisión de tomarme un tiempo porque mi enfermedad es muy dura y es muy difícil de entender y llevar. Se lo llevaba diciendo a Ezequiel desde hace mucho tiempo y no quería que él sufriera. Si tengo un mal día, prefiero estar sola. No quiero que él sufra por culpa de mi enfermedad.
—Entonces, ¿fue una separación de mutuo acuerdo?
—Lo hablamos y decidimos tomarnos un tiempo.
—¿Te has sentido acompañada por él durante tu enfermedad?
—Me he sentido muy sola, pero no por culpa de Ezequiel. Soy inaccesible y eso es culpa mía.
“Ezequiel y yo vivimos separados desde hace muy poco, pero duerme en casa muchos días. No es una relación de pareja, pero hay mucho amor”
—¿Cómo es ahora tu relación con Ezequiel?
—Nuestra relación es maravillosa. Incluso hemos llegado a decir: “¿Qué estamos haciendo?”. Vivimos separados desde hace muy poco, pero duerme en casa muchos días. Seguimos viendo series y cenamos juntos. No es una relación de pareja, pero hay mucho amor. Tenemos que echarnos de menos, recuperar la ilusión. Estamos intentando echarnos de menos para volver con más fuerza. Todo está sirviendo para algo. Ahora Ezequiel se ha dado cuenta de que mi enfermedad es grave.
—¿Cómo se han tomado tus hijos la separación?
—Tenemos dos perros que se llevan a matar. Los hemos separado: uno está con Ezequiel y otro conmigo. Esto nos ha servido para explicarles a los niños nuestra separación. Les hemos dicho que vamos a intentar que se vuelvan a querer poco a poco.
—Este verano, Ezequiel y tú vais a cumplir diez años de matrimonio. Para entonces, ¿puede haber reconciliación?
—Nos íbamos a volver a casar el veinticuatro de junio. Teníamos casi todo preparado, pero lo hemos cancelado. Seguramente, hagamos una fiesta, pero no habrá boda.
La lucha de su ‘sobrina’
—Algo que te está ayudando en estos momentos es tu proyecto Una pizca de magia. ¿Cómo surgió?
—Valeria, que es mi sobrina, no de sangre, pero sí de corazón, porque ha estado en mis brazos desde que nació, está pasando una enfermedad muy dura. Me he sumergido en el mundo del cáncer infantil por ella. He pasado muchas horas en oncología infantil, he visto a muchos niños irse. Teníamos que hacer algo. Una pizca de magia fue idea de Valeria. Un día me dijo: “¿Por qué no hacemos bolsas solidarias?”. Me pareció una gran idea. En pocas semanas recaudamos más de veinte mil euros, que se van a destinar a laboratorios. Cuando presente mi libro, el seis de abril, organizaré una gala benéfica contra el cáncer infantil.
—Seguramente, Valeria te esté sirviendo de ejemplo para afrontar tus problemas.
—Veo a Valeria, que está muy malita, y relativizo todos mis problemas. No me puedo quejar. Valeria me está ayudando mucho con mi enfermedad porque, cuando estoy con ella y otros niños, me olvido de lo mío.
“Ezequiel y yo nos íbamos a volver a casar el 24 de junio. Teníamos casi todo preparado, pero lo hemos cancelado. Seguramente, hagamos una fiesta, pero no habrá boda”
Sobre su depresión
—Muchas influencers están confesando sufrir depresión. ¿Las redes causan ansiedad?
—Para mí, las redes sociales son vida. Cuando una persona enchufada a una máquina de quimioterapia me dice que ve mis vídeos, es una gratificación inmensa. No me siento machacada en redes, al contrario.
—Eres una de las influencers con más seguidores en España. ¿Te sientes reconocida por ese mérito?
—Todos somos influyentes de alguna manera. Para mí, mi “yaya” y mi madre son influencers. A mí me basta con el reconocimiento de mi gente. No me considero menos por no ir a los Goya o por no recibir una invitación a la Fashion Week de Milán. A lo mejor, no aporto en esos sitios lo que otras muchachas pueden aportar. Pero no me siento menos que nadie por eso.
—Se van a cumplir quince años de tu debut en televisión. ¿Qué queda de aquella Tamara?
—¿Quince años? ¿Ya? Ahora estoy más guapa gracias a los pinchazos (risas). Queda la espontaneidad.
—¿Sientes algún prejuicio?
—No siento que nadie me mire con desprecio, al contrario. La gente me dice: “Cómo te lo has currado”.
—Si alguno de tus hijos quiere ser influencer, ¿qué le dirías?
—Le diría: “Defíneme qué es eso”. Nuestra intención es llevarnos a nuestros hijos fuera de España cuando sean más mayores y empiecen a tomar conciencia de que sus padres son personajes públicos y que pueden vivir sin necesidad de trabajar. No queremos que se equivoquen o que vivan del cuento. Vivimos en una urbanización, pero todos los viernes vamos a Móstoles a merendar con los abuelos. Juegan en el parque donde yo crecí. Cuando vamos al estadio, les meto un bocadillo en la mochila. ¿Por qué? Porque no quiero que con seis y cuatro años se acostumbren al palco y a los canapés. Es una forma de enseñarles valores.
—¿Qué quieren ser de mayores?
—Mi hijo, Antonio, futbolista, como su padre. El otro día me preguntó: “Mami, ¿puedo ir al campo con tacones?”.
—El “mix” perfecto entre Ezequiel y tú…
—¡Claro! Y Shaila toca el piano. Quiero que sean felices. Pero reconozco que me encantaría que estudien, que tengan un título universitario, porque yo sé lo que se siente al no tenerlo. Tuve que empezar a trabajar muy joven para ayudar en mi casa. Quiero darles a mis hijos las oportunidades que yo no tuve. A mí me costó mucho llegar a donde estoy.