Un día como hoy, hace veinte años, el mundo se despedía de Isabel Bowes-Lyon, conocida por todos como la Reina Madre de Inglaterra, madre de la actual Reina Isabel II. Con motivo del aniversario de su fallecimiento, rememoramos el último y emocionante adiós que el pueblo inglés dedicó a una reina que se ganó el amor de su país gracias a su sencillez y sentido del deber.
Isabel, cuyas raíces provenían de la nobleza escocesa, se casó con el príncipe Alberto, duque de York, cuando solo tenía 23 años. Por aquel entonces, Alberto no tenía aspiraciones a la corona, ya que el futuro de la monarquía estaba en manos de su hermano mayor, Eduardo, pero este abdicó, tras apenas once meses de reinado, y fue Alberto quien ascendió al trono. Se convertiría entonces en el Rey Jorge VI de Inglaterra, y su esposa, Isabel, en Reina consorte. Hasta ese momento el matrimonio había llevado una vida discreta, alejada de los medios, criando a sus dos hijas, Isabel y Margarita.
En medio de aquellos tiempos de inestabilidad, donde los problemas y la vida privada de la Familia Real estaba en boca de todos los medios de comunicación (tras la abidcación del Rey Eduardo VIII y su matrimonio con una mujer divorciada), Isabel fue para su marido un apoyo incondicional, y así continuó siéndolo durante el resto de su vida. Además, a estas circunstancias complicadas cabe añadir el hecho de que el Rey Jorge padecía una ligera dificultad al hablar: era tartamudo. En un mundo en el que el nazismo crecía cada vez con más fuerza y ya empezaban a verse los primeros resquicios de la Segunda Guerra Mundial, parecía inconcebible que el monarca de una de las principales potencias mundiales pudiera sufrir tal impedimento.
A pesar de ello, tanto el rey como la reina supieron ganarse el amor de su pueblo y fueron un ejemplo plantando cara al nazismo y negándose a abandonar su país durante los bombardeos que sufrió Reino Unido.
Aunque la corona reposase sobre los hombros del rey Jorge VI, no hay duda de que parte del éxito de su reinado se debiese al buen consejo y el apoyo de su esposa, Isabel. Durante toda su vida fue una mujer sencilla, con un fuerte sentido del deber, y muy discreta, que ante todo protegía a su familia y buscaba el bien de su país.
La noticia de su fallecimiento fue un duro golpe. Con 101 años, la Reina Madre se despedía de lo que había sido “una larga y feliz vida”, citando las palabras de su hija, la reina Isabel II, durante el funeral. Fueron tiempos muy duros para la Familia Real, ya que apenas unas semanas antes había fallecido la princesa Margarita .
Miles de británicos salieron a la calle y presenciaron el desfile del féretro de la Reina Madre, que recorrió Londres desde el Palacio de San Jaime hasta el Palacio de Westminster. Durante todo el trayecto, tres generaciones de la Familia Real caminaban junto al féretro. Aquel cortejo, además de conmovedor, fue innovador en cierto sentido, ya que fue la primera vez que una mujer participaba en el desfile. Era el caso de la princesa Ana, que solicitó acompañar a su abuela en su último adiós.
Su muerte fue la pérdida de uno de los símbolos más queridos de la monarquía británica. Todos quisieron despedirse de la reina, que fue muy querida y admirada durante sus largos años al servicio de su país. Resonaron las palabras del primer ministro que conmovieron a todos los allí presentes: “Ella amaba a su país, y su país le amaba a ella”.
El funeral tuvo lugar en la Abadía de Westminster, donde se casó y fue coronada como esposa del Rey Jorge VI hacía setenta y nueve años. Tras su muerte, ambos descansan juntos en la capilla de San Jorge, en Windsor.
El cariño y el respeto que millones de ciudadanos británicos profesaron a la Reina Madre conmovió especialmente a la Reina Isabel II, quien dirigió unas palabras de agradecimiento: “Os doy las gracias de todo corazón por el amor que le disteis a mi madre durante su vida y por los honores que le estáis rindiendo ahora, en su muerte”.
Fue el final de una era, el último adiós a una mujer que fue esposa, madre y reina, amada por muchos y respetada por todos, que en todo momento de su vida fue un símbolo de elegancia, sencillez, y amor devoto a su familia.